El esperado encuentro entre el presidente Luiz Inácio Lula da Silva y el presidente Donald Trump tuvo lugar en Kuala Lumpur, en el marco de la Cumbre de la ASEAN. La delegación brasileña estuvo compuesta por el presidente Lula; el ministro de Relaciones Exteriores, Mauro Vieira; el titular del Ministerio de Desarrollo, Industria, Comercio y Servicios, Márcio Elias Rosa; y el diplomático Audo Faleiro, integrante del equipo del asesor especial de la Presidencia, Celso Amorim.
Por parte de Estados Unidos, acompañaron al presidente Trump el secretario del Tesoro, Scot Taylor, y el representante de Comercio, Robert Jamieson.
La reunión, que se extendió durante aproximadamente cincuenta minutos, marcó una reaproximación tras la peor crisis en dos siglos de relaciones bilaterales. El tono fue diplomático, cordial y constructivo. El presidente Trump destacó su admiración por Brasil y por la trayectoria política de Lula, subrayando la resiliencia del mandatario brasileño, quien, después de dos mandatos y un período de prisión, volvió a ser elegido para un tercer mandato.
El diálogo se centró en los temas económicos y comerciales. Lula solicitó la suspensión de las altas tarifas impuestas al Brasil en agosto de 2025, consideradas injustas, dado que el país no mantiene un superávit comercial con los Estados Unidos. También pidió la revisión de la aplicación de la Ley Magnitsky a determinadas autoridades brasileñas, entre ellas el magistrado Alexandre de Moraes, señalando que tales medidas no contribuyen al fortalecimiento institucional ni a la confianza mutua.
En un momento de la conversación, Trump preguntó a Lula sobre la actuación del Supremo Tribunal Federal. El presidente brasileño respondió que, en Brasil, se respeta la autonomía del Poder Judicial, que los acusados contaron con un amplio derecho de defensa y que no hubo persecución política. Explicó, además, que se hallaron pruebas contundentes de intentos de golpe institucional, lo que justificó la firmeza de las medidas adoptadas.
La reunión transcurrió en un ambiente de respeto y franqueza. Ambos mandatarios manifestaron interés en realizar visitas oficiales recíprocas. Al término del encuentro, instruyeron a sus equipos técnicos a establecer un cronograma para las negociaciones bilaterales, lo que demuestra la voluntad de dar celeridad al proceso de distensión. Analistas diplomáticos destacaron que este gesto revela la importancia del encuentro tanto para el Brasil como para los Estados Unidos, en un contexto en que el presidente norteamericano enfrenta presiones del Congreso por las tarifas aplicadas a Canadá y a Brasil.
De esta reunión pueden extraerse varias conclusiones relevantes. En primer lugar, la diplomacia brasileña actuó con profesionalismo y dentro de los canales institucionales adecuados. En segundo lugar, la reunión confirmó una etapa de distensión y pragmatismo, basada en el reconocimiento mutuo de la capacidad de liderazgo de ambos presidentes.
Lula aprovechó la ocasión para ofrecer a Brasil como posible mediador en un eventual acercamiento entre Estados Unidos y Venezuela, siempre que ambas naciones lo consideren conveniente. Subrayó que Brasil promueve la paz, el diálogo y el entendimiento entre los pueblos, defendiendo la autonomía y la soberanía de América del Sur.
Este gesto generó alivio en la región, pues constituyó una forma diplomáticamente elegante de advertir que una intervención militar norteamericana en América del Sur —zona históricamente considerada de paz— sería preocupante. La última acción bélica de una potencia en el continente data de la Guerra de las Malvinas, en 1982.
Lula logró equilibrar, con habilidad, una política económica y comercial pragmática con una política exterior orientada a la defensa de los intereses regionales. No fue una tarea sencilla: debía mantener abiertas las puertas del diálogo con Washington sin renunciar a los principios de soberanía y cooperación que guían la diplomacia brasileña contemporánea.
En síntesis, tanto el presidente Lula como el presidente Trump hicieron bien la tarea. La conversación era justa y necesaria, y permitió reducir tensiones acumuladas en los últimos años.
Es posible que el encuentro haya disipado las expectativas del exdiputado Eduardo Bolsonaro y de sus aliados respecto de un apoyo incondicional de la Casa Blanca al expresidente Jair Bolsonaro. Por otra parte, la crisis provocada por el “tarifazo” terminó reforzando la popularidad de Lula dentro y fuera de Brasil, al proyectar la imagen de un líder firme, abierto al diálogo, pero defensor de los intereses nacionales.
Será fundamental seguir de cerca el avance de las negociaciones técnicas entre ambos países en las próximas semanas. Sin embargo, el balance inmediato es positivo: el reencuentro de hoy devolvió un tono de civilidad y esperanza a las relaciones entre Brasil y Estados Unidos.
En tiempos complejos para la política internacional, donde el aislamiento y la desconfianza predominan, la gran vencedora del día fue la diplomacia.
El gesto de Kuala Lumpur, sereno, pero simbólico, reabre caminos de cooperación y diálogo y demuestra que, incluso en días difíciles, la esperanza puede renacer con un apretón de manos.
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