La historia reciente de Colombia está bañada en sangre como pocas otras de la modernidad.
Pocos países, en efecto, han sufrido una barbarie comparable. Porque a pesar de todos los ataques terroristas que han sacudido el mundo actual (bombas en aeropuertos y en conciertos de música popular, explosiones en estaciones de metro y asaltos en hoteles de lujo, más atentados en calles peatonales y templos religiosos), que atrapan la atención del público mediante titulares de noticieros, diarios y revistas, lo cierto es que ese tipo de delito atroz, para el asombro de muchos, se ha reducido con el progreso de la humanidad de manera innegable.
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