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El día que reactivamos el amor en las cárceles de Colombia

En 2020, en plena cuarentena, llegó al Ministerio de Salud un extenso derecho de petición escrito a mano y firmada por cientos de reclusos, solicitando la reactivación de las visitas conyugales a las cárceles. Esta es la historia de cómo permitieron que se reactivara el amor. | Opinión.

Julián Alfredo Fernández Niño*
19 de noviembre de 2022 - 04:13 p. m.
Familiares de algunos presos protestan al frente de la cárcel La Picota, en Bogotá, exigen al gobierno del presidente Iván Duque tomar medidas urgentes para evitar un contagio masivo de Covid-19.
Familiares de algunos presos protestan al frente de la cárcel La Picota, en Bogotá, exigen al gobierno del presidente Iván Duque tomar medidas urgentes para evitar un contagio masivo de Covid-19.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

l domingo 14 de marzo de 2021 una amiga me envío una foto de una larga fila a las afueras de la cárcel La Picota, con el mensaje “acabas de reactivar el amor”. Ese fin de semana, cientos de mujeres hacían fila para volverse a encontrar con sus amantes en la cárcel, luego de una larga e injusta espera donde al amor y la pasión había tenido una tenebrosa pausa que a muchos había afectado gravemente, y les había producido un gran sufrimiento. Ese día los reclusos se levantaron a bañarse con mayor empeño que nunca, y esperaron con ansiedad la materialización de sus fantasías reprimidas tantos meses. El amor se había reactivado. (Lea Las enfermedades bucales afectan al 45 % de la población: OMS)

Tal privación de contacto físico no tenía precedentes cercanos en la historia del país, y era en muchas maneras una terrible injusticia, de las tantas que causó el covid-19. Una privación sexual y afectiva que profundizó la soledad que durante la pandemia todos sentíamos, pero que fue mucho más dolorosa por aquellos que ya estaban aislados del mundo desde antes. (Lea Europa podría enfrentarse a una “epidemia de cáncer”)

También, fuera de las cárceles, muchas personas tuvieron algunos meses de abstinencia sexual, forzada o voluntaria especialmente 2020. No sólo por el cierre de moteles, la cuarentena generalizada, la ruptura con las parejas, sino también por el miedo que muchos tenían de encontrarse íntimamente, por el riesgo de infectarse con el virus. Sin embargo, para ese mes de 2021, ya casi todos habían retornado a sus prácticas amatorias, y los que vivían con su pareja habían retomado sus rutinas amorosas.  Lo cierto es que esa crisis, luego de la cuarentena, llevó a muchas parejas a la separación o al divorcio. Fue una prueba de fuego para el amor, y a los que no unió, los separó irremediablemente.

Pero todo fue mucho peor para las personas privadas de la libertad. Las medidas epidemiológicas habían restringido las visitas, y en la práctica no existían. El riesgo de transmisión en las cárceles era más alto, dada la mayor dificultad de mantener el distanciamiento físico y, ciertamente, los brotes comunitarios se correlacionaron con los brotes en las prisiones.

Centenares de conglomerados habían sido atendidos, y aunque se trataba de una población mayoritariamente joven, el impacto en la mortalidad bajo sus condiciones era algo difícil de aceptar éticamente, primero, por estar supuestos a unas condiciones que los hacen más vulnerables; segundo, por ser prevenibles evitando la transmisión desde fuera de la cárcel. De este modo, era injusto, y poco ético, no evitar los brotes que podrían llevar a muertes evitables en la población privada de la libertad (PPL), pero en algún punto esto debería balancearse con los efectos psicológicos y sociales del aislamiento amoroso y sexual de los reclusos.

En 2020 recibimos en el Ministerio de Salud, donde yo era el director de Epidemiología y Demografía, un extenso derecho de petición escrito a mano y firmada por cientos de reclusos solicitando la reactivación de las visitas conyugales a las cárceles. Se había respondido que podría hacerse conforme la situación epidemiológica mejoraba; sin embargo, les daba la responsabilidad a los directores de las cárceles de verificar las condiciones epidemiológicas para permitirlas.

