Raul Antonio Díaz, un colombiano de 58 años, nunca se imaginó tener que volver a su país después de vivir 14 años en Venezuela. En 1999, fue desplazado por la violencia del municipio de Tiquisio, Bolívar, y no tuvo otra opción que llegar a un país desconocido para poder salir adelante. Ahora, volvió a Colombia con las mismas metas de millones de venezolanos que, al igual que él, se vieron obligados a salir de ese país. “Mi mayor sueño es tener una empresa de calzado, adquirir mis maquinarias, y generar empleo para dos o tres personas más”, dijo Díaz.
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Como él, son decenas de miles de migrantes que llegaron a Colombia con una gran disposición para trabajar, generar empleos, e incluso impulsar sus propios emprendimientos sostenibles y aportar al crecimiento económico de sus comunidades. Sin embargo, vincularse al sector formal ha sido una tarea casi imposible para ellos. Y es que los migrantes y refugiados son una de las poblaciones vulnerables que más barreras enfrentan para acceder al mercado laboral formal en Colombia.
Según cifras del DANE de 2020, la situación de los venezolanos era precaria: el 63 % percibía un ingreso mensual equivalente o menor a un salario mínimo, y solo el 9 y 3 por ciento cotizó a salud y pensión respectivamente. Otro estudio del Observatorio del Mercado de Trabajo y la Seguridad Social de Universidad Externado de Colombia, que recogió datos de los migrantes en el sector laboral desde 2014 hasta 2019, encontró que el 90 % de venezolanos que han llegado al país están en el sector informal o han creado puestos de trabajo con sus emprendimientos. Otras investigaciones sobre el tema encontraron que los migrantes trabajaban en promedio 50 horas semanales, frente a las 44 de los empleados colombianos.
¿Por qué es importante incluir a los venezolanos en el mercado laboral formal?
Las personas migrantes contribuyen al crecimiento inclusivo y al desarrollo sostenible de una nación, según cifras oficiales. En Colombia, por ejemplo, la economía y el gasto decreció menos debido a la migración que llegó en los últimos años, según un estudio de la firma Raddar. “El gasto de los hogares, sin contar los migrantes venezolanos, ascendió a $414,2 billones, mientras que si se le suma lo que han gastado estos extranjeros en ese período, esta cifra llega a los $430,8 billones”, se señala en el documento.
Otro estudio publicado en 2020 por ReliefWeb, el portal de información humanitaria más grande del mundo, señala que la población de migrantes regularizados el año pasado era predominantemente joven, con una educación moderada y lista para participar en la fuerza laboral.
“Más del 75 % está en edad laboral, y el 83 % de ellos ha completado al menos la educación secundaria. En comparación con la fuerza laboral colombiana, los migrantes recién regularizados son más jóvenes y más educados. Si se integran adecuadamente en la fuerza laboral, representan una cohorte productiva que podría contribuir al crecimiento económico y a aumentos de productividad en sus comunidades receptoras”, se lee en el informe de la organización.
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Para Hugh Aprile, director de País de Mercy Corps en Colombia, hay ejemplos concretos sobre cómo los venezolanos crearon emprendimientos en algunas zonas del país y contribuyen a la economía dando empleo a los colombianos. “Las ciudades que logren aprovechar al máximo la llegada de los migrantes van a ser las que más logren recuperarse económicamente una vez se supere la pandemia”, dijo Aprile.
¿Cómo apoyar a los venezolanos?
Hasta este jueves 17 de junio, 1.000.757 migrantes ingresaron al Registro Único de Migrantes Venezolanos (RUMV), uno de los primeros pasos para acceder al Estatuto Temporal de Protección, la ruta que diseñó el Gobierno Nacional para la regularización de más de 1,7 millones de ciudadanos venezolanos en el territorio colombiano por los próximos diez años. Esta medida no solo favorece a los migrantes al garantizarles el acceso a servicios esenciales de salud, educación, y a bienes y servicios básicos, también es una oportunidad para integrarlos a la vida productiva del país, y fortalecer la economía local.
Mercy Corps Colombia, a través del programa Un Pequeño Comienzo, realizó transferencias de efectivo multipropósito a 2.200 familias para apoyarlas en su proceso de crecimiento en su estancia en Colombia. La organización también apoyó a las pequeñas empresas afectadas por la pandemia para impulsar la recuperación económica de unos 265 negocios esenciales. De hecho, hace un mes, se llevó a cabo la ceremonia de graduación de 88 emprendimientos en los municipios de Astrea y Bosconia, Cesar, y en Manaure, La Guajira, que hicieron parte de este programa.
“Se reconoció la perseverancia y compromiso de los migrantes venezolanos, colombianos retornados y población de acogida que, a través del acompañamiento y el apoyo de Mercy Corps, pudieron lograr sus sueños, aumentar sus oportunidades, y encontrar en Colombia un mejor futuro. Los emprendimientos reconocidos van desde la pesca, negocios de comida rápida, peluquerías, tiendas de ropa, y hasta el diseño y venta de calzado”, se lee en un comunicado emitido por la organización.
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Carolina Rodríguez, gerente de Programa en Mercy Corps Colombia, le explicó a este diario el 16 de abril que más allá de la inclusión económica y laboral de los migrantes venezolanos, “tenemos que empezar a pensar en la inclusión en la comunidad y verlos como aliados y aliadas en el proceso (...) Con Caribe Afirmativo estamos apoyando un emprendimiento de un grupo de 14 mujeres, la mitad de ellas venezolanas, todas pertenecientes a la comunidad LGTBI. Ellas están montando una banda musical con la que empezarán a apoyar eventos cuando pase la pandemia”, aseveró.
