Hace cuatro años gran parte de la sociedad colombiana estaba de acuerdo con la necesidad de recuperar las relaciones diplomáticas, consulares y comerciales con Venezuela, así como con la normalización de los pasos fronterizos y el establecimiento de canales de comunicación con el régimen de Nicolás Maduro, no porque los colombianos simpatizaran con el chavismo sino porque la confrontación generó serias afecciones a los habitantes de la zona y complejizó el manejo de la seguridad. En las elecciones presidenciales de 2022, solo un candidato se opuso a reestablecer las relaciones con el vecino más importante de Colombia, los dos que pasaron a segunda vuelta estaban de acuerdo con recuperar la relación.
Construir una relación con Venezuela era quizá, para ese momento, el tema más importante de la política exterior del país. No obstante, la administración del elegido presidente Gustavo Petro partió de un mal diagnóstico de la situación.
Primero, interpretó la relación desde la polarización política y asumió las narrativas del chavismo como propias, a pesar de que la ruptura de relaciones y los cierres de frontera fueron causados por el régimen de Maduro, transfirió las responsabilidades a su antecesor Iván Duque.
Segundo, no estableció condiciones al régimen chavista para retomar la relación, a pesar de que existía un contexto favorable para apalancar las posiciones del Estado colombiano frente al complejo gobierno del país vecino.
Tercero, no se edificó el consenso en la sociedad colombiana para fijar los objetivos de la recomposición de la relación bilateral, se priorizaron los intereses comerciales y la negociación de la denominada “Paz Total”, en lo referente a la negociación con el ELN, sobre los demás intereses.
Y finalmente, no se nombró un responsable. La falta de liderazgo en la cancillería y el nombramiento de Armando Benedetti como primer embajador de Colombia en Venezuela evidenciaron la desidia con la que se abordó el tema.
En otras palabras, desde el principio la administración Petro no realizó un diagnosticó adecuado, no definió las condiciones mínimas para la relación, tampoco identificó los objetivos del Estado colombiano, ni nombró a los responsables idóneos para desarrollar la difícil tarea de mantener la relación con un régimen dictatorial como el venezolano.
La falta de una política para el desarrollo de la relación bilateral se ha reflejado en el azaroso abordaje de la crisis venezolana. A pesar de los intentos del presidente Petro por querer jugar un papel relevante, la falta de una estrategia y la diplomacia de redes sociales han limitado el rol del Estado colombiano.
En abril de 2023 Petro promovió una cumbre que fracasó al no lograr una declaración conjunta. Además, el entonces canciller Álvaro Leyva emitió un comunicado con posiciones personales que contrarió a varios de los países participantes.
En medio del fraude electoral del 28 de julio de 2024, las declaraciones del gobierno Petro fueron aún más caóticas. Por un lado, el canciller Luis Gilberto Murillo se negaba a reconocer los resultados publicados por los detentadores del poder en Venezuela, mientras que el jefe de Estado hacía publicaciones en redes sociales promoviendo nuevas elecciones y la conformación de un gobierno de transición con alternancia semejante al Frente Nacional colombiano.
Ante el reconocimiento de María Corina Machado con el Premio Nobel de Paz 2025 por el Comité Noruego, la respuesta del gobierno colombiano ha resultado nuevamente desorientada. La canciller Rosa Villavicencio (cuarta persona en el cargo) cuestionó el otorgamiento del reconocimiento a la lideresa opositora por sus posiciones respecto a la presencia de tropas norteamericanas en el sur del mar Caribe, mientras propuso el asilo a Nicolás Maduro y una transición. Entretanto, el presidente planteó una amnistía a la dictadura y retomó la idea de un gobierno de alternancia.
Frente a la crisis venezolana las posiciones de la administración de Gustavo Petro han dejado la impresión de que no hay política ni estrategia, y que las declaraciones de los altos representantes en la política exterior responden a la coyuntura, al estado anímico y al temperamento del presidente Petro y no a las necesidades del Estado colombiano.
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