Meses después nos dimos cuenta de que habían mantenido una interpretación muy estricta del principio de preocupación, y aun cuando normativamente ya no se prohibían las visitas, estas en la práctica seguían mayoritariamente cerradas. Desde ese momento sabíamos que era necesario actuar de manera diferente.

Así que cuando en 2021, recibimos otra carta similar, me dije que teníamos que actuar más decididamente, y esto aceleró nuestro cambio de enfoque. A nuestro favor tenía que ya se estaban vacunando adultos mayores también en las cárceles, y pronto aquellas con comorbilidades, aunque la apertura generalizada para todos los reclusos tomaría aún algunas pocas semanas.

También era un momento relativamente más optimista sobre el comportamiento de la pandemia, y era fácil soportar la necesidad de dar un trato igualitario a los reclusos, si el resto de los colombianos desde hace meses ya podían ver a sus familias y sus amantes, las PPL deberían tener el mismo derecho, claro en el marco de sus condiciones especiales.

Me informé sobre la parte técnica, las normas, las competencias (que tenía compartidas con la Dirección de Promoción y Prevención). A las 10 de la noche de jueves hablé con el ministro.

―Los presos siguen sin visitas―le dije. Sabía que tenía los argumentos éticos de Salud Pública, pero preferí ser más directo―. Imagínese ministro lo que es llevar tanto tiempo sin hacer el amor con nadie.

―No, no, eso es inhumano― respondió el ministro con un tono muy sincero de preocupación―. Eso hay que abrirlo, eso no puede ser, haga lo que tenga que hacer.

Con el permiso del ministro, entonces nos pusimos a escribir la que fue luego la Circular conjunta 021 de 2021, firmada por el ministro de Salud y el ministro de Justicia, en donde se imparte la instrucción de permitir las visitas de los cónyuges y familiares a la población privada de la libertad de todo el país. Argumentamos que dada la necesidad de salvaguardar la salud mental y el bienestar psicosocial de las personas privadas de la libertad era necesario garantizar esas visitas, y solamente restringirlas bajo una causal específica epidemiológica, como luego se aclaró con los técnicos del INPEC.  Tuvimos que llamar a todas las autoridades pertinentes, y hacer toda la gestión del conocimiento de la decisión. La noticia salió en la prensa masivamente, y muchas familias, conyugues y parejas, pero sobre todo PPL recibieron la noticia con felicidad.

Con algunas personas de mi equipo bautizamos a este pequeño acto administrativo como “La circular del amor”, y lo anotamos en la lista de productos de los que nos sentimos orgullosos. Hoy debo decir que, aunque esto era algo que invariablemente iba a terminar pasando, y que quizás debía suceder mucho antes, me permitió sentir el inmenso valor que tiene el servicio público, esos breves momentos cuando logras que algo sucede. No existe otro sentido más fundamental del servicio que usar el conocimiento científico, y el poder del Estado, que, para corregir las injusticias, especialmente las padecidas de los que tienen menos recursos para luchar contra ellas. Eso fue lo hicimos con esa Circular, aunque sea a una escala pequeña.

Ese domingo épico donde esos seres volvieron a amarse, a tocarse, a sentirse, y a disfrutarse mutuamente fue la materialización de ese propósito. Todo esto puede ser algo que pocos valoren al ser un desagravio para esas personas que muchos ven como parias indeseables de la sociedad y cuyo placer poco importa, pero es claro que esa humanidad que nos une nos exhorta a desear que todos puedan gozar lo que todos gozamos, y me pone feliz saber que algunos recuperaron el amor, aunque aún no hayan podido recobrar su libertad.

*Ex director de Epidemiología y Demografía del Ministerio de Salud en Colombia.

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Por Julián Alfredo Fernández Niño*

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