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El psiquiatra que ayuda a otros psiquiatras con su salud mental

El psiquiatra Michael F. Myers lleva más de tres décadas escuchando a quienes, en teoría, deberían tener todas las respuestas: los médicos. En su consulta en Nueva York ha atendido a psiquiatras, anestesiólogos y cirujanos que llegan en silencio, a veces después de años de automedicación, consumo de alcohol o crisis invisibles. El Espectador habló con Myers sobre cómo ha sido acompañar a quienes cuidan la mente de los demás.

Luisa Fernanda Orozco

09 de octubre de 2025 - 06:00 p. m.
Michael F- Myers es uno de los psiquiatras más reconocidos en el gremio por hablar de salud mental.
Foto: Pontificia Universidad Javeriana
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Cuando tenía 19 años y estudiaba medicina, el canadiense Michael F. Myers enfrentó una pérdida que marcaría el rumbo de su vida profesional: uno de sus compañeros de clase murió por suicidio. “Siempre lo veía trabajando desde su escritorio. Incluso después de su muerte, me parecía verlo ahí. Su fallecimiento me impactó profundamente, sobre todo porque yo fui la última persona en verlo con vida. Al día siguiente informé a mis compañeros de clase, pero nadie en la facultad nos ofreció apoyo ni acompañamiento. Simplemente seguimos con las clases como si nada”, le contó Myers a El Espectador. Desde entonces, decidió dedicar su carrera a estudiar y hablar sobre la salud mental del personal médico —en especial, de los psiquiatras— y se convirtió en uno de los pioneros en este campo.

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Myers es profesor clínico de Psiquiatría en el Centro Médico SUNY Downstate, en Brooklyn, y una de las voces más reconocidas sobre salud mental en los profesionales de la medicina. Fue vicepresidente de Educación y director de Formación en esa misma institución, integró el comité asesor del Programa de Salud para Médicos de la Sociedad Médica del Estado de Nueva York y presidió la Asociación Canadiense de Psiquiatría.

También es autor de varios libros, entre ellos Why Physicians Die by Suicide (Por qué los médicos mueren por suicidio), en el que recoge testimonios de profesionales que han enfrentado problemas de salud mental y propone estrategias para derribar el estigma, fomentar el autocuidado y promover una cultura de apoyo entre colegas. A lo largo de su trayectoria, ha publicado más de 150 artículos académicos sobre el estigma de las enfermedades psiquiátricas, los límites en la relación médico-paciente y la ética en la formación médica.

En un artículo de 2019 publicado en The Canadian Journal of Psychiatry, Myers resumió la magnitud del problema: el agotamiento profesional, o burnout, afecta a cerca del 50 % de los médicos. La depresión también es frecuente en el gremio, con un 27,2 % de estudiantes de medicina y un 28,8 % de residentes que presentaban síntomas depresivos en Canadá. A esto se suma el consumo de sustancias, con tasas del 15 %, ligeramente superiores al 13 % de la población general. Pero las cifras más preocupantes, advirtió, son las relacionadas con el suicidio: cada año, entre 300 y 400 médicos mueren por esta causa en Estados Unidos. Aunque Canadá no cuenta con datos sistemáticos, se sabe que los hombres médicos tienen tasas ligeramente más altas que otros hombres, y las médicas presentan entre tres y cuatro veces más riesgo que las demás mujeres.

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Myers visitó Bogotá por primera vez para participar en el Simposio de Temas Actuales en Psiquiatría 2025, realizado en la Pontificia Universidad Javeriana el 3 y 4 de octubre. Desde la Facultad de Psicología, conversó con El Espectador sobre los riesgos particulares que enfrentan los psiquiatras, el estigma que todavía pesa sobre el gremio cuando se trata de hablar de su propia salud mental y las razones por las que los médicos, incluso los más preparados para cuidar a otros, pueden ser más vulnerables ante el suicidio.

¿Por qué decidió enfocarse en la salud mental de los médicos?

Luego de la experiencia que tuve con mi compañero de clase que murió por suicidio, con el tiempo, ya como psiquiatra, volví a encontrarme con el sufrimiento de otros médicos: atendí a un colega con un episodio maníaco que fue detenido en Navidad por agredir a una azafata, luego a la hija de dos médicos con un trastorno alimentario. Vi cómo las familias de médicos también cargaban con mucho dolor. Al terminar mi residencia, decidí dedicarme exclusivamente a atender a médicos, estudiantes y sus familiares.

