El presidente Gustavo Petro afrontará los últimos siete meses de su gobierno, el primero de izquierda pura en Colombia, rodeado por no más de seis funcionarios de su entera confianza, que le hablan al oído, ejecutan sus órdenes y manejan su agenda. Aunque inició su mandato con un equipo amplio que combinaba a los petristas “purasangre” con los funcionarios técnicos y las fichas de los partidos tradicionales, cerrará su paso por la Casa de Nariño con un círculo de confianza reducido y envuelto en una maraña de rumores, traiciones y peleas que nunca pudo desenredar.
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El episodio más reciente de esta serie de rupturas internas, protagonizado por los malos manejos y los intereses políticos en el Fondo de Adaptación, reorganizó el organigrama de poder en Palacio y demostró que el presidente no quiere tomar partido oficial por ninguno de sus funcionarios. Sin embargo, según le dijeron fuentes de la Presidencia a El Espectador, el jefe de Estado sí está preocupado por la falta de unidad en su personal y porque hay entidades en las que aún no hay sintonía con sus propuestas de cambio.
De los más de 30 altos funcionarios del Gobierno (la vicepresidenta, 19 ministros, seis directores de departamento administrativo y otros seis consejeros o altos asesores de Presidencia), esto sin sumar a los cientos de directores de entidades del sector central, apenas tres controlan las movidas del corazón del Ejecutivo. Además, de esta tríada hay dos que parecen hacer llave en todas las decisiones mientras el otro va por un camino diferente, lo que inevitablemente terminó en otro punto de fricción interna.
La dupla la conforman el ministro del Interior, Armando Benedetti, y la directora del Departamento Administrativo de la Presidencia (Dapre), Angie Rodríguez. Ella llegó a estar con un pie afuera del gobierno por contradecir al presidente en el nombramiento de José Alexis Mahecha en un alto cargo del Ministerio de Hacienda, pero su cercanía con Benedetti, otros ministros y hasta con varios congresistas la ayudaron a afianzarse. En este episodio, tanto ella como el jefe de la cartera política cargaron contra otros funcionarios a los que señalaron de querer afectar sus posiciones.
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Uno de ellos es el tercer alfil de mayor confianza del mandatario en este momento, su jefe de despacho, José Raúl Moreno. Aunque llegó como aliado de Rodríguez, se distanció de ella en medio del pulso por el control de la agenda de Petro. La pelea llegó al punto de que ambos no podían compartir espacios de trabajo, pero al final, según le dijo a este diario un integrante del gabinete, se organizaron varias reuniones para dejar claro el papel de ambos junto al jefe de Estado.
Si bien Angie Rodríguez no salió de la Casa de Nariño, lo que demuestra que el presidente la sigue respaldando, Moreno también ha sido empoderado en las últimas semanas. De hecho, el pasado jueves su hoja de vida fue publicada en el portal de aspirantes para que asuma como jefe de despacho en propiedad, pues hasta el momento cumple ese rol en calidad de encargado. Además, se ha ganado un asiento fijo en el avión del presidente para acompañarlo en todos sus viajes y un puesto clave en reuniones de alto nivel, como los consejos de paz y seguridad.
Moreno también está pendiente de que todo salga bien en las intervenciones del presidente e incluso, según conoció este medio, les da línea a varios asesores de la entidad encargados de temas como la seguridad presidencial y la comunicación. Solo por poner un ejemplo, el jefe de despacho fue el director tras bambalinas de la reciente rueda de prensa del mandatario —figura poco común en esta administración— en la que denunció posible corrupción en la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (Dian).
El otro funcionario contra el que apuntaron Rodríguez y Benedetti es Carlos Carrillo, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd). Tras las revelaciones de El Espectador sobre ruidos de corrupción en el Fondo de Adaptación, la directora del Dapre, quien también es gerente encargada del Fondo, apuntó contra Carrillo, cuestionándolo por baja ejecución y otras irregularidades durante su paso por esa entidad. Él respondió acusándola a ella y a Benedetti de fraguar un ataque político en su contra y, puntualmente, diciendo que el ministro está detrás de una “repartija burocrática” del Fondo.
