Uno de los informes más importantes sobre el estado de los recursos hídricos del planeta puso su mirada en Colombia para mostrar los efectos del cambio climático en el mundo. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) publicó su último reporte anual dedicando un apartado especial a los glaciares colombianos, esa “contradicción climática” que está a punto de desaparecer debido al rápido derretimiento. El documento, de más de 90 páginas, estudia la extinción de uno de nuestros glaciares.
Los glaciares son mucho más que bloques de hielo: son estructuras en constante movimiento que ayudan a regular el clima, sostienen una biodiversidad única y “alimentan” los ríos de los que dependen millones de personas. Si ya son, de por sí, unas estructuras naturales únicas, los colombianos son incluso más sorprendentes. Lo son, explica la OMM en su informe, porque nuestros glaciares son tropicales y ecuatoriales, es decir, existen muy cerca del ecuador, esa línea imaginaria que divide el hemisferio norte, del hemisferio sur del planeta y que recibe gran cantidad de radicación.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Estar tan cerca del ecuador se traduce en que los glaciares colombianos existen en condiciones climáticas muy inusuales, casi contradictorias. A diferencia de los glaciares europeos, argentinos o de latitudes más frías, los nuestros se encuentran en regiones donde las temperaturas son naturalmente altas durante todo el año. ¿Cómo logran, entonces, sobrevivir? Gracias a la altitud (comienzan a aparecer sobre los 4.900 metros sobre el nivel del mar) y a la acumulación de nieve. Esta realidad convierte a los glaciares colombianos en ecosistemas muy extraordinarios, pero igual de vulnerables.
Precisamente, el informe de la OMM destaca que los glaciares colombianos perdieron alrededor del 5 % de su extensión solo entre 2022 y 2024, una cifra que refleja el impacto combinado de varios factores. Entre ellos, el fenómeno de El Niño, que se produce cuando las aguas del océano Pacífico central y oriental se calientan de manera inusual y alteran los patrones climáticos a nivel mundial; la falta de precipitaciones sólidas; y temperaturas más altas de lo normal. De manera más concreta, la superficie glaciar colombiana pasó de 33,09 km² a comienzos de 2022, a 31,4 km² a inicios de 2024.
El caso de estudio que eligen los científicos de la OMM para detallar lo que significa eso es el del glaciar Conejeras, ubicado en el Nevado Santa Isabel, en la cordillera Central. Después de casi dos décadas de observación, el Conejeras se extinguió en 2024. Este glaciar, además de ser tropical y ecuatorial, o justamente por eso, se encontraba, resalta el informe, enclavado en una región cafetera. No se trata, sin embargo, de un hecho aislado. Como lo informamos en un especial publicado en estas páginas, en un lapso de poco más de 150 años. nuestro país tuvo una pérdida de más del 90 % de cobertura glaciar. Si se mantiene esa misma tendencia, como parece que está ocurriendo, Colombia perderá las seis masas glaciares que le quedan para finales del siglo.
Aunque el colombiano es un caso especial, confirma una realidad planetaria. Desde la década de 1990, la pérdida de hielo se ha acelerado en casi todas las regiones del mundo, dice la OMM. Para calcular la magnitud de la pérdida de masa glaciar en el planeta, el informe combina mediciones directas en terreno de unos 500 glaciares —que corresponden a cerca del 1 % del total mundial— con observaciones satelitales de más de 200.000 glaciares, que representan alrededor del 96 %. Todos estos datos se integran en la base Fluctuations of Glaciers (FoG), administrada por el Servicio Mundial de Monitoreo de Glaciares.
La razón principal de esta pérdida se encuentra en que, cada año, los veranos provocan más deshielo del que los inviernos pueden reponer con nieve. En 2024, la magnitud de esa pérdida fue contundente: los glaciares a escala global se redujeron en 450 gigatoneladas de agua, lo que equivale a 1,2 milímetros de aumento en el nivel medio del mar. Fue, además, el tercer año consecutivo en el que todas las regiones glaciadas del planeta reportaron retrocesos. Las pérdidas más severas se dieron en Escandinavia, Svalbard y el norte de Asia.
Además, el informe subraya que muchas regiones de glaciares pequeños ya habrían superado el umbral de “agua máxima” —el punto en que el deshielo aporta el mayor caudal posible—, lo que significa que en adelante su contribución a los ríos será cada vez menor.
