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Historias de terror que salen de los pasillos de la Casa Blanca y más edificios de EE. UU.

Del Congreso de Texas al Ayuntamiento de Nueva York: los fantasmas también tienen su historia política en Estados Unidos.

Camilo Gómez Forero

31 de octubre de 2025 - 04:59 p. m.
El presidente estadounidense, Donald Trump, y la primera dama, Melania, entregan dulces a unas niñas durante la celebración de Halloween en la capital.
Foto: EFE - JIM LO SCALZO
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No todas las historias de terror comienzan en una casa abandonada: algunas, como esta, empiezan en un capitolio estatal perfectamente iluminado.

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Hace un par de semanas visité Austin, Texas, una ciudad llena de color, música vibrante, comida, cultura y gente amable como el gran Matthew McConaughey, para escapar por unos días de mi rutina caótica, en la que reporto sobre guerras y crisis internas en cada país —ya estoy agotado con lo que veo—. Y como ñoño de la historia política que soy, lo primero que hice fue visitar el edificio del congreso estatal, el imponente Capitolio Estatal de Texas. Lo que me encontré me sorprendió bastante.

Mientras buscaba la foto de un congresista con el que había hablado hace un buen tiempo sobre el proceso de paz en Colombia, me topé con un tour que parecía oficial y que guiaba a un grupito de personas por los pasillos del edificio contándoles, con todo detalle, la historia del lugar. Decidí seguirlos para desconectarme de los datos de Wikipedia y tener una voz auténtica que me explicara todo de primera mano. El asunto fue que no estaban contando la historia típica del Capitolio: estaban contando las historias de terror del edificio porque estábamos en el mes de Halloween.

La dinámica me pareció muy innovadora. Sí, aprendí que el edificio fue construido entre 1882 y 1888, diseñado por el arquitecto Elijah E. Myers y erigido como el capitolio estatal más alto del país. Pero, además de esos datos de arquitectura e historia, escuché la anécdota escalofriante de una mujer que envenenó a su esposo, uno de los obreros del edificio, y de quien dicen que su espíritu recorre los pasillos del lugar.

Otro de los relatos habla de la llamada “Dama de Rojo”, un fantasma que —según cuentan los guías locales e incluso la Biblioteca Legislativa de Texas— merodea una de las escaleras principales del edificio. La leyenda dice que fue una mujer que se enamoró de un legislador casado. Su romance terminó en tragedia, y desde entonces se aparece vestida de rojo, esperando reencontrarse con él en los pasillos donde trabajaron juntos.

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También se menciona que el espíritu de Robert Marshall Love, contralor estatal asesinado en 1903, aún recorre los pasillos del Capitolio con su característico sombrero de copa. Love fue abatido en su oficina por William G. Hill, un exempleado resentido que, tras entregarle una carta llena de reproches sobre el manejo del poder público, le disparó dos veces en el pecho. Hill murió poco después, alcanzado por su propia arma durante la persecución. Desde entonces, varios trabajadores aseguran haber visto la silueta de un hombre elegante que camina en silencio por los corredores del edificio, sobre todo en las mañanas.

Y si uno se detiene frente a la ventana de recepción del Senado, puede notar algo todavía más inquietante: unas huellas de manos que reaparecen una y otra vez, sin importar cuántas veces las limpien. Dicen que pertenecen al espíritu de un joven de 23 años que murió en el incendio de 1983. Según el relato popular, el muchacho golpeó desesperadamente ese vidrio buscando escapar, y desde entonces sus marcas vuelven a aparecer con la humedad.

No había tenido un recorrido por un edificio histórico de esta manera, y necesitaba compartirlo. Se me hizo una gran manera de contar la historia atrapando a la gente con cuentos que, verdaderos o no, lograron mantener la atención tanto de jóvenes como de mayores por media hora.

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Así que hoy me tomaré una pausa de los análisis geopolíticos que suelo presentarles acá para hablarles de las historias de terror que he encontrado sobre los edificios que he visto cerca, a modo de convertirme yo en su propio guía turístico para su siguiente visita a los Estados Unidos.

Espero que se tomen esto con buen humor, aunque yo me lo tomé con mucha seriedad y busqué fuentes en medios locales. Y, por favor, háganme saber en los comentarios si están de acuerdo con que al menos una vez a la semana hablemos con este tono, compartiendo historias diferentes para darnos mutuamente una pausa de este mundo tan caótico en el que nos encontramos.

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Washington D. C., donde no solo la política da terror

En la capital estadounidense, el poder político y las leyendas parecen convivir desde hace siglos. Empezamos por la Casa Blanca, que ha sido escenario de incontables apariciones, especialmente la del presidente Abraham Lincoln, cuyo espíritu habría sido visto por varias primeras damas e incluso por visitantes extranjeros, como la reina Guillermina de los Países Bajos. Se dice que, en las noches más silenciosas, aún se oyen sus pasos en el pasillo que conduce al antiguo despacho presidencial, donde tomó algunas de las decisiones que cambiaron la historia del país.

