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En una ciudad que parece no detenerse, en la que el tráfico y el ruido forman parte del paisaje cotidiano, cada vez más bogotanos han encontrado en el running una manera de desconectarse y recuperar equilibrio. Las rutas verdes, los parques y los senderos naturales se han convertido en refugios frente al ritmo acelerado de la capital.
Bogotá, con su altitud y diversidad de terrenos, ofrece un escenario único para correr. Desde las ciclovías dominicales hasta los caminos boscosos de los cerros orientales, hay opciones para todos los niveles y estilos. Más que rendimiento o distancia, lo que muchos corredores buscan es un espacio donde el asfalto se transforme en vegetación y el aire tenga otro ritmo.
Laura Méndez, entrenadora deportiva y maratonista del Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD) asegura que la ciudad se ha vuelto un punto de encuentro para los amantes del running gracias a la variedad de escenarios que ofrece. “Correr en Bogotá tiene un encanto especial porque combina el desafío de la altura con paisajes naturales impresionantes. Rutas como la del Parque Simón Bolívar, la del Parque El Virrey o el tramo que conecta con la Quebrada La Vieja permiten sentir que uno escapa del cemento sin salir de la ciudad”.
Según Méndez, estos espacios no solo ayudan a mejorar el rendimiento físico, sino también el bienestar emocional, ya que el contacto con la naturaleza reduce el estrés y mejora la concentración.
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Por su parte, Andrés Cárdenas, urbanista y especialista en movilidad sostenible destaca que el auge de corredores en Bogotá ha impulsado una nueva forma de pensar la ciudad. “Cada vez hay más personas que ven las calles como un espacio compartido entre peatones, ciclistas y corredores. Eso ha obligado a repensar la infraestructura urbana y a proteger los corredores ecológicos. En zonas como la Séptima, la Circunvalar y el Parque Nacional se ha empezado a valorar el equilibrio entre lo urbano y lo natural”.
Cárdenas también explica que estos cambios son clave para fomentar hábitos saludables y crear una ciudad más amigable con el cuerpo y la mente.
Entre las rutas más populares, Méndez recomienda comenzar por el Parque Simón Bolívar, un clásico para quienes buscan terreno plano y un ambiente seguro. Con más de cuatro kilómetros de senderos rodeados de árboles, es ideal tanto para principiantes como para corredores experimentados. Otra alternativa es el Parque El Virrey, un corredor verde en pleno norte de la ciudad que conecta con la zona de Usaquén, perfecto para trotar temprano en la mañana. Para quienes prefieren una experiencia más exigente, la Quebrada La Vieja y los Cerros de Suba ofrecen rutas de ascenso con vistas panorámicas y aire puro, aunque requieren mejor preparación física.
Cárdenas complementa que la infraestructura de la ciudad ha mejorado para apoyar esta práctica. “Hoy Bogotá cuenta con más de 100 kilómetros de ciclovías permanentes que también son utilizadas por corredores. Además, el proyecto de la ‘Red de corredores verdes’ busca conectar los parques y quebradas con senderos continuos. Eso permite que las personas puedan correr varios kilómetros sin enfrentarse al tráfico ni al ruido excesivo”. De acuerdo con él, estas transformaciones están cambiando la manera en que los ciudadanos se apropian del espacio público.
Sin embargo, ambos coinciden en que correr en Bogotá también tiene sus desafíos. La altura de la ciudad puede ser un obstáculo para quienes comienzan, y la contaminación en ciertas zonas puede afectar la respiración. Por eso, Méndez recomienda elegir horarios adecuados y evitar las vías principales. “Lo ideal es correr temprano en la mañana, cuando el aire es más limpio y el clima es más estable. Además, hay que escuchar el cuerpo, hidratarse bien y no exigirse de más al principio. Correr debe ser un placer, no una competencia constante”.
En los últimos años, los grupos de corredores han contribuido a fortalecer esta cultura. Desde comunidades barriales hasta clubes de running organizados, se han convertido en espacios de apoyo y motivación. Cárdenas considera que este fenómeno también tiene un impacto social positivo. “Cuando la gente se reúne para correr, recupera el sentido de comunidad. Se generan vínculos y un compromiso con el entorno. Ver grupos trotando juntos por el Virrey o por la 26 es una señal de que Bogotá está aprendiendo a convivir mejor con su espacio público”.
Correr en Bogotá es más que una actividad física: es una forma de reconciliarse con la ciudad. Entre parques, cerros y avenidas arboladas, los corredores han encontrado una nueva manera de apropiarse del territorio, demostrando que incluso en medio del concreto es posible hallar un respiro verde. En una urbe que a veces asfixia, las zapatillas se han vuelto el medio más sencillo para escapar, aunque sea por un momento, del ruido y del cemento.
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