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La pandemia se va al campo

Armando Montenegro
06 de septiembre de 2020 - 05:00 a. m.

Aunque este no es el momento para hacer el balance del manejo de una pandemia que todavía está en marcha y cuya terminación ni siquiera está a la vista, desde ahora se puede decir que el sistema de salud de las principales ciudades de Colombia ha soportado relativamente bien la emergencia y que seguramente, aun con algunos rebrotes, lo seguirá haciendo bien en los próximos meses, mucho mejor, incluso, que los de algunos países de la región con mayores recursos.

Sin embargo, existen temores por lo que pueda suceder en muchos municipios del país donde todavía no se han presentado casos de COVID-19 o donde el número de enfermos ha sido reducido, gracias a las duras y prolongadas cuarentenas y, especialmente, al aislamiento originado por la suspensión del transporte por carretera y, en menor medida, por las medidas draconianas que han tomado algunos alcaldes, entre las cuales se cuentan los pico y cédula, pico y género, y toques de queda (estas medidas, favoritas de algunos de los dictadorzuelos locales, según los expertos, tienen un escaso impacto sobre el control de la transmisión del virus).

El reverso de la moneda del orgullo de muchos alcaldes por sus bajas cifras de muertos y contagios es el fuerte impacto de las cuarentenas sobre sus municipios. Sus economías han sufrido serios perjuicios y se han elevado el desempleo y la pobreza de sus habitantes. Pero los más perjudicados han sido los jóvenes en edad escolar, quienes, sin asistir a las aulas y sin socializar durante casi un semestre, tampoco han podido recibir clases por medios digitales, dada la escasez de servicios de internet en sus localidades y la falta de computadores, tabletas y teléfonos inteligentes en sus hogares. Los expertos coinciden en que el daño para su formación cognitiva puede ser de largo plazo, motivo por el cual recomiendan, en lo posible, el pronto regreso a las clases presenciales con las protecciones sanitarias adecuadas.

Las cuarentenas tuvieron una clara finalidad en las grandes ciudades. Con ellas se reprimía el crecimiento de la pandemia, a sabiendas de que se causaba un daño notable sobre las economías y el bienestar de las personas, pero así se ganaba tiempo para equipar sus hospitales de UCI y respiradores, algo que, en efecto, se hizo razonablemente bien. Fue una costosa estrategia para evitar el desborde de los hospitales y salvar así muchas vidas.

En cambio, en los pequeños municipios, si acaso dotados de hospitales de menor complejidad, sin posibilidades de equiparse de UCI y respiradores, los alcaldes impusieron duras medidas únicamente para demorar la inevitable llegada del virus por la impostergable liberación del movimiento de personas y mercancías, un momento a partir del cual, seguramente, crecerán las infecciones y las muertes. En otras palabras, cometieron el pecado sin el beneficio del género.

Ante esta realidad, es necesario que, con una visión panorámica, las gobernaciones y el Gobierno Nacional tomen medidas para minimizar el impacto de la esperada llegada plena de la pandemia a estos municipios. Se debe prever dónde y cómo se van a tratar los infectados de aquellos sitios hasta ahora aislados, que requieran de servicios hospitalarios en UCI. De la forma como se aborde este desafío dependerá buena parte del éxito en el manejo de la próxima fase de la pandemia en Colombia.

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