“En Guatemala los indígenas me decían ´la maquinita´” recuerda Carlos Martín Beristain, sonriendo y observando de reojo los libros, documentos y notas que cubren todo el sofá de la oficina de su casa en Bogotá. Oriundo del País Vasco, en España, conoce muy bien los conflictos sociales y políticos de América Latina. Ha hecho parte de procesos de reconstrucción de memoria, verdad y defensa de los derechos humanos en El Salvador, Guatemala, Perú, Ecuador, México, Paraguay y procesos de justicia en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Corte Penal Internacional.
Su más reciente trabajo en Colombia fue coordinar el capítulo del exilio, del Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV) y escribir el capítulo de síntesis de este mismo compilado. Tras la entrega del Informe viajará a México para acompañar un proceso de verdad y justicia con las familias de las víctimas de desaparición forzada en Ayotzinapa.
La trayectoria de un pacifista
A los 18 años su primera apuesta por la paz fue declararse objetor de consciencia en su país. “En esa época debías pagar de tres a ocho años por ser objetor. Yo tuve suerte y me amnistiaron, pero tuve que sacar a muchos amigos de la cárcel”, recuerda orgulloso. El movimiento de objetores del que era parte, en apenas doce años pasó de tener 50 personas a tener 12.000 y consiguió que se modificara el requerimiento del servicio militar, ofreciendo una alternativa para prestar otros servicios sociales.
A los 20 años, mientras era estudiante de medicina, se involucró en una iniciativa que acompañaba a víctimas de tortura de España y América Latina que vivían en Holanda. Ese fue su primer acercamiento al trabajo de derechos humanos al que ha dedicado el resto de su vida.
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Carlos Beristain se graduó luego como doctor en psicología persiguiendo el interés de aportar, desde el campo de la salud, a la documentación de los casos de violaciones a los derechos humanos porque, como explica él mismo, “en esa época no existía el protocolo de Estambul ni todas las metodologías que se han desarrollado para entender la dimensión de la experiencia de las víctimas”.
Su mamá le decía que sabía que se iba a ir lejos de España algún día y así fue. En 1989 un amigo que estaba en El Salvador trabajando con Brigadas Internacionales de Paz (PBI, por sus siglas en inglés) lo invitó a dictar unos talleres para tratar a víctimas de tortura. A los quince días de llegar a San Salvador fue detenido por un escuadrón de la muerte, como se les conocía a grupos paramilitares de ese país que eran conformado por miembros de la Fuerza Pública y que operaban sin identificarse como tales: “30 o 40 hombres nos tuvieron dos horas sentados contra una pared”, recuerda. Esta fue su primera experiencia de la guerra y sus frustraciones.
Tras su trabajo en El Salvador, el Arzobispado de Guatemala lo invitó a comienzos de la década de 1990 a liderar un proceso de reconstrucción de memoria. Había rumores de que se firmaría la paz entre la Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca y el Estado de Guatemala, tras el proceso de negociación que había empezado en 1987. Beristain y Monseñor Juan Gerardi Conedera lideraron el Informe de la Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi), Guatemala, ¡Nunca Más! con el objetivo de que las víctimas de la violencia armada en el país pudieran procesar su dolor, que los hechos atroces se conocieran y no se repitieran.
“La gente en Guatemala no hablaba, estaban consumidos por el miedo”, dice el comisionado para explicar que el proceso de recolección de la información se fue dando de forma empírica, buscando generar confianza en medio de tejidos sociales deshechos por la violencia. Lo que empezó como un proyecto de un par de meses, terminó siendo un proceso de tres años que culminó en diciembre de 1996 con la entrega del Informe, un documento que es referente en temas de memoria histórica de los conflictos armados en el mundo.
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Sin embargo, la entrega del Informe no fue ajena al complejo escenario político y social que vivió Guatemala tras la firma de la paz. La prueba de ello: dos días después del acto de lanzamiento, en 1998, Monseñor Gerardi fue asesinado fuera de su casa.
Beristain tuvo que salir de Guatemala a los pocos días, por seguridad. “Habían asesinado al que era, quizás, el hombre más respetado del país”, dice el comisionado. De nuevo vivía la frustración de la guerra y las dificultades de construir la paz. “Nada te prepara para el dolor, para lo que escuchas, lo que presencias ni lo que pierdes” dice.
Sus conocimientos en medicina y psicología le han dado herramientas para acompañar a otros en sus dolores. Pero Berinstain dice que han sido esos otros, las víctimas, quienes le han enseñado a él cómo afrontar la tristeza que acompaña su trabajo. Una víctima de Pueblo Bello, en el Urabá, le decía alguna vez: “Yo he hablado muchas veces de la desaparición de mi hijo, pero solo lo hago cuando tiene sentido hablar, para que el dolor tenga sentido, para que no se vuelva a repetir”.
Colombia, desapariciones, Derechos Humanos y exilio
Cuando salió de Guatemala, Beristain ya conocía Colombia y el escenario de derechos humanos que vivía el país en la década de los 90. En su primera visita fue invitado por el padre Javier Giraldo, un jesuita que se ha dedicado a la defensa de los derechos humanos desde 1982, a trabajar con víctimas de desaparición forzada en el país.
