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Opinión: se cumplió la ilusión de mi generación

Entonces, a todo pulmón grité ¡Ganamos! ¡Petro ya es el presidente! Así, contra viento y marea, en junio 19 -que es un número para Petro- se nos cumplió la ilusión. Gustavo Petro es el presidente y Francia Márquez la vicepresidenta. Empieza el Cambio anhelado.

Alberto López de Mesa
25 de junio de 2022 - 12:51 a. m.
Vicepresidenta electa y Gustavo Petro, Presidente electo de Colombia, junto a sus familias, dan discurso en el Movistar Arena tras la victoria en segunda vuelta.
Vicepresidenta electa y Gustavo Petro, Presidente electo de Colombia, junto a sus familias, dan discurso en el Movistar Arena tras la victoria en segunda vuelta.
Foto: Óscar Pérez

Ansié que se apuraran las horas para que llegara cuanto antes el domingo 19, día en que los colombianos elegiríamos al presidente 2022-2026. La espera de ese día fue como vivir un thriller de ansiedad, cada día la prensa hacía noticias intimidantes: publicaban encuestas amañadas en las que punteaba el contrincante, la revista Semana sacó videos íntimos de la campaña Petrista, metiendo cizaña sobre “los amorales métodos políticos”, los principales de la ultraderecha metieron miedo a la clase media alienada, y el propio Uribe aseguró en twitter que “el exguerrillero nunca será presidente”. Obvio asustaban, qué tal qué no, con los antecedentes históricos, y, porque sabemos de los alcances de las sectas políticas a la hora de defender su hegemonía en el poder.

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Esta jornada electoral, quizá porque desde las elecciones parlamentarias se hicieron evidentes las fortalezas del Pacto Histórico, las flaquezas del uribismo y el inminente ocaso de las castas políticas tradicionales, fue una contienda electoral furibunda: la legión de comunicadores del status cuo, ensañados en opacar al candidato progresista, porque a todas vistas, aventajaba a los otros candidatos, en estilo, en aceptación, en empatía con la gente, en propuesta de programa, en elocuencia.

Los que medio podían darle la talla eran Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria, si acaso en lo conceptual, pero no en liderazgo ni en las ganas sentidas de presidir y servir al país, Petro esta vez estuvo arrollador, tanto que los infundios desde los noticieros resultaron balas de salva.

Llegó pues el día señalado, la jornada de votación me cogió en Santa Marta y como toda mi parentela samaria es antipetrista opté por ir a esperar los resultados en mi apartamento. Sea que a las cuatro de la tarde, cuando se cerraron las urnas y empezaron las transmisiones de los informes de la Registraduría, yo estaba solo.

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Me preparé un cóctel con Ron Centenario, un chorrito de jugo de naranja, una pizca de sal y hielo. No me conformé con ver los informes en un solo canal, recorrí todos porque en los gestos de los periodistas que daban los datos, deducía las distintas reacciones de la gente en todo el país.

Faltando cinco para las cinco, cuando el sexto informe de la Registraduría dio el dato de Petro punteando en votación como tendencia, no tuve que esperar el resultado, algo en mi corazón me aseguró que el triunfo era un hecho, sentí calor en el pecho, inusitadamente mis ojos vertieron lágrimas, lloraba, si, pero lo que sentía en cuerpo y alma era un frenesí de felicidad, un éxtasis como si alguna glándula sensible a la alegría expeliera la hormona o el zumo de la dicha.

Entonces, a todo pulmón grité ¡Ganamos! ¡Petro ya es el presidente! Y busque a Silvana, la dueña del apartamento en donde vivo y nos dimos un abrazo triunfal. También ella tenía las mejillas empapadas de lágrima. Luego me fui enterando de que ante el histórico logro, encumbraron la misma catarsis mis amigas y amigos contemporáneos, los de la generación encantada por los vanguardismos artísticos e ideológicos que florecieron en la segunda mitad del siglo XX. Y que en el cotejo geopolítico entre “el imperialismo yankee promotor del capitalismo y la URSS difusores del comunismo ruso”conocido como La Guerra fría, la mayoría con auténtica sensibilidad social tomamos partido por la revolución socialista.

En mi caso las ideas socialistas me germinaron desde la adolescencia, sin ninguna conciencia ni afán de militancia, era una actitud de rebeldía generacional como dejarse el pelo largo o escuchar a Janis Joplin a todo volumen para escandalizar a mis tías conservadoras. Porque procedo de una familia clase media, católica, de moralidad y mentalidad tradicionalista, que a buena hora me inculcaron el hábito de la lectura, así que a mis trece años de edad ya me había leído varios clásicos y era notoria mi cultura general, con lo cual, sin guías ideológicas, formaba mi criterio a partir de como me asombraran los sucesos que informaban los medios de la época.