Las reservas de agua se están acabando
El reporte advierte que las aguas subterráneas, uno de los principales reservorios de agua dulce del planeta, mostraron en 2024 un panorama desigual. De los 37.406 pozos de monitoreo distribuidos en 47 países, un 38 % registró niveles normales, mientras que un 25 % estaba por debajo o muy por debajo de lo esperado. En contraste, el 37 % presentó niveles por encima o muy por encima de lo normal. Para la OMM, esta distribución refleja tanto la variabilidad climática como el efecto de la intervención humana.
En varias regiones, los incrementos de nivel subterráneo se asociaron a condiciones más húmedas. “Niveles por encima de lo normal se observaron en Europa, India, Florida y el sur de Brasil, vinculados a episodios de inundaciones y condiciones más lluviosas”, detalla el informe. Sin embargo, la organización subraya que estas recargas puntuales no alcanzan a compensar un patrón global en el que el uso intensivo de los acuíferos sigue creciendo.
La situación más crítica se registró en el sur de Europa, varias zonas de África, India, México, Chile, Brasil y Australia, donde los niveles bajos se mantuvieron de forma persistente. En áreas como el noroeste de India, el medio oeste de Estados Unidos, la península de Yucatán y El Salvador, el reporte advierte que los descensos de nivel “no pueden atribuirse a sequías prolongadas, sino a la sobreexplotación, lo que plantea un serio desafío de sostenibilidad a largo plazo”.
El suelo tampoco escapó a estas presiones. Según la OMM, “se observaron déficits generalizados de humedad en América del Sur, particularmente en las cuencas del Amazonas y del Paraná, y en la mayoría de las cuencas africanas”. Estos déficits comprometen la productividad agrícola y la estabilidad de los ecosistemas. Como concluye el documento: “la sobreexplotación de aguas subterráneas amenaza con convertirse en un factor de estrés crónico, incluso en ausencia de sequías”.
Lluvias y sequías desiguales
La dinámica de las precipitaciones en 2024 estuvo marcada por desequilibrios pronunciados. En la cuenca del Amazonas, las lluvias se mantuvieron “por debajo o muy por debajo de lo normal hasta aproximadamente octubre”, lo que agudizó la sequía en una de las zonas más sensibles del planeta. Patrones similares se observaron en el noroeste de México, en el norte de América del Norte y en el sur y sureste de África, donde las deficiencias de lluvia fueron significativas.
En contraste, algunas regiones de África registraron excesos de agua. El informe señala que “se registraron precipitaciones por encima de lo normal en África central y occidental, en las cuencas del Níger y el Nilo Blanco durante julio–septiembre, y en la cuenca del lago Victoria en África oriental”. Estas lluvias, aunque valiosas para la recarga hídrica, desencadenaron inundaciones que impactaron a poblaciones ya vulnerables.
Este comportamiento de las lluvias tuvo un efecto directo sobre los ríos del mundo. Como recuerda la OMM, “aproximadamente el 60 % de las áreas de captación globales presentaron desviaciones de las condiciones normales de caudal”. Es decir, seis de cada diez cuencas se apartaron de su comportamiento histórico, ya sea con descargas muy por encima o muy por debajo de lo esperado.
La tendencia de los últimos seis años confirma la magnitud de este cambio: apenas un tercio de las cuencas ha mantenido caudales dentro de parámetros normales en relación con el promedio de 1991–2020. En 2024, los excesos de caudal se concentraron en Europa Central y del Norte, así como en Asia, mientras que en Sudamérica persistió la sequía. El informe advierte que “la sequía, que se inició a finales de 2023, persistió durante 2024 con caudales muy por debajo de lo normal en cuencas clave como el Amazonas, el São Francisco, el Paraná y el Orinoco”. Y concluye con un diagnóstico contundente: “en el pasado reciente, los caudales fluviales normales se han convertido en la excepción más que en la regla”.
El informe no se limita a describir los impactos: también plantea un camino para enfrentarlos. La OMM insiste en la necesidad de mejorar el monitoreo y el acceso a datos hídricos, ampliar la cooperación internacional en el intercambio de información y fortalecer las capacidades de los países para generar reportes regulares sobre el estado de sus recursos. Además, destaca que el mundo debe avanzar hacia sistemas universales de alerta temprana antes de 2027, conectando el monitoreo del agua con la gestión del riesgo climático.