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Este caso ratificó que el presidente Gustavo Petro ha sufrido un problema casi que estructural y que no ha podido solucionar: el fuego amigo en sus filas. Y es que a esta pelea se suman las de Benedetti con Laura Sarabia, Augusto Rodríguez, Gustavo Bolívar, Francia Márquez, Eduardo Montealegre, Alfredo Saade y otros. Ahora bien, es claro que este inventario deja a Benedetti como uno de los principales focos de discordia en el gobierno, pero que a pesar de todas las peleas mantiene la confianza del mandatario. De hecho, según voces del Gobierno, tanto él como Carrillo, Rodríguez y Moreno mantendrán sus cargos, con lo cual se replica una estrategia de firmar pactos de no agresión y seguir adelante, lo cual no implica que el fuego se haya extinguido.
El pequeño “consejo real” de Petro lo completan el mencionado Augusto Rodríguez, director de la UNP; Jorge Lemus, director de la DNI; y Germán Ávila, ministro de Hacienda. Los tres comparten una amistad de vieja data con el mandatario, pues lo han acompañado en varias de sus apuestas políticas e incluso se conocen desde la militancia en el M-19.
Rodríguez, quien acompañó a Petro en su paso por el Congreso y lo apoyó en varias de sus investigaciones, hoy es uno de los hombres claves de su seguridad, pues, según fuentes de Palacio, hombres de confianza del director de la UNP controlan el primer anillo de seguridad del jefe de Estado. Lemus está a cargo de los temas espinosos relacionados con inteligencia, pero además ha recibido el guiño del presidente para avanzar en misiones reservadas de su política de paz total, pues incluso hace parte de las mesas de diálogo con algunas bandas.
Finalmente, Petro ha dejado en manos de Ávila uno de los factores cruciales para el resto de la administración, el de los recursos para mantener a flote sus programas. El ministro se echó al hombro la aprobación del presupuesto de 2026, que incluía una reforma tributaria por COP 16 billones que el Congreso le negó. Sin embargo, con la venia del presidente, ahora lidera la apuesta de buscar ese mismo monto a través de un decreto de emergencia económica que se conocería en las próximas horas y ya tiene corriendo a la oposición y hasta a los magistrados de la Corte Constitucional.
El ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, merece una mención aparte, pues si bien es cierto que es otro de los amigos más cercanos de Petro, en los últimos meses ha cedido su protagonismo en Palacio, en parte porque muchos creen que su influencia se da a través de Angie Rodríguez. Lo cierto es que tanto él como Ávila son los que están en primera fila para encargarse de varias funciones presidenciales cuando el mandatario está fuera del país.
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Que este grupo sea tan reducido y que Petro haya perdido en el camino a varios de sus alfiles, por diferencias o por los líos judiciales —sus exministros de Hacienda e Interior fueron enviados a la cárcel, mientras uno de sus mejores amigos, Carlos Ramón González, está prófugo por el caso de la Ungrd— aviva las versiones de que el presidente se quedó sin respaldo para rematar su gobierno. “Yo siento que está muy solo. Yo siento que el presidente quisiera poder entregar más, darle más resultados al país. Pero el tiempo ya se acabó”, le dijo a este diario Carlos Carrillo.
Según Angie Rodríguez, no se trata de que esté solo o aislado, sino de que es un hombre que “se toma sus espacios”, pero que ahora es más común verlo con una agenda constante y demostrando su gestión en las regiones. Por su parte, el ministro Benedetti, al ser consultado por El Espectador al respecto, respondió, de manera jocosa, que no puede decir que Petro está solo porque él lo acompaña.
Sin embargo, en las bases del petrismo hay preocupación porque no parece haber una solución a la vista para apagar el fuego amigo y, más que eso, porque esas mismas peleas amenazan varias promesas y programas con los que la izquierda se eligió en 2022 y por los que, seguramente, su electorado pedirá cuentas en los comicios de 2026.
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