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En sus investigaciones ha hablado del estigma que enfrentan los médicos para pedir ayuda. ¿Por qué es tan fuerte?

Es un estigma con dos caras. Primero, incluso dentro de la psiquiatría hemos sido vistos como “raros”, como si no fuéramos médicos “reales”. Pero el mayor problema está en la cultura de la medicina misma: la idea de que los médicos somos invulnerables, que debemos resistirlo todo.

En ese ambiente, el sobretrabajo se glorifica. Si alguien aguanta 36 horas sin dormir, lo llaman “dedicado”. Si alguien opera sin comer ni ir al baño en 12 horas, lo admiran. Pero eso no es fortaleza, es abuso del cuerpo. Durante mucho tiempo se creyó que los médicos no se enferman. Hoy sabemos que sí, y que pagar ese precio puede costar la salud o la vida.

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¿Cómo se manifiesta ese estigma en la práctica?

Muchos médicos que empiezan a tener síntomas lo niegan. Algunos dicen: “No estoy tan mal, solo estoy cansado”. Otros comienzan a beber más o a automedicarse. He tenido pacientes que llegan después de cinco años de tratarse solos con muestras médicas que guardaban en el escritorio.

Otros llegan porque colegas notan cambios: llegan tarde, están irritables o más delgados. En algunos casos, son reportados porque su comportamiento genera preocupación. Esos son los momentos más duros, porque el médico se siente humillado y avergonzado.

Usted ha mencionado que los psiquiatras y psicólogos son un grupo especialmente vulnerable. ¿Por qué?

Porque somos lo que llamo sanadores heridos. Muchos profesionales de la salud mental llegan a la carrera después de haber vivido pérdidas, abusos o enfermedades en sus familias. Aprendieron a cuidar a otros desde jóvenes. Y eso, aunque los hace compasivos, también los vuelve más susceptibles.

A lo largo de mi carrera he atendido a más de cien psiquiatras. Algunos ya tenían trastornos del ánimo antes de ejercer, otros los desarrollaron con el tiempo. Lo importante es entender los detonantes y no caer en la negación.

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He escrito sobre esto: muchos psiquiatras se automedican por vergüenza. Hace unos años publiqué un artículo titulado ¿Por qué los psiquiatras se automedican? Recibí decenas de correos de todo el mundo. Algunos me decían: “Estoy cansado de tratarme solo, ¿puede recomendarme alguien en mi país?”. Eso me conmovió. Era gente que, por primera vez, dejaba de ocultarse.

Usted ha escrito que los psiquiatras y psicólogos están más expuestos a desarrollar problemas de salud mental. ¿Cuáles son esos factores de riesgo? ¿Por qué ellos, que conocen mejor que nadie estos trastornos, pueden ser más vulnerables?

Sí, es una paradoja dolorosa. Uno pensaría que, por su conocimiento, los psiquiatras serían los menos propensos a enfermarse. Pero no es así. Están expuestos a un tipo particular de tensión emocional: escuchan sufrimiento todos los días, a veces durante años, y eso deja huellas.

Algunos desarrollan síntomas relacionados con el trastorno de estrés postraumático (PTSD). No porque vivan un trauma directo, sino porque absorben, a través de sus pacientes, los relatos más dolorosos, los sentimientos más oscuros. Es una forma de trauma vicario. Si no se maneja bien, puede volverse crónico.

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Usted también habla que, en este panorama, los profesionales de la salud son propensos a desarrollar consumo de sustancias adictivo y a ser más susceptibles a ideaciones suicidas o a cometer suicidio como tal

Sí, he conocido colegas que recurren al alcohol como una forma de calmarse o desconectarse después del trabajo. En mi consulta he visto muchos médicos que empiezan tomando una copa de vino para relajarse y, sin darse cuenta, pasan a necesitarlo cada noche. Luego, los fines de semana, beben más. Me dicen: “Sé que esto no está bien. Estudié adicciones. Pero no sé cuándo crucé la línea”.

Y están los casos más graves: los intentos de suicidio y los suicidios consumados. En mi experiencia, los psiquiatras, junto con los anestesiólogos, los cirujanos y los médicos de urgencias, son los grupos más vulnerables. Por varias razones: acceso a medicamentos letales, aislamiento, vergüenza y, sobre todo, una enorme dificultad para pedir ayuda.

