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La disputa por la atención y la emoción: la política 24/7 que rige el accionar de Petro

El fenómeno de la espectacularización de la política busca generar impacto inmediato a través de la movilización de pasiones. La transmisión en directo de eventos gubernamentales, como los consejos de ministros, también es un reflejo de la falta de espacios reales de participación popular.

Daniela Cristancho

24 de marzo de 2025 - 08:03 a. m.
El primer consejo de ministros televisado evidencia lo que algunos autores argumentan es la sobre dimensión de las emociones.
Foto: Viviana Velásquez
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Sentados en la sala de prensa de la Casa de Nariño, que lleva el nombre de la fallecida periodista Diana Turbay, quienes cubren todos los movimientos del jefe de Estado tenían caras de preocupación. Discutían lo que, para ellos, ponía fin al único momento de pausa en los viajes con el presidente Gustavo Petro: la instalación de wifi en el avión presidencial. Viajar con un mandatario que tiene un promedio de 24 trinos diarios y usa las redes para socializar decisiones claves y decretar posturas gubernamentales implica que quienes tienen el trabajo de registrar las noticias relacionadas con él estén sintonizados casi las 24 horas del día, con una excepción: el tiempo que dura el vuelo desde Bogotá hasta el destino final.

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Ahora, el presidente, en aire o en tierra, no se desconecta del debate público. Sus intervenciones en redes son constantes, sin importar la hora ni el contexto. Ejemplo de ello es el trino de las tres de la mañana de un domingo que desató una crisis diplomática con Estados Unidos. La única manera en que parece desvanecerse momentáneamente es cuando enfrenta una crisis o cuando se escuda tras la noción de estar en “agenda de gobierno”, una expresión que nadie se molesta en aclarar qué significa.

Pero la máquina de la política que funciona 24/7 va más allá de las tormentas de trinos. La presidencia de Petro se ha caracterizado por potenciar el uso de la imagen y marcar la agenda mediática, algo que cobra especial relevancia en la recta final de su Gobierno. Aunque sus antecesores también han utilizado su último año en la Casa de Nariño para impulsar la continuidad de sus proyectos políticos, Petro ha asumido esta tarea con sus manos, sin intermediarios. Saltándose a los medios, lo hace directamente a través de sus redes sociales. Todo esto se traduce en estrategias como transmitir en vivo sus discursos en las regiones y luego retransmitirlos en horario prime time, desarrollar los consejos de ministros en directo frente a las cámaras y, cada tanto, emitir alocuciones en televisión nacional.

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Pero este fenómeno de hiperconectividad y espectáculo permanente trasciende al presidente Petro. Sus homólogos en otras latitudes responden a la misma lógica. Donald Trump ha capitalizado su pasado en los realities para continuar siendo un showman en su segundo período como primer mandatario de Estados Unidos. Así es que, por ejemplo, la Oficina Oval transmitió en directo su tensa reunión con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, un encuentro en el que estaban presentes también los medios. Tampoco es solo cuestión de los jefes de Estado, lo mismo sucede dentro del Capitolio. En el Salón Elíptico y en la plenaria del Senado se ve a los congresistas grabando vídeos para sus seguidores contando el desarrollo de las sesiones o, incluso, emitiendo en vivo.

Ya lo había dicho hace tiempo Giovanni Sartori: “La televisión está cambiando al hombre y está cambiando la política”. El politólogo italiano estableció en 1989 que “la videopolítica es un desgajamiento de un videopoder más general, que es el poder de la imagen” y que este “transforma en ‘hombre-vidente’ (Homo videns) al Homo sapiens creado por la cultura escrita”.

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Cinco años después de que Sartori hablara de la videopolítica, Silvio Berlusconi, el magnate mediático italiano, dio el salto a la política, convirtiéndose en el presidente del Gobierno con su partido Forza Italia y uno de los primeros ejemplos de cómo la estrategia política se afina gracias al uso meditado de la imagen. Pero hoy el escenario es aún más complejo. La política no solo se somete al dominio de la imagen televisada, sino que también se moldea a través de las redes sociales, donde la lógica de la inmediatez y la viralidad terminan radicalizando las emociones y espectacularizando el ejercicio del poder.

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“Los políticos están explotando ese cambio, esa sobredimensión que todos le estamos dando a lo virtual. Entonces el reality es más importante que la realidad, y la imagen y la emoción del espectáculo son más relevantes que el contenido que hay detrás”, explicó Mauricio García Villegas, doctor en Ciencia Política. Según el autor de El país de las emociones tristes, se ha creado un círculo vicioso que incluye a las redes, los políticos y los periodistas.

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Reproducir emociones tristes, como el odio, la indignación o el miedo, es lo que más vende en la televisión, en los medios y en la arena virtual; es lo que más consumen las audiencias. “Los políticos están siguiendo ese mismo método y se están convirtiendo cada vez más en influenciadores porque eso da réditos”, asegura García Villegas, quien argumenta que el resultado de esta dinámica es una realidad “artificial”, sobredimensionada desde el punto de vista emocional.

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En ese sentido, se entiende por qué el primer consejo de ministros transmitido por el “gobierno del cambio” generó tanta interacción: además del factor sorpresa de emitir en vivo una reunión del gabinete, los choques entre los altos funcionarios despertaron emociones como la rabia o el desconsuelo. Algunos sintieron frustración porque no se ahondó en la crisis de seguridad en el Catatumbo o a raíz del memorial de promesas incumplidas; otros, indignación por la presencia de Armando Benedetti —entonces jefe de despacho y con varias investigaciones abiertas—, y hubo quienes se mostraron desconcertados al ver a la misma vicepresidenta, Francia Márquez, en desacuerdo con varios de sus compañeros del Ejecutivo; incluso, confirmado que la tenían aislada.

