Groenlandia es una vieja obsesión de Donald Trump. En 2019, en su primer mandato, se le escuchó decir que la quería comprar. Ahora, tras casi un año de haber llegado otra vez a la Casa Blanca, su discurso se ha vuelto más combativo. El nombramiento del gobernador de Luisiana, Jeff Landry, como su enviado especial provocó rechazo en la isla y en Europa, que en medio de la guerra de Ucrania vive momentos retadores en materia de defensa y economía. A la sombra está la tensa relación de Nuuk (capital de Groenlandia) con Washington, sobre todo ante el sentimiento independentista que hay en esa zona del Ártico.
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Si el presidente republicano defendió la idea de que Groenlandia sea parte de Estados Unidos porque es un asunto de “seguridad nacional”, los líderes daneses y groenlandeses, en una declaración conjunta, fueron claros en lo contrario: “Lo hemos dicho antes, ahora lo repetimos. Las fronteras nacionales y la soberanía de los Estados se basan en el derecho internacional (...). Groenlandia pertenece a los groenlandeses y Estados Unidos no se apropiará de ella. Exigimos respeto por nuestra integridad territorial conjunta”. En ello recibieron el apoyo de los europeos, como el mandatario francés, Emmanuel Macron, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
Si bien seguir con su plan, que no descarta el uso de la fuerza militar, puede costarle la relación con aliados históricos estadounidenses (pues Dinamarca, miembro de la OTAN, mantiene el control sobre los asuntos exteriores de la isla, así como de la política monetaria y de defensa), el interés del mandatario parece tener que ver con los recursos naturales que hay allí y, en esa misma medida, con su disputa con China. Un reporte de 2024 en The Economist mostró que Groenlandia posee depósitos conocidos de 43 de los 50 minerales raros, esenciales para desarrollos tecnológicos. De hecho, Pekín es un proveedor clave de varios de ellos, los cuales, en medio de la guerra comercial que se ha escalado con Trump, han visto afectadas sus exportaciones.
Pero no solo eso, ante los reclamos de independencia entre los groenlandeses, cuya mayoría la respalda y más del 85 % se niega a ser parte de Estados Unidos, China puede surgir como un socio comercial importante para la isla, si además se tiene en cuenta que Xi Jinping ha dejado claro su interés en la región. De hecho, en un discurso en 2014, el presidente chino expresó el deseo de que su país se convierta en una potencia polar. Diez años después, Pekín envió tres rompehielos a aguas árticas por primera vez y, a la par con Rusia, ha realizado ejercicios militares en la región.
Alejandro Bohórquez-Keeney, docente en la Universidad Externado de Colombia, definió a Groenlandia como un pivote, un punto de entrada, y de ahí lee el interés histórico que ha tenido Estados Unidos sobre la isla: “Trump viene con reclamos del siglo XIX, con asuntos pendientes de la historia estadounidense”. Si bien el reclamo sobre ese territorio del Ártico no ha sido exclusivamente suyo, sino que data incluso de cuando Estados Unidos compró Alaska y de la idea del presidente Harry Truman de hacer lo mismo durante la Guerra Fría, por poner un par de ejemplos, el contexto geopolítico de hoy le resulta favorable para ello: “Es el momento preciso para él para revolver las aguas y poner a los demás nerviosos. Tal vez, en tiempos de paz no sería tan conveniente”.
Lo que muestra la decisión de Trump con el nombramiento de Landry no es solo que ya no le parece suficiente tener la Base Espacial Pituffik, conocida como Thule, que desde hace décadas juega un papel clave en el sistema estadounidense de alerta temprana para detectar ataques con misiles, sino que ahora Groenlandia, con un enviado especial, entró al grupo de prioridades de política exterior del gobierno republicano, como Ucrania y Medio Oriente. Algo en común entre ellos es que los designados por el magnate, en lugar de tener experiencia en asuntos internacionales, se muestran leales a él y sus intereses.
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