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Steven Herrera, el joven que cruzó Colombia corriendo y ahora desafía a toda Suramérica

El colombiano (de 27 años) completó más de 2.000 km desde Punta Gallinas hasta Rumichaca y se prepara para recorrer 11.600 km hasta Ushuaia en un proyecto que une deporte, turismo y propósito social.

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María Alejandra Castaño Carmona
10 de diciembre de 2025 - 03:24 p. m.
Steven Herrera ahora avanza hacia Ushuaia (Argentina) en un viaje de 11.600 km que mezcla aventura, solidaridad y conexión con las comunidades del continente.
Steven Herrera ahora avanza hacia Ushuaia (Argentina) en un viaje de 11.600 km que mezcla aventura, solidaridad y conexión con las comunidades del continente.
Foto: Gerardo Vesga
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Hay viajeros que cruzan países en avión, otros en bicicleta y algunos en moto, pero muy pocos se atreven a hacerlo corriendo. Steven Herrera (@runapu__), colombiano de 27 años, acaba de lograrlo: unió a pie Punta Gallinas, en el extremo norte de Colombia, con el paso fronterizo de Rumichaca, el principal puente internacional que conecta Colombia (cerca de Ipiales, Nariño) con Ecuador (Tulcán, Carchi), completando más de 2.000 kilómetros de recorrido. Se convirtió así en la primera persona en atravesar el país corriendo, una hazaña que abre una nueva forma de mirar el turismo, el territorio y la resistencia humana.

El 12 de noviembre de 2025, Steven alcanzó este hito histórico después de correr a través de 13 departamentos, acumulando más de 2.000 kilómetros en una travesía que lo llevó desde el desierto guajiro hasta las montañas del sur. Ese día no solo marcó su llegada a Rumichaca: fue también el nacimiento formal de una visión mayor. Steven, nacido en Fusagasugá, Cundinamarca, convirtió ese logro en el punto de partida de un reto continental que hoy inspira a miles de personas.

Su logro no surgió del simple deseo de romper un récord, sino de un difícil momento personal, de una búsqueda interna que encontró en el movimiento una forma de sanar. “Correr dejó de ser un deporte: se convirtió en una manera de sostenerme”, cuenta. Steven creció en una familia campesina y aprendió desde muy pequeño el valor de la constancia y la humildad. Aquellos principios, sumados a la fuerza que encontró en el camino, moldearon un proyecto que hoy va mucho más allá de kilómetros y fronteras.

Durante su travesía por Colombia —que lo llevó por desiertos, carreteras remotas, ciudades caóticas y montañas que parecían interminables— comprendió que ese viaje podía ser algo más grande que un reto deportivo. Fue allí, kilómetro a kilómetro, donde empezó a tomar forma Proyecto Suramérica: un desafío monumental que consiste en correr desde Punta Gallinas hasta Ushuaia, en la Tierra del Fuego argentina, atravesando cinco países para completar 11.600 kilómetros en un año, el equivalente a correr casi una maratón diaria durante doce meses.

En este reto, la geografía del continente juega un papel protagónico. Suramérica es un territorio de contrastes extremos: la aridez de la Alta Guajira, la humedad selvática, los valles fértiles, la altura desafiante de los Andes, los vientos patagónicos que moldean el paisaje y la forma de caminar. “Suramérica no solo se recorre, se siente”, dice Steven con convicción. Habla del continente como quien lo ha mirado desde adentro, desde el polvo del camino y la conversación con quienes aparecen cuando menos se espera.

A lo largo de su recorrido por Colombia, encontró algo que él describe como “la verdadera riqueza del país”: la solidaridad. En los lugares más aislados, donde el turismo es escaso y la vida se sostiene con lo mínimo, las personas lo recibieron con comida, refugio, compañía o simplemente una palabra de ánimo. En la Alta Guajira, por ejemplo, ese desierto silencioso y extenso donde los tonos ocres se mezclan con el mar, conoció comunidades que lo marcaron profundamente. “Su realidad social es dura, pero su humanidad te abraza”, recuerda.

Aunque muchos lo ven como un atleta resistente, él insiste en que la travesía lo ha desnudado emocionalmente. Durante los días más difíciles, cuando el cansancio lo desbordaba o la soledad pesaba más que la distancia, entendió que la fortaleza no siempre está en los músculos, sino en la capacidad de recordar por qué se empezó. Su motivación no es solo personal: corre también por su hija Guadalupe, por su historia y por una causa que le da dirección al proyecto. Junto con la Fundación Mixera y la Fundación Jorge Lozano del Campo, busca recaudar fondos para construir “escuelas vivas” en territorios rurales, espacios que fortalezcan la educación y la cultura en comunidades que hoy carecen de oportunidades.

Ese propósito lo acompaña en cada tramo, así como la preparación física y mental que requiere un desafío de esta magnitud. Entrena bajo sol, lluvia, humedad, frío o viento, tratando de anticipar lo que vendrá en los países que recorrerá. Pero reconoce que, aunque el cuerpo se entrena, la mente es el verdadero motor. Es ella la que enfrenta el miedo, la incertidumbre y la idea de rendirse. Y es la misma que le recuerda, una y otra vez, que este viaje también es un testimonio para quienes atraviesan caminos difíciles. “A un joven que esté pasando por un mal momento le diría que no le tema a la oscuridad. A veces ahí nacen los propósitos”, afirma.

La travesía por Colombia lo transformó. Le enseñó que el dolor puede convertirse en disciplina; que la frustración, si se sabe leer, puede volverse un impulso; que la soledad permite introspección y claridad. Aprendió también que su origen campesino no es una limitación, sino una raíz que le recuerda que los grandes viajes se hacen paso a paso, sembrando constancia y recogiendo aprendizajes.

Hoy, mientras continúa avanzando hacia el sur del continente, su mirada sobre Suramérica es distinta. Ya no la ve como un mapa dividido por fronteras, sino como un territorio tejido por culturas que comparten historia, resistencia y alegría. Entendió que las fronteras son líneas imaginarias y que la verdadera identidad del continente está en la gente que lo habita, las montañas que lo atraviesan y las comunidades invisibles que sostienen la vida diaria.

Hay un tramo de lo que viene que lo emociona en particular: la Patagonia. Ese territorio de vientos interminables y horizontes azules despierta en él una mezcla de curiosidad y admiración. Sin embargo, insiste en que lo mueve no son los destinos turísticos, sino las personas que aún no conoce y las historias que lo esperan. “Mi destino no es un punto en el mapa, es un propósito en construcción”, afirma.

Su travesía deja claro que viajar de manera profunda no siempre significa recorrer grandes distancias, sino permitir que los lugares lo recorran a uno. En su caso, cada kilómetro es un recordatorio de que los viajes pueden transformar, unir y sembrar esperanza. Y aunque aún le faltan miles de pasos para llegar al fin del mundo, Steven Herrera ya dejó una huella en el corazón de un continente que lo mira correr con admiración.

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