Publicidad

“Nueve claves para decirlo bien”: los puntos sobre las íes

El periodista y reportero gráfico César Muñoz Vargas presenta su más reciente libro a manera de reflexiones prácticas y gráficas sobre el uso del español. Consideraciones del autor.

César Muñoz Vargas
08 de noviembre de 2021 - 02:00 a. m.
Carátula del libro "Nueve claves para decirlo bien", del periodista César Muñoz Vargas. / Nathalia López M.
Carátula del libro "Nueve claves para decirlo bien", del periodista César Muñoz Vargas. / Nathalia López M.

La norma, relativamente nueva, de que “todo niño paga y ocupa puesto” aplicaba desde hace mucho tiempo en el pueblo de las vacaciones. Dos menores de edad terminaron viendo cine para adultos en la función nocturna del Teatro Sol, no porque fuera su intención ni la de sus mayores ser testigos del escarceo amoroso de los actores. No. La bochornosa situación se dio por culpa de una omisión gramatical.

(Lea también: Mauricio Hoyos y la inversión con conciencia)

Los niños y sus tíos se aprovisionaron de mecato, dispuestos a ver en la pantalla grande las aventuras de vaqueros en áridos y ardientes desiertos; pero la calentura llegó de pronto por cuenta de mujeres y hombres desnudos que andaban en otros caminos polvorientos, muy distintos a los del lejano oeste. Al encargado de anunciar la programación del cinema se le había olvidado un pequeño detalle, una “cosa mínima”, dice el diccionario de la RAE en su tercera acepción: la tilde.

La película no se llamaba Veinte grados bajo la sabana, como leyeron los tíos, sino Veinte grados bajo la sábana. En consecuencia, la plata de la boleta se perdió, pues la tía no iba a permitir que los sobrinos vieran escenas para las que todavía no estaban preparados: ni ella para explicarles ni ellos para entender. Luisito, el párvulo, a pesar de hacer esfuerzos para satisfacer su curiosidad y mirar por los entresijos de la mano que su tía le puso en la cara, tuvo que salir con sus palomitas y chocolatinas a disfrutarlas fuera del teatro.

(Le recomendamos: Fabián González: mentor de emprendedores)

El tío, por su parte, no le dio mayor trascendencia al descuido ortográfico del cartelero, pues en aquel entonces ya pregonaba un aforismo que todavía aplica en las tinieblas de sus noventa y tantos: “Yo bestializo, pero me hago entender”. Por lo mismo, le daba igual escribir bestia con uve o hago con jota. Lo poco aprendido durante su fugaz paso por la escuela le fue suficiente para abrirse camino en la vida ejerciendo oficios en los que la gramática no era necesaria.

“Se bestializan, pero se hacen entender”. Esa parece ser la consigna de algunas personas de ahora. Personas que sí hicieron el recorrido completo en la escuela, el colegio y la universidad, pero manifiestan dificultades al comunicar un mensaje. Suelen acortar las palabras, decirle humilde al pobre, omitir las comas y tildes, abusar de las mayúsculas y reincidir en los lugares comunes, las caritas, las palmas y los pulgares erectos.

(Además: Carolina Montoya lanza un “S.O.S.” por el planeta)

Se escudan en el poco tiempo que tienen y le echan la culpa al autocorrector del teléfono inteligente cuando se les escapa un barbarismo. Le llamaron “inteligente” al teléfono, y ahí están las consecuencias: aparatos que creen sentir lo que siente o pensar lo que piensa el dueño. Es la misma gente que en los días de la caída mundial de las redes sociales descubre, o recuerda, que ese teléfono también sirve para hacer llamadas. No le interesa la ortografía, y hablar le parece una pérdida de tiempo. A esa gente le basta con hacerse entender; eso sí, que el acto de comunicar sea rápido.

Cuántas malas interpretaciones, cuántos momentos bochornosos se evitarían si se prestara más atención a los signos de puntuación y la semántica de las palabras. A veces se cree que significan una cosa, pero en verdad refieren otra. Su mala utilización puede o no inducir a la Real Academia, bien para agregar ―por la fuerza del uso― nuevas acepciones a determinados vocablos, o bien para no considerar otros, así sean muy frecuentes y tengan una adecuada construcción. Se emplean erróneamente términos como humilde, pasión o estertores. Pero se evita indigente para negar una realidad, o disimularla con un eufemismo: habitante de calle.

(También: Despierto e interactuando: así es el estado de salud de Vicente Fernández)

Nueve claves para decirlo bien es un libro breve, satírico, pedagógico y gráfico que invita a reflexionar sobre el español y a recordar algunas normas básicas casi olvidadas, como el uso de las comas y las mayúsculas. Tiene caricaturas de Matador y de Marcos Toledo (Toledo) pensadas para aquellos que prefieren las imágenes a las letras. Se concibe en la obra la caricatura como recurso efectista para un medio en el que el índice de lectura, por momentos, pareciera medirse por memes y no por páginas de libros.

Se trata de un aporte autocrítico sobre ortografía y gramática. Un aporte basado en la experiencia, el constante aprendizaje del autor y la meticulosidad para poner las palabras y los signos donde les corresponde. Una labor en la que siempre hay algo por aprender.

(Lea también: Yeison Jiménez es la nueva portada de la revista Vea)

La extensión de la obra es inversamente proporcional a los largos períodos de dudas y continuas consultas para resolverlas. Lleva inmersa una intención lúdica que la hace entretenida, que pretende estimular el interés del lector respecto a otros temas como la sintaxis, los pleonasmos, los extranjerismos y la influencia de las redes sociales y la publicidad en el lenguaje.

Sobre el libro, señala el profesor Cleóbulo Sabogal Cárdenas, jefe de Información y Divulgación de la Academia Colombiana de la Lengua e implacable vigía de la le lengua castellana: “Es atractivo, didáctico y hasta muy gracioso con las caricaturas, y eso está muy bien, porque el buen maestro enseña haciendo reír”.

(Además: Eliana Rivadeneira y el otro grado de la creatividad)

Ahora que impera el lenguaje acortado y el facilismo de los emoticonos, que surgieron para evitar vergüenzas y a las personas ―o el trabajo de expresar los sentimientos―, este libro es una apuesta en imágenes y con visos coloquiales en su escritura que pretende reparar en la importancia de mejorar las formas al hablar y, sobre todo, al escribir, porque la mala puntuación y las faltas ortográficas pasan inadvertidas en el habla. Sin embargo, la falta de pericia queda al desnudo cuando en la comunicación kinésica se marcan con los dedos índice y del corazón las comillas inglesas y no las latinas, o cuando se transcribe lo dicho por alguien y se entrecomilla que ese alguien dijo seguramente con ce, zanahoria con ese o chulo sin hache.

Por César Muñoz Vargas

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar