El Magazín Cultural

Stanley Cavell: de la muerte como un incidente excéntrico

¿Dónde escuché hablar de Staleny Cavell? ¿Quién me habló de Cavell y por qué, para qué? Es quizá desde esta inquietante manera de ser en Cavell, en su nombre, escuchado o leído, desde donde debo comenzar a “hablar” de él.

Óscar Jairo González Hernández
25 de junio de 2018 - 06:19 p. m.
Stanley Cavell fue un filósofo y profesor universitario estadounidense. Murió el pasado 19 de junio de 2018. / Cortesía
Stanley Cavell fue un filósofo y profesor universitario estadounidense. Murió el pasado 19 de junio de 2018. / Cortesía

¿Recuerdo? No es recuerdo, porque inclusive, ahora que ha muerto, continúo estando vivo en lo que soy como su lector crítico, como aquello que proviene de la obscena manía de leer. De ese leernos en otros, que no nos han indicado que podemos leerlos, que podemos ser sus lectores. Y uno nunca sabe si aquello que lee o los libros que leen lo reclamarían como su lector o por el contrario, no lo querrían como su lector. Indicación pues, de la revolución del lector, que lee sin consentimiento de aquel al que lee o va a leer. O busca leer.

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No cesa de inundarnos entonces, Stanley Cavell (1926-2018) con sus proposiciones hermosamente lucidas, arbitrarias y excéntricas. Escuché a “hablar” de Stanley Cavell, cuando leí a Giovanna Borradori, en un libro inmensamente poderoso, tentacular y excesivo, o sea, en un libro de los que me fascinan por el carácter excesivo que contiene y sobre el que se basan; por la intención misma que tienen de excedernos, como este libro de Borradori, que me llevó de una vez, como un imán al hierro, a Cavell: “Conversaciones filosóficas. El nuevo pensamiento norteamericano”.

Este libro, este tratado causó inmediatamente en mí la excitación excéntrica necesaria y básica, en su naturaleza misma, por abordar a Cavell, por conocerlo más de lo que ya sabía de él, por un libro inicial que había leído, pero que no me había sacudido tanto, que no me intereso tanto como lo que decía Cavell a Borradori en este libro del que hablo.

O que me hace hablar. Ese libro de lectura de mi comienzo cavelliano, había sido un libro titulado: La búsqueda de la felicidad. La comedia de enredo matrimonial en Hollywood. Quizá entonces me previene en su lectura por lo de “Hollywood” (no diría lo mismo cuando leí a Bukowski: “Hollywood”). Tras este maravilloso incidente, porque en la vida todo es un incidente (Barthes), dado que es aquello que solamente uno observa y percibe y nadie más, proyecté entonces mi deseo de conocer más de Stanley Cavell. Tarea hacia Cavell, la llamé.

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Desde entonces, Cavell ha hecho su tarea en mí. Y es entonces verdad que uno trata de quién le ha formado, a quién le debe en su forma de ir desarrollando sus consideraciones o vaciamientos sobre la vida del conocimiento. Conocer es hace ver en uno mismo aquello que es lo que desea, pero que también hace su proyección excéntrica en sí mismo. Me interesó Cavell por lo excéntrico, porque la relación con la intensidad de causar en él lo excéntrico, era tan esencial, tan verdadera y tan transparente que hacía relación (no total o no cierta) con mis posiciones, con mi carácter destructivo (Benjamín), pero sin la tranquilidad ascética de Cavell, dado que mí excentricidad estaba radicada o la he radicado en la irritación. Y la irritación quizá contradice lo que se dice, lo que se intenta ser o lo que se hace. Irritabilidad crítica, que no es lo mismo en Cavell, pero sí en mí.

Inmersión en el sentido que se quiebra, que se ocluye en uno mismo, para no quedarse en la controversia, sino en la contradicción, porque no es lo mismo la controversialidad, que la contradicción. El contradictor, disiente, se mantiene en la inalienable condición de la disidencia.

Y el que controvierte, hace de la controversia su alienación. No crea, porque lo que sostiene y apoya lo que dice, es la posición de poder, o sea, de la demostración. Necesita demostrar lo que dice, probarlo, mientras que él que se instala en la irritación estética, no requiere de ello, dice, nada más. Y lo mismo se da entonces, en el excéntrico.

