Desde su campaña y tras su llegada a la presidencia, Donald Trump declaró repetidamente que en “24 horas logrará la paz en Ucrania” y que haría lo mismo en Gaza. Hasta el momento, a siete meses de iniciada su presidencia, ambas guerras aún arrecian, a pesar de los ingentes esfuerzos de la Casa Blanca por ponerles fin. El último intento fue la cumbre en Alaska con su par ruso, Vladímir Putin, y en el Salón Oval con Volodímir Zelenski y líderes europeos.
En una coyuntura en la que se reanudaron las guerras entre Estados tras un largo interregno —pues para evitarlas está construido el sistema internacional—, Trump ha logrado acuerdos de paz o treguas en guerras menos mediáticas, pero guerras al fin y al cabo. Según el listado de la Casa Blanca, son siete los conflictos en los que Washington ha mediado positivamente: Congo-Ruanda, India-Pakistán, Israel-Irán, Camboya-Tailandia, Azerbaiyán-Armenia, Egipto-Etiopía y Kosovo-Serbia. Lo anterior, en teoría, es digno de un Nobel.
El primer acuerdo, firmado el pasado 27 de junio en la Casa Blanca entre la República Democrática del Congo —un Estado fallido— y Ruanda —un país que se levantó tras el genocidio de 1994—, pone fin a décadas de confrontación en la región oriental del Congo, rica en minerales, en la que grupos rebeldes han disputado por años su control. Para el acuerdo primó el pragmatismo: terminar la guerra con garantías estadounidenses sin tomar en cuenta elementos de justicia sobre violaciones a los derechos humanos, lo que siempre dificulta la resolución de conflictos. El acuerdo es precario e incluye acceso favorable a empresas de Estados Unidos para la explotación de minerales.
Fue Trump quien, sin duda, puso fin a la guerra entre Irán e Israel, “la guerra de los doce días”, la cual concluyó con el bombardeo de la Fuerza Aérea de Estados Unidos a los reactores nucleares iraníes de Fordow, Natanz e Isfahán. Tras estos ataques, el mandatario forzó un cese al fuego entre esos dos enemigos. Lejos de un acuerdo de paz, pero sí fin a las hostilidades.
Quizás el más sostenible en el tiempo es el acuerdo de paz firmado igualmente en la Casa Blanca entre dos viejos contendientes del Cáucaso: Azerbaiyán y Armenia. Aunque la guerra ya había terminado en 2020 con la contundente victoria de los azerbaiyanos, faltaba rubricar la paz definitiva, que incluía establecer un corredor en suelo armenio que uniera los dos territorios discontinuos de Azerbaiyán. Este corredor será monitoreado por fuerzas estadounidenses. Moñona a tres bandas para Trump, que además de la paz se asienta en la zona del patio trasero de Moscú.
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El último cese al fuego mediado por la administración Trump, el pasado 28 de julio, fue entre Tailandia y Camboya, tras una guerra de varios días que dejó decenas de muertos y miles de desplazados en ambos países. Trump forzó la tregua con su arma preferida: los aranceles comerciales.
Sobre los otros tres acuerdos de cese al fuego no hay claridad sobre cuál fue el rol que jugó Estados Unidos. En el caso de India-Pakistán —una escaramuza más de la confrontación sobre la región de Cachemira, que arrancó con la independencia de ambos Estados en 1947, sin solución a la vista y que en cualquier momento puede volver a estallar— fue el primer ministro de Pakistán, Shehbaz Sharif, quien agradeció a Trump y lo nominó al Nobel de Paz, mientras que Delhi negaba que el neoyorquino hubiese tenido rol alguno.
Nada mal récord para un presidente que no pareciera pertenecer a la estirpe de los promotores de paz. Sin embargo, si la consigue en Ucrania y en Gaza, será sin duda merecedor del premio Nobel, eso sí, si el comité noruego, superando posibles prejuicios, se lo otorga.
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