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La vía de las armas y el infierno

Arturo Guerrero
16 de octubre de 2020 - 03:00 a. m.
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Si de verdad se quiere una política sin armas, es necesario que cada bando rechace como ideología una política con armas. Y si se rechaza una política con armas, cada bando debe reconocer que hizo y tal vez sigue haciendo una política con armas.

Antes que la crítica a las armas, hay que hacer la crítica a la idea de la que emana el uso de las armas. Porque el dedo que espicha el gatillo está comandado por la cabeza, y la cabeza obra siguiendo el libreto de unas ideas.

En el larguísimo conflicto armado colombiano se han pactado armisticios, ceses del fuego, acuerdos para finalizar la guerra. Pero ningún jefe político o militar ha abjurado de las ideas que lo llevaron a eliminar al adversario. Ninguno ha castigado a Clausewitz ni a Marx, como motores del exterminio ajeno por causas altruistas.

Por eso se deponen las armas, se les hacen monumentos o contramonumentos, se bautiza de héroes a los soldados, pero no se cauteriza la arteria que sigue botando sangre como espuma. Por eso no tarda en firmarse la paz, cuando caen los primeros muertos y se rearman los sobrevivientes como disidencias.

Esos consecutivos muertos atascan las tumbas NN de los pueblitos perdidos y engruesan los tomos con panegíricos a los prohombres víctimas de magnicidio. Ninguno de los ejércitos se saca de los hombros los fusiles. La sabiduría indica que en este país la guerra siempre sigue a la posguerra.

Vale la pena repetir el gemido de Albert Camus al recordar el alistamiento en alguna de las huestes: “Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría”. Esa necesidad de muertos se siembra como dogma en los cerebros y se espesa en los campos como obediencia, sevicia o desquite.

¿Quién mató primero? ¿Qué descubridor, conquistador, general, comandante guerrillero o paramilitar dio la orden inicial, que los demás han tratado de lavar, vengar o superar con una contraorden? Este el asunto que la verdad quiere aclarar y que demorará los años de Matusalén.

Entre tanto es de urgencia parar la hemorragia. Los históricos dueños de todo tendrán que destapar la porquería bajo sus alfombras y admitir que los privilegios están en la base de las guerras y violencias. Antes que destruir las espadas, convendrá quemar las cruces que bendijeron el oprobio y justificaron la aniquilación.

Los también históricos reclamantes de todo han de bajar el volumen al encomio del martirologio y del sacrificio de los compañeros. Convenir que las guerras de liberación han sido factor del desarrollo geométrico en el armamentismo de quienes tienen los millones, la tecnología y el espionaje.

Reflexionar que la vía de las armas ha llevado al infierno que somos, según lo reconoce el jefe de la guerrilla pacificada. Conocer la historia de esa vía: las barbaries del estalinismo, el colapso económico y humano del socialismo realmente existente, el atornillamiento en el poder de los déspotas de izquierda en estos trópicos.

Derecha e izquierda le deben al país un mea culpa hondo. Sin eso, polos seremos y polarizados moriremos.

arturoguerreror@gmail.com

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hernando(26249)16 de octubre de 2020 - 06:15 p. m.
Si. Arturo. Matar es instintivo pa muchos: por placer, con las ideas como excusa. Civilizar es controlarlos. “Por qué la guerra “ de Freud lo explica bien
Atenas(06773)16 de octubre de 2020 - 01:26 p. m.
¿Y bastará con ese mea culpa entre los partidos, en todas sus gamas, pa entrar a una Arcadia? Estos no son más q' fichas, más menos corruptas o no, en un macabro juego de ajedrez empotrado en ese centralismo feroz q' aun carcome y disuelve a nuestro Estado. El magnicidio de AG y los otros cinco crímenes delatados, el de LCGS, el indigno acuerdo, son claras formas de perpetuarlo.

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