Rodríguez agregó que en Cartagena también están trabajando con el Establecimiento Público Ambiental (EPA), el Sena y la Alcaldía de Cartagena apoyando unos emprendimientos verdes con un grupo de colombianos y venezolanos. “Lo bonito de estos proyectos es que no solo se trata de generación de ingresos, sino de las redes de apoyo que se crean a partir de estos grupos”.
Sobre los proyectos en Cartagena, María Alejandra Romero, coordinadora de Programa de Mercy Corps en esta ciudad, explicó que “actualmente tenemos nueve unidades productivas que ya recibieron capital semilla por parte de la organización. Tenemos proyectos de guianza turística, de siembra de manglares, y unidades productivas de reciclaje (...) La idea es mostrar estas iniciativas en el evento Colombia Encuentro Sostenible que vamos a estar desarrollando del 22 al 24 de julio en Cartagena”.
Romero explica que el objetivo es impulsar los emprendimientos de la población migrante en ciertos sectores de la ciudad con afectación medioambiental. “Se generó un plan de trabajo que consistía en visitar sectores establecidos por el EPA, estos lugares eran priorizados porque tenían afectaciones medioambientales graves, como la Ciénaga de la Virgen, Caño Juan Angola, y el Cerro de La Popa”.
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Les contamos las historias de algunos venezolanos que impulsaron sus emprendimientos en el país, y que sueñan con generar empleos y desarrollo. Raul Antonio Díaz y Yanelin Ramírez cuentan que llegaron de Venezuela con la meta de darle un mejor futuro a sus familias, y tener casa propia en Colombia.
Famiempresa de calzados Iris, el sueño de Raul Antonio Díaz
En 1999 fui desplazado del sur de Bolívar por la violencia. Duré un tiempito viviendo en Sincelejo, y de ahí viajé hacia Venezuela donde viví 14 años. Ahora, nuevamente, me tocó migrar a nuestro país, Colombia. Vivo en Bosconia (Cesar) porque gracias al señor Jesucristo he encontrado unos amigos que me ayudaron, y conseguí un pedacito de tierra donde, así sea con pedazos de plástico y láminas de lata, estoy viviendo, y aunque no tengo casa, no pago arriendo.
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Yo soy artesano y trabajo también en la construcción, pero no he podido trabajar en lo último porque aquí los programas de construcción son difíciles, entonces me dedico a hacer chanclas, sandalias, zapatos, y collares para mascotas. Todo eso yo lo sé fabricar, pero no tengo los recursos. Sin embargo, participé en el programa de Mercy Corps llamado Un Pequeño Comienzo, y ahora tengo la esperanza de tener una empresa de calzado que se va a llamar famiempresa de calzados Iris. Tengo una hija que se llama Iris, de 26 años, y de ahí sale el nombre de mi negocio.
Por ahora, le envié a un sobrino 200 mil pesos a Sincelejo y él me envió un poquito de materiales, y con eso he estado manejando la situación durante la pandemia. Ya llevo unos tres meses con ese material, y sólo hago unos cinco pares y salgo a la calle y los vendo. Ya un poco temblando porque se me está acabando lo poco que tengo.
¿A qué me dedicaba en Venezuela? A la construcción. Antes, en ese país sí se conseguía mucho trabajo. Tenía una buena casa, y en ese tiempo vivía muy bien, en el gobierno de Chávez. En su gobierno, los colombianos en Venezuela teníamos los mismos derechos que tenían los venezolanos; no nos negaban nada. Mis hijos estudiaban allá, e incluso recibí auxilio por parte del gobierno para construir mi casa. Lastimosamente me tocó migrar, y lo poco que había conseguido me tocó regalarlo porque el Bolívar no vale nada.
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Cuando viajé a Colombia, me vine con una hija mayor que estaba enferma. Lastimosamente se me murió, de 32 años de edad, por cáncer en el cuello uterino. Aunque los médicos en Venezuela quisieron ayudarme, ya no había solución. Nos regresamos a Colombia y como a los 15 días de estar aquí ella falleció.
Yanelin Ramírez, construyendo su emprendimiento de moda
Llegué a Colombia para lograr darle un mejor futuro a mis tres hijos porque la situación en Venezuela es crítica. En Caracas yo tenía una verdulería, pero lo que ganaba no me alcanzaba ni para un kilo de queso, para lo que sí me alcanzaba era para un kilo de harina pan, ese era mi sueldo.
Tengo una hija de 11 años, un niño de 9, y una bebé de 8 meses. Los dos mayores están en Venezuela porque aquí no les pude conseguir estudio. Ahora vivo con mi esposo y mi bebé acá en Astrea, Cesar, y estamos felices. Nos han tratado muy bien y nos gusta mucho. Mi esposo trabaja en mototaxi, y lo que yo gano al mes se lo envío a mis hijos, que son unos 100 mil pesos.
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Mi sueño más grande es emprender y tener mi propia tienda de ropa, y luego comprar mi casa. Me gustaría seguir aprendiendo sobre mi negocio para poder darle a mis hijos una mejor vida. La pandemia me afectó bastante porque las personas a las que les vendo dejaron de trabajar y no tenían cómo pagarme, y estaba un poco quieto. Pero ya he hecho dos o tres pedidos, ya arranqué otra vez.
Además, fui seleccionada en el programa de Mercy Corps llamado Un Pequeño Comienzo y eso me llenó de muchas cosas bonitas, de enseñanzas que me ayudaron a entender cómo manejar el negocio. Me sentí muy feliz porque de 400 personas, seleccionaron 100, y yo entré en los primeros 17 seleccionados. Felices de que fuéramos a aprender tanto. Luego, empecé a vender ropa por catálogo; yo les envío fotos de la ropa por WhatsApp, y las clientes hacen el pedido. Ellas siempre quedan muy satisfechas.