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Los cambios en el comercio internacional están sacudiendo las cadenas de valor y ofreciendo nuevas oportunidades de inversión. Sin embargo, en Colombia, las microempresas —que constituyen más del 90 % del tejido empresarial— están perdiendo la carrera antes de arrancar: dedican cerca del 15 % de su nómina exclusivamente a trámites administrativos, según un informe de Corficolombiana.
Esta tramitomanía tiene un costo invisible: el talento humano que debería estar innovando o produciendo, termina empantanado en formularios. De acuerdo con el DANE, el aporte del trabajo al crecimiento del valor agregado fue negativo (-0,22 %) en 2024. En otras palabras, el empleo en Colombia no está impulsando la productividad, la está frenando, pues más personas trabajan, pero sin generar más valor económico.
En un mundo donde las exportaciones dependen de eficiencia y rapidez, este lastre burocrático actúa como un freno estructural. Y peor aún cuando aglomera a más de 1,5 millones de negocios.
En promedio, una empresa en Colombia debe destinar 2.620 horas al año a trámites administrativos —el equivalente a más de un trabajador a tiempo completo dedicado solo al papeleo.
En las microempresas (menos de 10 empleados), esto significa que casi dos de cada diez trabajadores no producen ni venden, sino que cumplen con requisitos regulatorios.
La cifra es particularmente crítica en sectores como la construcción y la industria manufacturera, donde el papeleo puede duplicarse y superar las 5.300 horas anuales.
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Un país caro para emprender
Colombia ocupa el quinto lugar mundial entre los países más complejos para hacer negocios, solo superado en la región por México, según el índice global de TMF Group. A diferencia de Chile, donde abrir una empresa puede tomar menos de 24 horas en línea, en Colombia aún se requieren 11 días y trámites presenciales en notarías.
Esto lo saben las entidades públicas. El Departamento Nacional de Planeación (DNP), por ejemplo, señala que los costos marginales de operar formalmente representan cerca de 5 % de la utilidad bruta de una microempresa.
Para Corficolombiana, la fragmentación institucional agrava la situación. Desde las cámaras de comercio y la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN), a la Unidad de Gestión Pensional y Parafiscales (UGPP) y las notarías, todas operan con sistemas independientes que no dialogan entre sí.
Esta dispersión multiplica las entregas de documentos, ralentiza procesos y crea condiciones desiguales entre ciudades.
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El rezago frente a la nueva geografía del comercio
Mientras EE. UU. sube aranceles —10 % para Colombia— y China gana influencia en América Latina —especialmente en importaciones y proyectos de infraestructura de transporte—, los países de la región compiten por atraer inversión y encadenarse a las nuevas rutas del comercio global.
Colombia, sin embargo, llega con desventaja. Apenas 5 % de las empresas registradas exportaron entre 2010 y 2022, y de ellas, solo 11 % lo hizo de manera recurrente, según el Consejo Privado de Competitividad.
“El alto costo logístico, junto con los prolongados tiempos de operación, actúa como un freno para las empresas con potencial exportador. Factores como transporte interno, fletes internacionales y servicios aduaneros inciden directamente en la decisión de participar en mercados externos”, subraya el informe.
El país, pese a tener la mayor conectividad marítima directa de la región, no logra traducir esa ventaja geográfica en eficiencia logística, debido a aduanas lentas y altos costos de exportación.
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Más allá del eslogan de la productividad, la eficiencia regulatoria —es decir, menos trámites, reglas claras y procesos unificados— el país seguirá atado a una camisa de fuerza que sofoca la inversión y la innovación.
El primer semestre retrató este comportamiento: la inversión extranjera directa se ubicó en U$4.840 millones, una caída de 24 % frente al mismo periodo de 2024 (U$6.370 millones), según cifras del Banco de la República.
La evidencia pone la verdad incómoda sobre la mesa: los países con entornos regulatorios generan más ingresos per cápita y atraen mayor inversión privada. Pero en Colombia, la desconfianza abunda. Y así hacer negocios tiene el revés de un efecto dominó que enfría el capital y el valor agregado de la industria nacional.
Mientras las cadenas de valor global se reconfiguran y los países vecinos se posicionan, Colombia corre el riesgo de quedarse viendo el tren pasar, ocupada en llenar formularios y pagar tarifas de registro mercantil cada año.
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