(Paréntesis literario: este episodio me recordó a Lincoln in the Bardo, la novela de George Saunders que imagina al expresidente atrapado entre la vida y la muerte. La mismísima Dua Lipa la incluyó en su club de lectura Service95. Juan Carlos Rincón, de La Pulla, me lo prestó hace seis años y no se lo he devuelto. Aprovecho para disculparme públicamente, si lee esto, por no devolverle su libro, y confieso que sería encantador tener nuestro propio club de lectura con ustedes, pero con libros de interés geopolítico y algún que otro fantasma histórico. Me gustaría leer sus recomendaciones).

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La Universidad George Washington recopila además las leyendas que circulan por los pasillos del Capitolio: espíritus de políticos fallecidos, un gato demoníaco —el famoso Demon Cat— que aparece antes de tragedias nacionales, y rumores de estatuas que cobran vida a medianoche. Historias que los guías del edificio cuentan en voz baja, con una mezcla de respeto y nerviosismo, como si de verdad creyeran que las figuras de mármol escuchan.

Y si de fenómenos se trata, el Washington Post documentó hace unos años los sucesos extraños ocurridos en las Oficinas Ejecutivas Dwight D. Eisenhower, el imponente edificio de oficinas gubernamentales que se levanta justo al lado de la Casa Blanca. Guardias y trabajadores reportaron objetos que se movían solos dentro de vitrinas cerradas, luces que parpadeaban sin causa aparente y ruidos imposibles de rastrear. Uno de los empleados, cansado del caos, terminó —según él mismo contó— “negociando” con los espíritus para que lo dejaran trabajar en paz. Desde entonces, dicen, el lugar permanece tranquilo, aunque nadie se queda allí después de medianoche.

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Chicago, donde los fantasmas son obreros

No he tenido la oportunidad de ir a la capital de Illinois, que es Springfield. Como pasa en muchos estados, las capitales políticas rara vez son las ciudades más recordadas. Pero sí fui a Chicago, donde las leyendas más potentes no hablan de castillos ni de casas embrujadas, sino de obreros, huelgas y disturbios —lo cual es mucho más interesante—.

En el barrio Back of the Yards, cerca de los antiguos mataderos de Union Stock Yards, los vecinos cuentan que aún se oyen pasos y gritos en el viejo paso elevado ferroviario de Loomis Boulevard, donde ocurrió uno de los enfrentamientos más sangrientos de la huelga de Pullman de 1894.

Todo comenzó cuando George Pullman, magnate de los vagones de tren, construyó una ciudad modelo al sur de Chicago para sus empleados. Les ofrecía viviendas limpias y parques, pero también control: los salarios volvían a sus manos en forma de arriendos. Cuando la recesión de 1893 golpeó y los sueldos se redujeron, los arriendos siguieron igual. La frustración se convirtió en rebelión.

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El 11 de mayo de 1894, los obreros dejaron las fábricas y, pronto, el sindicato ferroviario nacional, encabezado por Eugene V. Debs, convocó un boicot masivo. En solo diez días, el 75 % de los trenes del país estaban paralizados. El presidente Grover Cleveland respondió enviando tropas federales a Chicago.

Poco después, el 7 de julio, las vías del Grand Trunk Railroad, justo en la calle 49 con Loomis, fueron escenario de una masacre: soldados dispararon más de cien rondas contra la multitud. Hubo al menos 20 muertos y decenas de heridos. Desde entonces, los vecinos dicen que en las noches sin viento se escuchan los pasos metálicos de quienes nunca dejaron de marchar. De esa tragedia nació, paradójicamente, una conquista: el Día del Trabajo en Estados Unidos.

Los guías de Chicago Hauntings Tours aseguran que en ese mismo paso elevado se aparece un jinete sin cabeza, quizá un soldado caído en los disturbios o el eco de otro accidente ferroviario de la época. No hay registros históricos de una decapitación, pero los lugareños insisten que el caballo y su jinete siguen cruzando el puente al caer la medianoche.

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Nueva York, ecos de la revolución

Cierro con historias de mi ciudad favorita, y empiezo por el Frances Tavern, uno de los edificios más antiguos de la ciudad, donde George Washington despidió a sus tropas tras la Revolución. Los guardias dicen que se oyen pasos de botas y el tintinear de copas cuando ya no hay nadie en el restaurante. El edificio ostenta el estatus de hito histórico y figura entre las atracciones recomendadas por la Revista Smithsonian como uno de los lugares patrióticos “más embrujados” de Estados Unidos.

En Washington Heights, por otro lado, se levanta la mansión más antigua de Manhattan, construida en 1765. Allí, George Washington instaló su cuartel durante la Guerra de Independencia, y más tarde Aaron Burr, tercer vicepresidente de Estados Unidos —célebre por matar a Alexander Hamilton en un duelo—, se casó en su salón principal.

Hoy, el lugar es famoso por sus apariciones. La BBC relató hace poco cómo visitantes han oído cantos espirituales en el sótano, donde alguna vez trabajaron Isaac y Hannah Till, un matrimonio esclavizado “alquilado” por Washington para cocinar durante la guerra. Según los guías, el espíritu de Isaac aún ronda la vieja chimenea donde preparaba las comidas del ejército.

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