
Un trabajador funerario, a la izquierda, ayuda a las autoridades locales a recuperar un cadáver en un campo a las afueras de Culiacán.
Foto: The New York Times
Cuando Ramón Soto llegó a la escena del crimen, el hombre herido se retorcía, ensangrentado, apenas con vida. Una mujer que estaba cerca se desplomó de rodillas, llorando. En el suelo había un letrero con la advertencia de un cartel de la droga: “Ya saben quiénes siguen”.
Sin embargo, Soto no mostró ningún signo de emoción en su rostro cuando el hombre dejó de moverse. Tras afirmar que el hombre había fallecido, le preguntó a la mujer que sollozaba si era de la familia y si necesitaba servicios funerarios.
Para una tranquila fraternidad de...
Por Paulina Villegas y Adriana Zehbrauskas | The New York Times
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