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Propiedad Intelectual y Anonymous

Juan Francisco Ortega
09 de marzo de 2016 - 05:07 a. m.

El domingo pasado, la plataforma digital de la Maestría en Propiedad Intelectual de la Universidad de los Andes –y, posteriormente, otros sitios web de la universidad- fueron atacados. Las mismas, fueron inutilizadas temporalmente y, en su lugar, fueron colgados los manifiestos del grupo Anonymous.

Desconozco la razón del ataque pero, imagino, que se debe a la concepción que este grupo de hackers tiene de la propiedad intelectual, y más concretamente, de los derechos de autor. Para ellos, siguiendo el discurso libertario, la propiedad intelectual y el derecho son barreras, impedimentos que evitan la “libre” difusión de la cultura. Son partidarios de la cultura del “compartir”. La creación cultural, al contrario de la tradicional, se genera en una “economía de la abundancia”, no en una “economía de la escasez”. Si tenemos una manzana y me como una manzana, no tenemos manzana. Si tenemos un libro y lo copiamos, tenemos dos libros. Cualquier derecho sobre la manzana, señalan, tiene sentido. Sobre el libro, no. Todo ello, por supuesto, adornado por los intereses de las grandes multinacionales que controlan el negocio cultural y someten a los ciudadanos. En un párrafo, este podría ser el resumen.

Tras esta realidad se esconde un profundo desconocimiento, cuando no intereses ya poco velados, acerca de la propiedad intelectual. Nadie puede estar en contra de “compartir” ni de la “libertad”. Es el uso maniqueo de las palabras. Lo que Wittgenstein llamaría los “hematomas” del lenguaje. Cuando los libertarios hablan de “libertad”, en realidad, de lo que hablan es de “gratuidad”. Cuando hablan de “compartir”, en realidad, de los que hablan es de “no retribuir” a quienes hacen el trabajo y generan las obras culturales. Debe existir un equilibrio. Y es aquí donde está el problema.

La propiedad intelectual es un equilibrio. Y en ella encuentra su sentido. Sólo los fanáticos de la propiedad intelectual –que los hay- o los libertarios –aquellos que abogan por la eliminación de la propiedad intelectual como fuente de una pretendida liberación de la cultura- lo niegan. Los autores, los inventores, los creadores en general, deben estar protegidos para que puedan generar obras de calidad, vivir de su trabajo y contribuir al acervo cultural nacional. No obstante, estos derechos deben estar equilibrados para que los derechos constitucionales como la libertad de información, la educación o el derecho a la cultura no se vean perjudicados. Y para ello están los límites y excepciones a los mismos previstos en la ley. En Colombia, la realidad, tal y como hemos criticado en multitud de ocasiones en foros académicos, es muy imperfecta. Y una reforma de la Ley 23 de 1982 sobre derechos de autor es inaplazable. Es necesario un refuerzo de los límites y de las excepciones, un aumento de las bibliotecas públicos que faciliten el acceso cultural a los ciudadanos –y compensen adecuadamente a los autores-, un límite que permita la parodia sin incertidumbre jurídica, tal y como acontece ahora, al igual que mil y otro extremos.

Los países con los sistemas de propiedad intelectual más robustos son los más desarrollados. Y lo segundo es consecuencia de lo primero y no al revés. La constitución norteamericana, que en comparación con las modernas es un pliego grande en el que se recogen los derechos más básicos, incluyó la protección de las ciencias y las artes. Y lo hicieron porque sabían que en ello les iba el futuro. Si la eliminación de la propiedad intelectual fuera el camino, los países que no tienen estos sistemas, o que los tienen de manera únicamente formal, serían referentes culturales mundiales por sus grandes producciones cualitativas. Y no lo son.

Ello no implica que el régimen de propiedad intelectual sea ideal. Tampoco que deba quedarse como está. A muchos de nosotros, y en el entorno académico no es un secreto que es mi caso particular, nos indigna el alcance de la protección que se otorgan a algunas patentes de medicamentos así como, en la práctica, la casi imposibilidad de imponer licencias obligatorias a sus titulares cuando, poniendo como rehenes la vida de los ciudadanos, imponen precios abusivos que los estados casi no pueden pagar. Algunos de ellos, como Colombia, se han dejado someter. Otros, como Brasil, Sudáfrica o India, no. No obstante, la solución no es acabar con las patentes, que fundamentan el desarrollo de los medicamentos –nos guste o no- sino establecer el equilibrio correspondiente.

Hace unos años, cuando las redes P2P estaban en su apogeo y las compañías telefónicas vendían enormes anchos de banda para este cometido, financiaban este discurso que defendía la vulneración de los derechos de autor y el principio de neutralidad de la red. El negocio les iba en ello. Hoy, cuando los sistemas de pago han triunfado como sistema de “distribución” de contenido digital –Netflix, Spotify, etc..-, ya no financian este discurso, abogan por la protección de los derechos y se muestran contrarios al principio de neutralidad de la red. La propiedad intelectual siempre defendió lo mismo, la protección de los creadores para que sigan creando y la neutralidad de la red en la explotación de los contenidos digitales: Los datos de un correo personal deben tener la misma prioridad que los datos que configuran el último capítulo de House of Cards y los terriblemente atractivos Underwood.

Esto es, quizá, lo que Anonymous debería comprender, dejando de atacar a quienes, únicamente, defendemos desde el pensamiento la mejora de normas imperfectas que desarrollen, más y mejor, la cultura, la tecnología y el acceso de las obras a todos. La solución no es eliminar la propiedad intelectual sino mejorarla. Pero claro, para ello, hay que leer algo más que los foros libertarios en Internet.

@jfod

El autor es Profesor de la Planta y Director de la Maestría de Propiedad Intelectual de la Universidad de los Andes.


 

 

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