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Las siguientes reuniones del gabinete, con un libreto más establecido, no captaron tanta atención. Algo similar ocurrió durante la presidencia de Iván Duque, quien fue el protagonista del programa televisivo Prevención y acción, que se transmitía diariamente en el marco de la pandemia. Cuando el miedo inicial por el coronavirus se fue asentando, al igual que las medidas para contenerlo, el programa dejó de tener el mismo impacto. Duque, además, no convirtió las redes sociales en una de sus principales plataformas para amplificar su voz y, quizás, por el contrario, estas le pasaron factura durante el estallido social.

El éxito o fracaso de las estrategias comunicativas que se centran en amplificar una imagen política a través de distintos medios se explica, en parte, porque estas suelen ser más efectivas cuando giran en torno a una figura específica, más que a un movimiento o partido político. Durante su presidencia, Álvaro Uribe se apropió de la lógica de política televisada con sus consejos comunitarios y lograba imponer la agenda de los medios, incluso en una época en la que la hiperconectividad no era tan marcada como hoy. Lo mismo ocurre con Petro. En cambio, Duque, quien llegó a la Casa de Nariño como ficha del uribismo y representación de ese proyecto político, no tuvo ese mismo peso.

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Estas estrategias de accesibilidad mediática de las acciones políticas funcionan bien con los líderes populistas, como Uribe o Petro, quienes buscan una conexión directa o, por lo menos, una dinámica más cercana con el ciudadano. “Esto es un arma muy preferida por líderes populistas, pero estamos viendo que, con el ascenso de las redes, cada vez más, de manera algo imperfecta, los partidos políticos tradicionales también apuntan a ello”, explicó Manuel Camilo González, profesor de Relaciones Internacionales y Ciencia Política de la Universidad Javeriana. Con la aparición de los medios sociales se rompe el duopolio que los partidos políticos tenían en los medios de comunicación y buscan entonces abrirse un espacio en lo digital para mantener el acceso a la ciudadanía.

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La sensación de cercanía con la ciudadanía fue a lo que aludió Petro durante ese primer consejo de ministros televisado que terminó por implosionar su gabinete. Explicó que se trataba de un acto de transparencia para mostrarle al pueblo cómo se tomaban las decisiones en el alto gobierno. “Hemos decidido hacer estos consejos de ministros porque la democracia es que el pueblo pueda vigilar, participar y decidir. Todo acto administrativo debe ser público y transparente o si no esto no es una democracia”, aseveró el primer mandatario ese 4 de febrero.

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La espectacularización de la política, según la filósofa Laura Quintana, se manifiesta como “la manera en que la política se reduce a un show que busca promocionar políticos, decisiones o programas de gobierno como un producto comercial que busca atraer y venderse”. Este fenómeno, explica la autora de Política de los cuerpos, responde también a la falta de espacios reales de intervención popular, donde la ciudadanía pueda incidir más allá del acto de votar en elecciones. Y aunque las discusiones importantes se tratan de volver visibles y sujetas al debate y control público, advierte que “no hay una realidad en sí misma que pueda ser meramente transmitida ni hay una mediación neutra”.

Más allá de esto, Quintana afirma que los eventos políticos en vivo amplificados en redes dan pie a debates que, por lo general, son poco democráticos. “Muy pocas veces, con tales transmisiones, se hace valer la agencia o el poder de la gente. Se asume a la ciudadanía meramente como espectadora de una política reducida a una instancia de decisión gubernamental, sin que allí esté en juego su participación e incidencia”, anotó.

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A la sobredimensión de las emociones y la espectacularización se suma la necesidad de reaccionar y llamar la atención, que está sometida a la inmediatez. Ejemplo de ello es que, todos los días, los grupos de prensa del Congreso revientan con reacciones de legisladores. Las reacciones son noticias y los congresistas deben opinar sobre todo, no solo sobre lo que ocurre dentro del Capitolio. Se pronuncian sobre temas que van desde el hundimiento de un proyecto de ley hasta una masacre, una declaración presidencial o la última investigación periodística.

El ritmo de sus palabras suele estar marcado por lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han llamó “infodemia”: la sobrecarga de información. “La democracia ha degenerado en infocracia”, advierte Han, un autor frecuentemente citado por Petro, en el libro que lleva ese neologismo como título. Así, la política queda atrapada en un flujo incesante de información que exige respuestas inmediatas y que desplaza los intentos de reflexión pausada y la toma de decisiones con perspectiva. En palabras de Irene Vallejo, cuando ingresó a la Academia Colombiana de la Lengua: “En las aguas turbulentas de la revolución mediática, tienden a desaparecer los espacios para la exploración silenciosa y para las ideas difíciles, aquellas que necesitan lentitud, paciencia, titubeo, matiz y concentración”.

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En última instancia, la política 24/7 se va convirtiendo en un escenario donde los políticos operan como influencers, con el objetivo de movilizar pasiones y emociones. Y mientras la política siga operando bajo la lógica del espectáculo, la atención del público será el bien más preciado para los congresistas, las redes, los medios de comunicación y, por supuesto, los jefes de Estado. Gustavo Petro entiende bien ese juego, conoce sus réditos y, por eso, lo ha convertido en una prioridad. Lo aprovecha sin soltar las manifestaciones en las calles, pero priorizando la pantalla sobre la plaza pública.

* Esta es la primera de tres entregas sobre cómo el Gobierno y el Congreso buscan apoderarse del debate público a través de diversas estrategias narrativas.

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Por Daniela Cristancho

Periodista y politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en resolución de conflictos e investigación para la paz.@danielacsidcristancho@elespectador.com
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