Por ejemplo, cuando leí la noticia que al boxeador Mohamed Ali, le quitaron el título de campeón de los pesos pesados, por negarse a prestar el servicio militar para no ir a combatir a Vietnam, entendí lo que significaba el imperialismo, me enteré del Vietcom y por ese camino de la revolución cultural de Mao Zedong en China.

Más tentador para mi conciencia proclive a lo libertario, fue el evento rockero en Woodstok, cuyas fotografías en las revistas mostraban la catarsis colectiva de hippies, mujeres sin agüero luciendo el torso desnudo y otros fumando marihuana. Todas las libertades que allí se expresaron, el profesor Oyaga, por fuera de clases, me las explicó como consecuencia de la manifestación que en mayo de 1968 cumplieron en París intelectuales y artistas de diversas tendencias filosóficas y políticas, la mayoría distantes y críticas del estalinismo.

Por el profe Oyaga, también supe de Fidel, del Che, héroes de la Revolución cubana que por varios años idealicé como Estado. También por él admiré al heroico cura guerrillero Camilo Torres y a Salvador Allende, primer comunista que llegó a la presidencia por vía electoral, la muerte de ambos me dolieron y encendieron mi espíritu revolucionario.

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En adelante la bibliografía marxista y de teorías revolucionarias ocuparon un anaquel especial de mi biblioteca, mis amistades entrañables eran gente de izquierda, lo que significaba mucho más que corrillos de militancia política, más bien éramos como la generación encantada. Lectores asiduos de los escritores del boom, cinéfilos gustosos del neorrealismo italiano, de Luis Buñuel, del cine arte europeo, de Pablo Picasso, del sonido bestial de Richi Rey y Boby Cruz, de Celia aun cuando denigró de Fidel, del Rock puro y de la música protesta. En realidad mi izquierdismo nunca fue ni sectario, ni dogmático, porque mi praxis revolucionaria la cumplí junto al movimiento teatral que en los 70 fue epicentro de pensamientos y estéticas. Fue un teatro concientizador de varias generaciones.

Entre mis allegados hubo quienes optaron por la lucha armada y se fueron pa’l monte. Yo no tengo la complexión ni el carácter para la vida guerrillera, y si por alguna ventolera me hubiera enrolado de guerrillero, la vieja Nati, mi abuela, me habría sacado de la oreja. Pero así como de lector gocé las hazañas de heroicos guerreros en la literatura épica y en la historia de nuestra independencia, también admiré a combatientes legendarios de la lucha armada en Colombia, antes de que la lucha guerrillera se pervirtiera junto a los ejércitos del narcotráfico.

No pierdo la esperanza que con el inicio de este nuevo tiempo, cuando las acciones de la JEP y la comisión de la verdad conjuren para siempre los rencores, así como se hacen tantas novelas y películas de narcotraficantes, se escriba y se filme la epopeya de Manuel Marulanda, Tiro fijo. Como también cinematográficos fueron los intrépidos operativos del M19, particularmente los de la primera etapa, cuya carga simbólica despertó entusiasmo esperanzado en gentes de diversa índole social y sobre todo en el sector universitario, acaso porque su carácter urbano propiciaba más la empatía de los citadinos que las guerrillas rurales de vocación campesina.

De mi parte, fue a Jaime Bateman Cayón a quien primero le escuché la idea de la necesidad de un cambio estructural del Estado colombiano, que empezará por quitarles el poder a las diez familias que por siglos se turnaban el gobierno o lo heredaban a su descendencia como si fuera un derecho nobiliario o parte de su patrimonio. Creí en la sinceridad de su lucha y el día que por casualidad en el patio de una casa en Santa Marta lo tuve en frente, admiré el halo destellante de su carisma.

Creo que la sensibilidad social es la base ética para que se tome partido por las políticas o las acciones que propendan por el Estado socialista. Desde mi sentido de la dignidad humana, es obsceno el que potentados canadienses, dueños de la Drumond en los pueblos de la Guajira, se den la gran vida con las descomunales fortunas que adquirieron extrayendo carbón sin inmutarse por los miles de nativos famélicos por el hambre, siendo los verdaderos dueños de las riquezas de su territorio.

A conciencia y desde mi condición he respaldado los presidentes latinoamericanos de izquierda o con programas de gobierno progresistas, algunos decepcionantes por dictatoriales, otros fallidos, y plausibles los que contra viento y marea han mejorado la calidad de vida de sus pueblos, disminuido la desigualdad e impulsado desarrollo responsable con la sociedad y con la naturaleza. Fidel Castro, cuando respaldado por la URSS logró para todos brindar servicios básicos gratuitos y de altísima calidad, deplorable la perpetuidad en el poder.

