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El uso de la inteligencia artificial va más allá de la generación de contenidos. Sus límites siguen siendo especulativos porque el horizonte de posibilidades es inmenso en la solución de problemas de cualquier actividad humana. Tanto ha sido el auge, que hoy en día es una camisa de fuerza, por no decir menos, cuando se habla de productividad.
En el sector de infraestructura no solo está en el radar. Es la brújula que guía el camino de la eficiencia y la sostenibilidad. Pero ¿cómo se aplica? La respuesta está en las empresas que dirigen el sector. Hoy, el Centro de Convenciones de Cartagena abrió el telón al Congreso Nacional de Infraestructura.
“El uso de la inteligencia permite prever el día, rendimiento de pasajeros, día de mayor afluencia, ocupaciones y en qué franjas horarias moverse”, dijo Natali Leal, gerente general de Opaín, concesión encargada del Aeropuerto Internacional El Dorado.
La IA analítica y predictiva, añadió Leal, han permitido un ahorro energético de 30 %: “se puede calibrar perfectamente el aire acondicionado, la iluminación, los equipos, acorde a la ocupación en ciertas áreas. Esto disminuye no solo los costos, sino menor huella de carbono”.
Un término que parece técnico es ya parte del habla común: eficiencia. Año tras año, las empresas aprietan las tuercas operativas para que todo sea más rápido, efectivo, repetible y sostenible en el compás digital. Y la IA, como un practicante que recibe un menjurje de “todo un poco” día tras día, cumple esa función sin chistar. En el sector aeroportuario, por ejemplo, los asistentes virtuales se han vuelto protagonistas.
“Es una herramienta potente para el viajero porque está conectado con todo el sistema de los vuelos: desde objetos perdidos y alertas tempranas hasta la información del vuelo. Todo en tiempo real”, dice Leal, y añade: “Hoy en día, cualquier persona que la usa piensa que habla con una persona al otro lado”.
Allí, alimentada con toda la información interna en tiempo real, cualquier pregunta del usuario es respondida con el mismo afán de la vida moderna.
Y es que, más que premura en el sector de infraestructura, lo que hay es un mar de incertidumbre en las reglas de juego y, sobre todo, cifras que mantienen cabizbajas a las empresas. Según un reciente informe de Corficolombiana, Colombia está viviendo un frenazo en el sector que se siente en las cifras, en las regiones y, sobre todo, en el país que no termina de conectarse. Tras una década de avances con las concesiones 4G, el sector entró en un terreno pedregoso.
El centro de investigación subrayó que la producción total de obras civiles está 27,8 % por debajo de los niveles prepandemia, y la construcción de carreteras y calles está 43,8 % rezagada frente a 2019.
Según el informe, el país vuelve a niveles de actividad similares a 2013, la participación del sector en el PIB regresó a la de hace 20 años y las carreteras, que explican la mitad de toda la producción de obras civiles, están en su peor momento de la década.
Sin embargo, para que la inversión vuelva al sector de infraestructura no necesitamos IA, sino estrategia, recordaron José Ignacio López, presidente de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANIF), y Alfonso Salas, gerente del Grupo Puerto de Cartagena.
“Ahora, no aprovecharla sería un desperdicio, porque las ganancias sobre la eficiencia ronda el 20 %”, dijo López. “Pero se requieren condiciones para cerrar brechas de inversión, que es lo más importante”.
Las vías férreas también usan IA. Andrés Soto, CEO de Ferrocarriles del Norte (Fenoco), concesión encargada de las vías férreas que conecta a Santa Marta con Chiriguaná, Cesar, mencionó que la empresa recibe 160 millones de datos en tiempo real que aplican, por ejemplo, en reducir la accidentalidad laboral, el estado de las vías férreas y la eficiencia por carga.
En 2024, la empresa movió 32 millones de toneladas de carga mediante 9.000 viajes en tren, equivalentes a un millón de tractomulas. “Con el uso de IA, la operación es más eficiente, sostenible y segura en términos de accidentalidad”, dijo.
En este punto cobra sentido la breve frase de Arquímedes, el físico e ingeniero griego: “dame un punto de apoyo y moveré el mundo”. La inteligencia artificial deja de ser un accesorio futurista apenas conocido (aunque ampliamente desarrollado desde hace más de medio siglo) y se vuelve capa que ordena, mide y anticipa las operaciones que antes dependían del olfato técnico o de múltiples hojas de cálculo.
Mientras las empresas se abren paso con estas herramientas —desde aeropuertos que ajustan su consumo energético como quien regula el volumen de un televisor, hasta trenes que leen 160 millones de datos para evitar fallas en la vía— el país enfrenta un dilema más profundo: la tecnología avanza a la velocidad de un algoritmo, pero la inversión pública lo hace al ritmo de una carretera en obra. Ese desfase es el verdadero punto ciego.
La IA permite predicciones más exactas, operaciones más limpias y costos más bajos. Sin embargo, sin proyectos, sin financiación, sin esa decisión política de conectar territorios y destrabar trámites, toda esa capacidad queda orbitando en el aire. La IA puede decirnos cómo movernos mejor, pero no puede construir la vía por la que debemos movernos.
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