Muchos se automedican o se autodiagnostican. Algunos piensan que, si admiten que están deprimidos, perderán la credibilidad o la licencia. Otros no confían en que otro psiquiatra los entienda. Es muy común escuchar: “Yo debería poder manejar esto solo”.

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Pero no se puede. Nadie puede. Por eso siempre repito que los médicos, incluidos los psiquiatras, deben aprender a verse como seres humanos antes que como profesionales. El conocimiento no inmuniza contra el sufrimiento.

También es importante recordar que el PTSD no solo se da en quienes viven guerras o desastres. Puede aparecer en profesionales que enfrentan pérdidas constantes, duelo, pacientes que se quitan la vida, violencia o abuso en su práctica. Hay psiquiatras que desarrollan pesadillas, insomnio, hipervigilancia o reacciones emocionales intensas. Es más común de lo que creemos.

La diferencia está en cómo se procesa eso. Algunos lo niegan y se quiebran. Otros logran transformarlo en lo que llamamos post traumatic growth, crecimiento postraumático: aprenden de la experiencia, se vuelven más empáticos, más conscientes de su propia fragilidad.

¿De qué se trata ese crecimiento postraumático?

Ocurre, especialmente, en quienes logran procesar sus experiencias. A menudo me preguntan: “¿Cómo puede alguien escuchar problemas todo el día sin quebrarse?”. Pero la realidad es que no todo lo que vemos es sufrimiento. Hay historias de recuperación, de esperanza, de transformación.

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Los pacientes nos enseñan mucho. En mi caso, gran parte de mi crecimiento personal y profesional ha venido de acompañar a personas muy vulnerables que luego se recuperan. A veces me dicen que les salvé la vida, cuando lo único que hice fue ofrecerles un espacio seguro para hablar de lo que les avergonzaba o dolía. Esa es la esencia del trabajo terapéutico.

Creo que muchos terapeutas dirían lo mismo: somos más fuertes y humanos gracias al privilegio de lo que hacemos. Pero para eso hay que aprender a dosificarse. Siempre les repito a mis colegas jóvenes: “No pueden sobrecargarse; si se agotan, no podrán ayudar a nadie”. En psiquiatría, nuestro principal instrumento somos nosotros mismos.

Cuando un psiquiatra logra ese equilibrio, sus pacientes lo sienten. Dicen cosas como: “Mi doctora siempre me escuchaba por completo, nunca miraba el reloj”. Eso no es casualidad. Es el resultado de un terapeuta que se cuida, que acepta sus límites y que aprende de su propio dolor.

El crecimiento postraumático no solo pertenece a quienes han pasado por tragedias. También puede darse en nosotros, los profesionales, cuando atravesamos el agotamiento o la pérdida y salimos de ahí más compasivos, más sabios y más equilibrados.

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¿Qué avances han visto en Norteamérica para crear espacios más seguros para los profesionales de salud mental?

Ha habido grandes pasos. Por ejemplo, las preguntas discriminatorias en las solicitudes de licencia médica (como “¿Alguna vez ha recibido tratamiento por depresión o alcoholismo?”) están desapareciendo. Hoy muchos estados solo preguntan si el médico tiene una condición actual que afecte su práctica.

También han crecido los grupos de apoyo entre colegas. Los Caduceus groups, formados por médicos o enfermeros en recuperación de adicciones, han salvado muchas vidas. Más recientemente, han surgido grupos para profesionales con depresión, bipolaridad o estrés postraumático.

Un amigo psiquiatra con trastorno bipolar fundó una red internacional de apoyo para médicos. Algunos miembros se conectan con cámaras apagadas o usando seudónimos. Y con el tiempo, se animan a mostrarse. Es emocionante ver cómo la vergüenza se convierte en comunidad.

En sus libros y conferencias, usted ha mencionado que la nueva generación es más abierta, aunque todavía hay resistencias. ¿Cuáles considera son los más grandes avances?

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Sí. Los médicos jóvenes son mucho más francos con su salud mental. Publican, hacen blogs, participan en foros. Pero las minorías (por raza, religión o identidad sexual) aún enfrentan obstáculos. En ciudades grandes como Nueva York o Bogotá hay más apertura, pero en otras partes sigue siendo difícil. Aun así, tengo esperanza. La educación y el diálogo pueden cambiar mentalidades, incluso dentro de las familias.

Por Luisa Fernanda Orozco

Periodista de la Universidad de Antioquia.@luisaorvallorozco@elespectador.com
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