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Los problemas digestivos podrían estar relacionados con un mayor riesgo de Alzhéimer

Un estudio masivo sugiere que la salud intestinal, endocrina, metabólica y nutricional podría anticipar hasta 15 años antes el riesgo de Alzheimer y Parkinson, sugiere un grupo de científicos, mostrando que los genes no son el único factor determinante.

Redacción Salud

03 de septiembre de 2025 - 01:00 p. m.
Lo que pasa en el intestino no se queda en el intestino: nuevas pistas sobre Alzheimer y Parkinson. /Getty
Foto: Getty Images - Getty Images
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La enfermedad de Alzhéimer y la enfermedad de Parkinson son los dos trastornos neurodegenerativos más comunes y afectan a más de 400 millones de personas en todo el mundo. A pesar de su alta prevalencia, aún no comprendemos por completo sus causas y orígenes. Se cree que ambas enfermedades surgen de una compleja y difícil interacción entre factores genéticos y ambientales, pero todavía hay un largo camino por recorrer para entender cómo otros elementos pueden influir en su aparición y progresión.

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Por ejemplo, ¿podría la salud metabólica e intestinal estar jugando un papel clave y hasta ahora ignorado en este tema? Una reciente investigación publicada en Science sugiere que sí, mostrando que el intestino y el cerebro están más conectados de lo que se pensaba y abriendo nuevas oportunidades para la prevención temprana y el desarrollo de tratamientos.

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Cada vez más, la investigación destaca la importancia de la salud del eje intestino-cerebro en el riesgo de desarrollar Parkinson y Alzheimer. Los autores del estudio explican que este eje es una red de comunicación compleja que conecta el tracto gastrointestinal con el sistema nervioso central. Incluye vías neuronales, señalización hormonal y mecanismos del sistema inmunológico, permitiendo interacciones constantes entre el cerebro, los sistemas digestivo, endocrino y metabólico, así como con el estado nutricional del organismo. Las alteraciones en este eje se han relacionado con trastornos digestivos, disfunciones hormonales (como problemas en la producción de insulina o en la regulación tiroidea) y deficiencias nutricionales.

En este punto, los trastornos endocrinos, como los desequilibrios de la hormona tiroidea, son clave. Se han relacionado con el Parkinson y el Alzhéimer, y afecciones como el hipotiroidismo y el hipertiroidismo se asocian con un mayor riesgo de demencia y de Parkinson. Además, los trastornos metabólicos, como la diabetes, incrementan la probabilidad de estas enfermedades, y se están explorando incluso medicamentos antidiabéticos como posibles tratamientos. Las deficiencias nutricionales, como los niveles bajos de vitamina D, y los trastornos digestivos, que pueden aparecer antes de los síntomas, también influyen en el desarrollo de estas patologías.

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Lo científicos saben esto desde hace algunos años, pero aún no comprenden completamente los mecanismos que explican cómo estos elementos contribuyen al desarrollo de estas enfermedades. Y entender esto es clave. En el estudio recién publicado, los investigadores analizaron millones de datos de biobancos internacionales —como el UK Biobank, SAIL y FinnGen— para rastrear la relación entre 155 diagnósticos de los sistemas endocrino, nutricional, metabólico y digestivo, y la aparición de estas enfermedades neurodegenerativas.

El trabajo no solo incluyó factores genéticos conocidos, sino que también exploró cómo cambia el riesgo con el tiempo: desde 1 hasta 15 años antes del diagnóstico. Además, los científicos evaluaron biomarcadores en sangre, diseñaron modelos predictivos y crearon una aplicación web abierta para que otros investigadores puedan comprobar y ampliar los hallazgos.

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¿Qué encontraron?

A gran escala y con base en datos poblacionales, los investigadores demostraron que ciertos trastornos vinculados con el sistema endocrino, nutricional, metabólico y digestivo están fuertemente asociados con un mayor riesgo de desarrollar Alzheimer o Parkinson, incluso muchos años antes de que aparezcan los primeros síntomas de estas enfermedades.

