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La reminiscencia del caso Colmenares que evocó la muerte a golpes de Jaime Esteban Moreno a la salida de un bar, durante la noche de Halloween, fue un desafortunado reflejo de una problemática más profunda en la capital del país.
Las noches de Bogotá, que alguna vez fueron sinónimo de fiesta y cultura urbana, hoy se mueven entre el licor y la violencia. Las cifras lo gritan: entre enero y septiembre de este año se registraron 2.078 casos de lesiones personales durante las madrugadas de viernes, sábado y domingo, según datos de la Secretaría de Seguridad.
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En el mismo periodo de 2024 fueron 1.748 casos. La diferencia, un 18 % más, marca una tendencia que preocupa tanto como las noticias de homicidios por intolerancia que estremecen a la ciudad.
El asesinato del estudiante Jaime Esteban Moreno, ocurrido tras una riña en Halloween, reabrió el debate sobre el modelo de seguridad nocturna de la capital. Para la concejal Rocío Dussán Pérez, del Polo Democrático, el problema no es nuevo, pero sí creciente.
“Es necesario revisar si los decretos que ha establecido la administración están siendo realmente efectivos. El Decreto 293, que limita el horario de los establecimientos nocturnos, está lejos de cumplir su objetivo”, afirmó la cabildante.
El Decreto 293, expedido por el alcalde Carlos Fernando Galán, buscaba reducir los hechos de violencia restringiendo la rumba hasta las 3:00 de la madrugada. Pero las cifras demuestran lo contrario: las madrugadas siguen siendo el horario más crítico. No solo aumentaron las lesiones personales, sino también los homicidios por riñas, que en lo corrido del año suman 242 víctimas, de acuerdo con datos de la Secretaría de Seguridad.
En barrios como Chapinero, Suba, Engativá y Bosa, la policía reporta los mayores incrementos. Allí los enfrentamientos suelen empezar con una discusión menor —una mirada, un empujón, un reclamo— y terminar en tragedia. En los videos de las cámaras de seguridad se repite la misma escena: una botella rota, un golpe, una víctima tendida sobre el asfalto y una familia destruida por la intolerancia.
La concejal Dussán exige respuestas y resultados. “La vida de nuestros jóvenes no puede ser el costo de la improvisación. Bogotá necesita seguridad, justicia y resultados concretos”, dijo. Su crítica no apunta solo al horario de los bares, sino al vacío institucional que se abre cuando la prevención se reemplaza por el control policial.
Los expertos coinciden: los decretos por sí solos no cambian la conducta social. Sin inversión en cultura ciudadana, control del expendio ilegal de licor y fortalecimiento de la justicia, las cifras seguirán en rojo. Lo que ocurre en la capital es el reflejo de una ciudad cansada, donde la frustración, la precariedad y el exceso de alcohol terminan convertidos en violencia.
La Comisión de Seguridad del Concejo prepara nuevas audiencias para revisar la eficacia del Decreto 293 y evaluar medidas complementarias. Entre las opciones están los corredores seguros nocturnos, la presencia comunitaria en zonas de rumba y el control digital del consumo.
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