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El poder por encima de todo: un año después de la victoria de Trump

Con su retorno a la Casa Blanca, EE. UU. vive bajo un gobierno que combina fuerza y espectáculo. Con la seguridad como pretexto, Trump ha ampliado su control político dentro y fuera del país, dejando a la democracia estadounidense en una tensión inédita.


Hugo Santiago Caro

01 de noviembre de 2025 - 07:42 p. m.
Donald Trump es juramentado como el 47º presidente de los Estados Unidos por el presidente de la Corte Suprema, John Roberts, mientras Melania Trump sostiene la Biblia.
Foto: AFP - MORRY GASH
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En pocos días se cumplirá el primer aniversario de la victoria de Donald Trump sobre Kamala Harris, triunfo que a su vez terminó de marcar su regreso al poder de una forma más radical que nunca. Después de dos intentos de asesinato en campaña (uno de ellos, en Florida, no se ejecutó), el republicano superó a los demócratas con más de 77 millones de votos y 316 votos del colegio electoral, lo que marcó la apertura de una nueva era en Estados Unidos, que ha cambiado radicalmente su postura ante sí mismo y hacia el mundo.


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Un año después de la elección que devolvió a Trump a Washington, la Casa Blanca gobierna con menos aprobación que casi cualquier presidente moderno y, sin embargo, mantiene el control efectivo de varias palancas del poder. En medio de aranceles, guerras comerciales y campañas militares, estos primeros 365 días han dejado una mella que explica tanto la política exterior como la doméstica del país norteamericano.


En 12 meses el país que votó a Trump cambió: pasó de una retórica de ley y orden a una práctica institucionalizada de presión política y tensión internacional. Ese cambio no solo es operativo —con detenciones, despliegues y sanciones—, sino también cultural e institucional.

Desgaste con la población

Trump pasó en 2024 a recolectar más de 77 millones de votos frente a los 74 que obtuvo en 2020, cuando fue derrotado por Joe Biden. Es decir, Estados Unidos no ha votado por otro partido para presidente, pero la popularidad de los demócratas cayó. De los 81 millones que lo eligieron hace cuatro años, unos 75 que se autodenominan “moderados” se distanciaron en el proceso y Trump afinó su campaña.

Otra prueba, referida a televisión y sondeos, es que —como dijo en su momento un negociador— la popularidad no es un capital que puede darse el lujo de poner en riesgo. Gabriel Jiménez, docente del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana, afirma que la caída de aprobación de Trump es históricamente tan grande como la de Richard Nixon, y en parte los datos confirman que Nixon dejó un 24% de aprobación. Pero los registros muestran que otros presidentes también han tenido caídas profundas, lo que exige matizar esa comparación. Hoy, según la última encuesta de YouGov y The Economist, Trump solo tiene un 39% de aprobación y un 58% de desaprobación.

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¿Las causas? Son diversas. Es evidente que las tendencias autoritarias y de mano dura han caído en el descrédito que lo eligió. El fortalecimiento de los controles migratorios y las redadas de los servicios de inmigración (ICE) han tenido un impacto negativo en la población y como efecto se ha visto más rechazo dentro del propio Congreso. Pero hay matices: con su apoyo a Israel tras la invasión de Gaza (calificada como genocida por la ONU y varias ONG), Trump ha tenido un respaldo importante entre los sectores militarizados de su base y de quienes lo apoyan sin dudas sobre los límites del poder presidencial.

“Trump mantiene en esto muy viva su retórica contra las minorías —latinos, estadounidenses LGBTQ, especialmente personas trans—, profundiza aún más la polarización en el país. Parece claro que Trump no está interesado en sus índices de aprobación; probablemente porque considera que el voto mayoritario lo protegerá de perder el poder, apoyado por la Corte Suprema, el Congreso y el gerrymandering (manipulación partidista de los distritos electorales para maximizar la representación republicana en el Congreso)”, explica Dorian Kantor, analista principal de Kantor Consulting, consultora política y de seguridad.

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¿Y las instituciones?