En el caso del Alzhéimer, los datos revelaron que personas con diagnósticos de gastroenteritis y colitis no infecciosas, esofagitis, gastritis, duodenitis, alteraciones en el equilibrio de líquidos y electrolitos, trastornos pancreáticos y problemas intestinales funcionales tenían una probabilidad más alta de desarrollar la enfermedad más adelante en la vida. Estos hallazgos refuerzan lo que ya sugerían estudios previos —por ejemplo, que la gastritis puede incrementar el riesgo de Alzheimer—, pero además añaden nuevas condiciones que hasta ahora no se habían explorado con tanto detalle y que merecen más investigación en el futuro.

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En cuanto al Parkinson, se encontraron asociaciones con los trastornos intestinales funcionales, alteraciones en la secreción pancreática y con deficiencias de vitaminas del grupo B. Hasta hace poco la atención se había centrado en la vitamina D como posible factor de riesgo, pero este estudio amplía el panorama al mostrar que las deficiencias de otras vitaminas esenciales también podrían desempeñar un papel en la aparición de la enfermedad.

Quizás lo más revelador de la investigación es que el riesgo de desarrollar Alzheimer o Parkinson puede detectarse hasta 15 años antes del diagnóstico clínico, cuando la persona ya presenta ciertos trastornos digestivos, endocrinos o metabólicos. Por ejemplo, quienes tenían un diagnóstico de trastornos intestinales funcionales mostraron un riesgo elevado en todos los periodos analizados: de 1 a 5, de 5 a 10 y de 10 a 15 años antes del diagnóstico final.

Para llegar a estas conclusiones, los autores utilizaron un modelo llamado regresión de Cox estratificada en el tiempo, que permite analizar cómo varía el riesgo en distintos intervalos temporales en lugar de asumir que siempre es el mismo. Este enfoque hace posible captar patrones: identificar riesgos que crecen o disminuyen con el paso de los años y entender mejor cómo se encadenan los distintos trastornos en la trayectoria hacia la neurodegeneración.

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En términos un poco más sencillos, dividir el análisis en intervalos permite ver que estos riesgos no son lineales y que algunas condiciones de salud podrían funcionar como señales tempranas —o incluso como factores que contribuyen directamente— al desarrollo del Alzheimer y el Parkinson, antes de que sean una realidad. Esto refuerza la idea de que la prevención y la intervención deben empezar mucho antes de los síntomas neurológicos, cuando los primeros avisos aparecen en otros sistemas del cuerpo, como el digestivo o el endocrino.

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Sin embargo, el tema no es tan sencillo como parece. Los investigadores analizaron cómo interactúan los factores genéticos y los trastornos sistémicos (endocrinos, digestivos, metabólicos y nutricionales) en el riesgo de Alzheimer y Parkinson. Y encontraron que ambos tipos de factores influyen de manera independiente. Es decir, tener una predisposición genética no potencia el efecto de sufrir problemas digestivos o metabólicos, ni viceversa. Esto sugiere, escriben los autores en la investigación, que los factores ambientales y sistémicos juegan un papel igual de relevante que la genética en el desarrollo de estas enfermedades.

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“El hallazgo refuerza la idea de que no todo está escrito en los genes: el entorno, el metabolismo y la salud intestinal pueden inclinar la balanza hacia la enfermedad o la protección. Nuestros datos sugieren que, cuando entran en juego trastornos del eje intestino-cerebro, la genética pesa menos y los factores ambientales pueden tener un papel más determinante en el riesgo de desarrollar neurodegeneración”, le explicó a El País de España Sara Bandrés, líder del estudio publicado y directora del área de Neurogenética en el Centre for Alzheimer’s and Related Dementias del NIH (Institutos Nacionales de Salud de EEUU).

Aún más, tampoco se halló un patrón temporal claro entre la aparición de enfermedades previas (como los trastornos digestivos) y el inicio posterior del Alzheimer o Parkinson. Es decir, lo que parece pesar no es un “evento desencadenante” puntual, sino la acumulación de vulnerabilidades a lo largo del tiempo. Una persona con cierta predisposición genética, que además arrastra desequilibrios hormonales, deficiencias nutricionales o problemas intestinales, va sumando piezas a un rompecabezas que, años después, puede derivar en neurodegeneración.

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No se trata de una línea recta que conecta causa y efecto, sino de una red de factores que se superponen y refuerzan.

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