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En sus múltiples estancias en Colombia, Beristain ha acompañado a la Organización Femenina Popular (OFP) de Barrancabermeja, un proceso de resistencia pacífica de mujeres víctimas del conflicto en esta ciudad, también ha trabajado con víctimas en el Urabá, el Magdalena Medio y con organizaciones de carácter nacional como la Ruta Pacífica de las Mujeres. De hecho, a este último grupo le asesoró para la Comisión de Verdad y Memoria de las Mujeres Colombianas que ellas describen como “una estrategia a mediano plazo para ambientar la negociación dialogada del conflicto armado colombiano desde las voces de las mujeres.”
Cuando se firmó la paz y se creó la Comisión de la Verdad, algunas comunidades colombianas en el exilio ya habían enviado cartas a los negociadores de La Habana, y después al Padre Francisco de Roux para pedirles que fueran tenidos en cuenta en la reconstrucción de la verdad en el país. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, más de medio millón de personas han tenido que salir de Colombia escapando la violencia. “Mi interés en el tema llegó porque yo conocía a muchas de estas personas que se fueron. A algunos, incluso, les ayudé a salir”, dice Beristain.
Angélica Pérez, una periodista colombiana ahora radicada en Francia, describe a Carlos Beristain como “el quijote del exilio”. Con un equipo de cinco personas, la CEV consiguió recoger más de 2000 testimonios en 40 países del mundo. “Logró seducir con su quimera a cientos de decenas de colombianos forzados a vivir fuera del país para que se recogieran las verdades que Colombia aún no conoce. Y para que el exilio fuese entendido como un territorio del país. Eso es algo único en la historia de las Comisiones de la Verdad. Y ese trabajo conjunto se hizo prácticamente con las uñas y muchísima entrega y convicción”, agrega Pérez.
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Efectivamente, el capítulo sobre el exilio, uno de los primeros en estar terminados, contiene información que sorprendió a los mismos comisionados de la verdad, según cuenta Beristain. “Por ejemplo, la verdad sobre la justicia en Colombia: hay jueces y fiscales que conocen, como nadie, casos de violaciones de derechos humanos, corrupciones públicas, privadas, que por ese conocimiento, tuvieron que salir y guardarse esa verdad hasta el día de hoy”, dice el comisionado.
El capítulo sobre el exilio, por las características de la población colombiana en el exterior, tuvo una metodología particular: eran las mismas víctimas que habían tenido que huir de la violencia, quienes recolectaron los testimonios de otros compatriotas que habían sufrido la misma suerte. La CEV, con apoyo de embajadas y organizaciones internacionales, logró organizar 10 talleres para formar a estos 240 entrevistadores en distintos territorios del mundo. “Los talleres de tres días no eran sobre la grabadora, o las preguntas o el sistema, eso era lo de menos. Eran sobre el dolor. Cómo acercarse, cómo cuidarse al escuchar”, dice Beristain.
Ana Victoria Bastidas, es una de estas entrevistadoras para el nodo Reino Unido (así se nombraron las personas de cada país que colaboraron con la CEV). Lo que ella más recuerda de sus varias conversaciones y encuentros con Beristain es su interés por la gente. “No era cuestión de cuántos testimonios conseguíamos, o qué tan largos o qué tan reveladores podían ser. Su pregunta era siempre ´tú cómo estás, qué necesitas, cómo podemos ayudarte´”, recuerda Victoria.
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Beristain dice que este método fue una respuesta a los retos propios de ese trabajo de recolección de la información, pero que terminó siendo algo que honró a las víctimas en general. “Recuerdo que en Perú los indígenas nos dijeron que no querían ser más objeto de las investigaciones, que querían participar de ellas”, y eso generó unos vínculos de confianza para el trabajo de memoria que no habrían sido posibles de otra manera”, dice. De la misma forma, el comisionado afirma que haber tenido a personas que fueron víctimas del exilio entrevistándose entre ellas permitió que se dieran a conocer historias y dramas que habían estado guardados en a vida de la gente por 20 o 30 años.
Precisamente este es un común denominador en las historias del exilio: el sentimiento de culpa, el desarraigo, la imposibilidad de continuar un proyecto de vida, no poder comunicar su historia porque no hablaban el idioma, por miedo, por vergüenza. Algunas familias en el exilio no hablaron de lo que les sucedió en Colombia ni con sus hijos. El capítulo del Informe Final contiene información sobre el impacto de esta victimización sobre las segundas y terceras generaciones de colombianos en el exterior “una hija de exiliados describía lo que sentía como un cuarto oscuro en su casa, que estaba allí, pero del que nadie hablaba y al que no se podía entrar”.
Este es quizás el orgullo más grande para Carlos Beristain: haber acompañado a estas personas a procesar su dolor. Después de todo, para él, las víctimas son el motor para el trabajo que ha hecho por años y siempre deben estar en el centro de todos los procesos de reparación. En sus palabras: “yo no creo que los procesos de memoria deban empezar por el contexto, contar qué pasó, quiénes se pelearon y por qué y luego llegar a ver cómo se afectaron las personas. No. Las víctimas no son una consecuencia, las víctimas son lo principal y por eso habrá que seguirles escuchando hasta que se entienda que no le puede pasar a nadie más lo que les pasó a ellas”.