Stanley Cavell, dice contundentemente, como tiene que decirse, como ha de decirse en él, sin concesiones y con un radicalismo inherente a sí mismo, a su manera de hacer su constructo del pensar, a las turbulencias que lo llenan, en la que excava,  que su pensamiento proviene y se mueve (movimiento de la duda y de la certeza) desde el sí mismo y que por eso su pensamiento tiene que ver principalmente con lo que él llama: autobiografía. Y dice en uno de sus libros más provocadores: "Un tono de filosofía. Ejercicios autobiográficos: ¿Por qué ahora y por qué entonces? ¿Qué hay en mi obra que requiera ese resumen autobiográfico, y que había en mi vida previa a la universidad que requería la dedicación al estudio de la música y la filosofía? La nativa aversión de la filosofía podría parecer perversa y ya he dicho que me creía destinado a adoptar lo que parecían perspectivas excéntricas, como si dijéramos a quedarme en medio, a rechazar los extremos. En los últimos años, en los que he escrito y he publicado más que nunca, me han dicho, desde ambas partes de la línea divisoria de las tradiciones filosóficas, que la mía era una voz alternativa. Esto tiene un sentido amistoso y otro hostil. Ya no puede estar cómodo con éste último, sino que he de enfrentarme a él. Como eje, y creo que como momento inicial del esbozo autobiográfico de una vida dedicada a la filosofía, pondré un ejemplo de algo que tal vez irrite los nervios filosóficos, pero que yo considero un trabajo filosófico, un ejemplo de lo que extraigo de la lectura de un texto filosófico familiar".

En la medida, en que Cavell, decide, porque su pensamiento es una torsión que se hace desde sí mismo (musicalmente, podría decirse) hacia lo que lo hace tensión sobre lo nuevo, o sea, lo excéntrico, entonces en esa medida para él, el pensamiento no está dominado por la circunstancia de la construcción de la proposición positivista sino por la proposición intuitiva (que en él proviene de Wittgenstein) que es más poderosa que la positivista, en el sentido no del poder mismo, sino de la diseminación que hace sobre la naturaleza y el carácter del pensador, de su historia, de su necesidad de lo nuevo.

Indicar lo nuevo, es provocar eso en uno mismo, dado que nuevo es todo aquello que deviene de la intermitencia de lo que no sabe o no se sabía hasta el momento en que se sabe. Otros sin duda, lo saben o lo han sabido, pero yo, no. Y por eso es nuevo para mí. Es así con el pensamiento de Cavell, tal como él mismo lo dice y lo hace decir en sus libros como: Ciudades de palabras. Cartas pedagógicas sobre un registro moral, Los sentidos de Walden, Más allá de las lágrimas,  El mundo visto o La filosofía pasado el mañana.

Cuando Stanley Cavell, como decíamos, decide intervenir el pensamiento no desde la construcción establecida o dominante, de poder otra vez, desde el pensamiento de Emerson (Los hombres representativos) o de Thoreau (Walden o la vida en los bosques), lo hace para causar la excentricidad, lo nuevo; porque trata de aquello que no se ha tratado desde el pensamiento mismo (o lo que se llama filosofía, o sea, aquello que se demuestra racional o positivamente), de la vida que se vive en su mismidad, en su misterio indestructible, por medio de las sensaciones que no son demostrables. Tanto como en Thoreau o en Condillac. La vida da la temperatura misma de lo que se tiene que decir o es dicho en uno, porque la vida es resultado de una tensión en lo que ha de durar o hacerse durar o ser llevado a durar, no es la historia, sino la intensidad del durar en la percepción. Percibir es hacer durar.   

Es necesario, causar el caos en la racionalización de la vida, someterse a las turbulencias de las inquietudes, lanzar al mundo “proyectiles” (como Baudelaire), incidir en la vida con las súbitas sensaciones de sentido y sin sentido, que constituyen la estructura de la vida en su condición elemental. Caos de las percepciones como teoría. O de las percepciones como un tratado teórico, sin teoría. Dimensión otra del pensamiento como la que nos muestra e hizo y hará suya Staleny Cavell. Y en su muerte, así lo percibimos y él quizá nos perciba a nosotros como a sus lectores innecesarios o indebidos. O excéntricos.

 

 

Por Óscar Jairo González Hernández

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