Kantor ya describía cómo Trump cuenta, de base, con ciertos pilares en las ramas del poder de Estados Unidos para maniobrar con tranquilidad. Solo este año, la Corte Suprema tomó decisiones a favor de Trump en casos decisivos. En junio, falló en Trump v. CASA, Inc. (junio), limitando el poder de los gobiernos locales para obligar al Gobierno federal a implementar políticas de protección para migrantes. También se pronunció a su favor en Flores contra Departamento de Seguridad, permitiendo un mayor control de las deportaciones.“Hay mucha inconformidad, sobre todo por el cierre de algunos programas de Medicare. Trump, en su red social, ha dicho que los medicamentos podrán conseguirse más fácilmente sin intermediarios, pero aunque ha comprometido algunos enclaves, no se ha funcionado con eficacia ni coordinación estatal. También con el Congreso, ha habido un margen limitado de maniobra. Tanto la Casa Blanca como las dos cámaras han funcionado con dificultades para subsidiar el funcionamiento por las minorías demócratas”, señala Kantor.

Ha habido recortes y despidos federales. En ese proceso Trump ha querido ceder poco en su agenda. Ambos analistas remarcan, además, que pese a que los republicanos son mayoría, no todos son pro-Trump.

Jiménez añade que en estados como Miami, Los Ángeles o Chicago, en donde hay gobiernos locales con mayoría demócrata, “están muy inconformes y han reafirmado más bien el poder de lo federal a la justicia y a la ley. Han intentado, por ejemplo, revertir algunas deportaciones”.

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Mano dura y militar

El enfoque militarista del presidente se ha sentido dentro y fuera del país. Desde su primer día en el cargo ha tramitado como una amenaza a la nación la mayoría de las coyunturas que ha enfrentado. En enero decretó un estado de emergencia en la frontera sur y desplegó cientos de militares en el cruce con México, buscando frenar los cruces irregulares de migrantes, alegando una invasión al territorio estadounidense.

Desde entonces, la retórica solo se ha mantenido. La movilización de la Guardia Nacional sin el consentimiento de gobierno estatal y bajo argumento de insurrección o amenaza terrorista urbana representa un quiebre con la tradición de EE. UU. Las cuestiones de orden interno como competencia del Gobierno Nacional se han militarizado. En 2024, Trump firmó una ley que amplía el uso del Departamento de Guerra y ha designado a organismos federales para concentrar emergencias ligadas a terrorismo y le amplió sus atribuciones de inteligencia frente a supuestas amenazas internas. Se trata de un camino muy peligroso, porque convierte en práctica rutinaria la politización de la seguridad nacional: cualquier opositor puede ser etiquetado como “antiamericano” o incluso como amenaza.

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Intervencionismo de zanahoria y garrote

El enfoque militar también trasciende las fronteras, y el ejemplo más claro está en cada una de las crisis latinoamericanas. Desde 2023, Estados Unidos ha reforzado su presencia en el Caribe y en el combate al narcotráfico.

Por estos años, Naciones Unidas y Estados Unidos han elevado la acusación de haber violado derechos internacionales de terceros países. En ese eje, entre otros, ha sido Colombia uno de los casos más controvertidos.

“Más allá de la diplomacia en apariencia, Trump ha castigado a sus homólogos con medidas drásticas —como el corte total de la ayuda a Colombia en septiembre o la inclusión en la Lista Clinton de algunos oficiales y traficantes designados—. Esta ha sido una política especialmente desigual”, dice Jiménez.

A esto se suma que la diplomacia de Trump llega hasta las medidas más drásticas y luego retrocede, de manera impredecible, como después de la liberación de rehenes en Gaza, que fue aprovechada para justificar la presencia de tropas estadounidenses en Egipto.

“Una cosa es negociar y alcanzar un cese al fuego temporal, y otra muy distinta es mantener tropas en el terreno”, afirma el experto.

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Trump, respaldado por figuras de su primer gobierno como Jared Kushner, ha reforzado su política de America First en Asia, con acuerdos bilaterales con Camboya y Tailandia.

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Por Hugo Santiago Caro

Periodista de la sección Mundo de El Espectador. Actualmente cubre temas internacionales, con especial atención a derechos humanos, migración y política exterior.@HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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