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Confíe en la buena fe de Hugo Chávez en su primer mandato, y me entristeció que por soberbio encendiera la soberbia del imperio que le bloqueó sin piedad, y apuró la ruina en la que ya caía Venezuela por dependiente del petróleo. Rafael Correa, con mala prensa internacional en la práctica, renovó la infraestructura y dio autonomía a las regiones, logros que no han encontrado continuidad en sus sucesores. Ejemplar los originales gobiernos progresistas que cumplieron respectivamente Evo Morales en Bolivia y Lula da Silva en Brasil. Debo incluir los gobiernos de los Crishner en Argentina y al recién elegido presidente de Chile, Boric, el joven priscedente de los estallidos sociales en ascenso de Boric en 2020.

Entre tanto, para nosotros, los de la generación del encanto colombiana, el deseo de que un líder alternativo llegara a la presidencia de Colombia a consumar el cambio estructural que soñaron los pioneros, era una ilusión que cada cuatro años se encendía y ahí mismo se apagaba como candelabro en ventarrón.

Antes de nosotros el caudillo fue Gaitán y lo mataron, en mi tiempo Pardo Leal fue brote de capullo y también lo asesinaron antes de florecer, Jaramillo Osa de innegable empatía popular, un sicario nos frustró la esperanza que inspiraba. También al encantador comandante desmovilizado del M19 Carlos Pizarro, que luego de entregar las armas y firmar la paz, se apersonó, por la vía democrática, en llegar al gobierno con los ideales y las banderas del movimiento, pero también nos lo mataron.

Incluso, algunos confiamos en que el alternativo Galán de ascendencia liberal podía iniciar el cambio, pero ta tampoco lo dejaron. Luego, con el exterminio de todos los líderes de la Unión Patriótica, yo y creo que mis contemporáneos veíamos remoto el ascenso a la presidencia de un candidato que nos representara, era una ilusión que si acaso verían nuestros nietos.

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En las elecciones del 2018, se lanzó por segunda vez Gustavo Petro, exguerrillero desmovilizado del M19, exalcalde de Bogotá y senador de la República. Se postuló como candidato a la presidencia por la coalición Colombia Humana. Nos reanimó la esperanza, ya maduro y con un programa tan original y preciso para el momento que terminaron copiándolo los contendientes, sacó ocho millones y medio de votos, tres por debajo de Iván Duque el pelele de Álvaro Uribe -Hay serías sospechas de un fraude-.

Como sea, Uribe y los caciques de la politiquería corrupta demostraron su pericia y nosotros debimos resignarnos, con el consuelo de haber sacado la más alta votación de un candidato de izquierda. Y si, en esos votos se apoyaría Gustavo Petro para postularse, afinando la estrategia que incluyo la novedosa coalición pluralista del Pacto Histórico, comprometidos a lograr un número de curules en el congreso que apoyaran la gobernabilidad.

También reconocemos que a sublimar sus cualidades de líder popular, haciéndose un caudillo posmoderno, que por su elocuencia pedagógica y su entrega en tarima brilló de plaza en plaza, por las ciudades del país como un rock Star de la política.

Demostrando en debates, en simposios, en conferencias nacionales e internacionales que se ha cualificado como uno de los estadistas más preclaros e influyentes en el continente. Esta vez Uribe, agobiado de imputaciones, no pudo meter con todo brío su garra malévola y el séquito de ultraderechistas no lograron inventar un candidato que le diera la talla.

Pero ante el inminente ocaso del dominio hegemónico, los secuaces en la comunicación y desde instancia gubernamentales, no escatimaron saña ni mala para impedir el ascenso del izquierdista, lo atacaron con filudos infundios, con entrampamientos, con subrepticias amenaza, que Petro revistió incólume como un titán comprometido con libertad a su pueblo de la bicentenaria opresión.

Y gracias a la exitosa gesta, el acompañamiento providencial de la líder ambiental afrodescendientes Francia Márquez, cuya participación digna y franca en esta histórica contienda electoral ya es un cambio de profundo significado. También fue determinante la entrega de sus aliados entrañables y el compromiso de nosotros, los irreductibles de la generación encantada.

Así, contra viento y marea, en junio 19 -que es un número para Petro- se nos cumplió la ilusión. Gustavo Petro es el presidente y Francia Márquez la vicepresidenta. Empieza el Cambio anhelado.

Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá, de El Espectador.

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