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Zamir Montero, entre los 50 mejores docentes del mundo por sus proyectos tecnológicos

Zamir Montero fue uno de los 50 finalistas de la edición de este año del Global Teacher Prize, que reconoce las mejores experiencias en docencia del mundo. Su estrategia se ha centrado en aprovechar la tecnología para ayudar a grupos vulnerables y rescatar las raíces culturales de comunidades del Caribe. Ahora trabaja en un colegio en Fundación, Magdalena.

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11 de diciembre de 2025 - 10:02 p. m.
Zamir Montero es docente en la IED John F. Kennedy, en Fundación (Magdalena).
Zamir Montero es docente en la IED John F. Kennedy, en Fundación (Magdalena).
Foto: Cortesía
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Zamir Montero fue reconocido este año entre los 50 finalistas del Global Teacher Prize, el galardón que entrega la Fundación Varkey para destacar las mejores experiencias educativas en el mundo. Para el jurado, este docente samario logró mostrar “el inmenso poder de la educación para romper el ciclo de la pobreza y mejorar la vida de los jóvenes”. Lo ha hecho con creatividad, paciencia y más de 20 prototipos tecnológicos desarrollados junto a sus estudiantes.

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Aunque hoy impulsa proyectos educativos en un territorio como Fundación, donde los índices de pobreza son altos y la presencia de grupos ilegales sigue marcando la vida cotidiana, su camino no fue fácil. Al terminar el colegio, Montero no tenía cómo pagar una universidad. Su sueño era estudiar neurología y seguir los pasos de uno de sus referentes: Sócrates, el futbolista brasileño que, después de retirarse, estudió medicina. “Ese gusto me lo alimentaban las historias que me contaba mi papá. Para mí era la combinación perfecta que quería para mi futuro: ser médico y futbolista”, recuerda durante una llamada telefónica.

Cuando vio que ese camino se estaba cerrando, decidió buscar otra alternativa. A los 16 años ingresó a la Escuela Normal Superior San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, para cursar dos años más de formación. Allí, entre los salones de tercero y cuarto de primaria, donde estudiaban algunos de sus primos, descubrió que le gustaba enseñar. El sueño de la bata médica y de los guayos dieron paso a la bata del docente.

Su primera experiencia fue en la llamada “escuelita loca”, un colegio pequeño de un barrio popular de Santa Marta donde muchos estudiantes llegaban con los cuadernos guardados en bolsas o sin dinero para los útiles. Su tarea era enseñar a dividir. “Era lo que había”, dice. Hoy, al mirar en retrospectiva, cree que fue una de las mejores decisiones que tomó.

Una vida dedicada a la tecnología

En enero, cuando se anunció que estaba entre los 50 mejores docentes del mundo, el Global Teacher Prize destacó que Montero integraba esta lista porque “su misión permanente es crear ciudadanos globales y empoderar a los estudiantes para que se conviertan en miembros activos y responsables de sus comunidades y del mundo”. Esa descripción encaja con lo que ha hecho en Fundación, donde varias de sus herramientas tecnológicas surgieron de conversaciones cotidianas con sus estudiantes.

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Una de ellas es la aplicación que diseñó para ayudar a tomar decisiones durante inundaciones. El prototipo, puesto en marcha en 2024, ya ha servido para capacitar a más de mil personas en rutas de evacuación y se convirtió en una herramienta útil para los bomberos del municipio. La idea nació de una charla con Joel, uno de sus estudiantes que había resultado afectado por las inundaciones de 2020 en este municipio. “Aquí es común que ocurran estas emergencias”, explica Montero. Joel y varios de sus compañeros habían perdido sus útiles, algunos de sus cultivos quedaron arrasados o sus viviendas presentaban afectaciones. “Él me dijo que quería pensar en una forma de ayudar a los demás”, comenta el docente, quien comenzó su carrera en una escuela pequeña del barrio Villa del Carmen, en Santa Marta.

A partir de esa conversación empezaron a explorar opciones. Descubrieron que en muchas ciudades existen sistemas de monitoreo meteorológico y bases de datos que orientan a la población cuando hay riesgo de inundación. “Esa charla con Joel motivó a otros estudiantes”, cuenta. Con el tiempo se sumaron ingenieros electrónicos, de sistemas y varios exalumnos de la IED John F. Kennedy, en Fundación.

El primer aplicativo que desarrolló también tiene un espacio importante en su memoria. Fue en 2009, cuando ganó una plaza como docente en el corregimiento de Caraballo, en Pivijay (Magdalena). Para ese entonces, después de su paso por un par de colegios en Santa Marta, ya sabía que quería continuar en la educación pública. “Estaba en un lugar abandonado, golpeado por la pobreza. No había más de 70 casas y estaba aislado de todo. Apenas llegaba la luz. Había niños con desnutrición y altas tasas de deserción. Muchos padres eran analfabetas o víctimas de la violencia”, cuenta. Era, reconoce, un reto enorme.

Su principal desafío era buscar estrategias que ayudaran a mitigar esas situaciones. La historia de uno de sus estudiantes, Ener Salas, fue clave y el punto de partida para desarrollar un aplicativo tecnológico. “El amor de ese niño por aprender fue lo que me motivó a crear espacios extraescolares”, recuerda. Como parte de esas actividades, enseñaba a las madres a leer y escribir, y dictaba clases de matemáticas, inglés y sociales para que pudieran acompañar a sus hijos.

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A raíz de esa experiencia, Montero, doctor en ciencias de la educación, desarrolló un aplicativo “offline”, porque en el corregimiento no había señal estable de celular ni de internet. La herramienta, basada en contenido multimedia, enseñaba a niños y niñas a multiplicar. Ese fue el punto de partida de una labor que, desde entonces, ha girado en torno a la innovación, la inclusión social y el trabajo comunitario.

En Fundación, a donde llegó en 2017, también ha tenido que sortear una serie de desafíos. En el colegio donde es docente de planta están inscritos más de 1.200 estudiantes, muchos de ellos provenientes de familias desplazadas por el conflicto armado o viviendo en condiciones de pobreza extrema. A esto se suma que varios niños tienen poco apoyo académico en sus casas y un acceso limitado a la tecnología.

Aun con esas limitaciones, Montero ha logrado impulsar, junto con sus estudiantes, “Design Thinking para un mundo más inclusivo”, el proyecto que hoy concentra buena parte de su trabajo y al que considera como “el más importante de su carrera”. Se trata de una página web que reúne más de 20 aplicativos de uso gratuito. Para desarrollar cada uno, el punto de partida es siempre el mismo: sentarse con los estudiantes, identificar los problemas que afectan al colegio, al barrio o incluso a las familias, y pensar en quiénes podrían beneficiarse de una herramienta creada por ellos. Luego hacen diagnósticos con esas personas y, con esa información, “desarrollamos el prototipo, pensando específicamente en la persona elegida”.

Un ejemplo de ese proceso es la aplicación que desarrollaron para niños y niñas con síndrome de Down. La idea surgió porque uno de sus estudiantes tiene un hermano con esta condición y buscaban alternativas que facilitaran su aprendizaje. Con la herramienta lograron, explica Montero, avances en habilidades lectoras y en lógica matemática. Otra de las iniciativas es AUDIT, una aplicación diseñada para apoyar la comunicación de estudiantes con discapacidad auditiva.

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Además del reconocimiento que ha alcanzado con sus herramientas tecnológicas, Montero ya piensa en lo que viene. Dice que quiere apostarle a la vinculación de empresas en estos prototipos, pues muchos de ellos ya están “en una escala mayor que la institucional”.

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