Por primera vez en los 215 años de historia del Ejército colombiano, ascendieron a mayores 42 mujeres que iniciaron el curso de arma. El decreto que oficializó el ascenso fue firmado el pasado 11 de diciembre por el ministro de Defensa, Pedro Sánchez, y marca un precedente en una institución que históricamente ha sido dominada por hombres. Las mayores María Fernanda Correa Cobos y Bibiana Suárez León son dos de esas 42 oficiales que lograron este ascenso, y su historia es una muestra de las dificultades y exigencias que enfrentan las mujeres para alcanzar altos cargos. Asimismo, en un plazo de cinco años, ellas serán las primeras tenientes coroneles que podrán comandar batallones, para luego ascender al mando de brigadas, divisiones e, incluso, de la misma comandancia del Ejército.
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Su historia en la institución inició en enero de 2008, cuando abrieron el primer curso para mujeres oficiales de armas. Al momento en que una persona decide unirse al Ejército, tiene la opción de haber cursado primero una carrera universitaria y luego hacer un curso de seis meses para desempeñar actividades administrativas. El otro camino, el de armas, consiste en entrar a una escuela del Ejército y realizar estudios de ciencias militares durante cuatro años. Esto incluye entrenamientos exigentes y el aprendizaje de la doctrina militar. Cuando Correa Cobos y Suárez León ingresaron al curso tenían 19 y 17 años, respectivamente, edades similares a las de las otras 60 mujeres que ingresaron con ellas.
Para ambas, la decisión de ingresar al Ejército fue influenciada por sus padres, que también fueron militares. “Mi papá fue sargento viceprimero. Mi hermana mayor y yo crecimos en un cantón militar viendo a los soldados trotando. Mi mamá era la comandante de la casa y se dedicaba a nosotras. Mi hermana terminó como suboficial del Ejército en el área administrativa, y yo también iba a hacer esa. Pero salió la incorporación de las primeras mujeres en armas y mis papás me dieron la oportunidad de hacer la carrera como oficial. Eso me llamó bastante la atención y decidí ingresar al Ejército porque quería ser parte de la historia”, relató la mayor Correa Cobos.
Por su parte, la mayor Suárez León contó que su padre se retiró del Ejército cuando ascendió a teniente coronel. “Mi papá se retiró cuando yo era muy chiquita, entonces tengo pocos recuerdos de esa época. Sin embargo, mi mamá me inculcó muchísimo ese amor por el Ejército, incluso más que mi papá, y yo aspiraba a entrar como administrativa. Pero cuando estaba en grado 11 hubo la primera incorporación de mujeres de arma sin carrera, entonces pude salir del colegio e ingresar directamente al Ejército”, recordó Suárez León. Los siguientes tres años que duró ese curso de armas en la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova marcaron el inicio de una prometedora carrera militar.
Al ser el primer curso de armas con mujeres, el Ejército tuvo que comenzar a adaptar sus instalaciones para albergarlas. En los primeros alojamientos, por ejemplo, las asignaron a ocho chicas por habitación y se compartía un baño entre dos cuartos. Es decir, en 15 minutos, 16 chicas tenían que utilizar el mismo baño cada día. “La jornada iniciaba a las cuatro de la mañana con la diana, que es el ejercicio de cuando a usted le dicen ‘de pie’ y tiene 15 minutos para que se bañe, se vista, organice su catre y se pare firme ante la superior que pasa lista. Pero, como eran pocos minutos, a veces una se levantaba media hora antes para lavarse el pelo con más calma o tener un baño más tranquilo. Eso lo hacíamos sigilosamente porque en el primer semestre estaba prohibido levantarse antes de la hora”, señaló la mayor Correa.
Luego de pasar la diana, las estudiantes debían hacer labores de limpieza, que se asignaban cada semana, para a las cinco de la mañana estar en el comedor desayunando. Luego venían clases de ciencias militares, almuerzo, entrenamientos, cena y, en la noche, más clases. Jornadas agotadoras que terminaban alrededor de las 10 de la noche y, en muchos casos, llegaban al alojamiento para seguir estudiando o hacer las tareas asignadas para el otro día. “El cambio fue muy brusco porque el hombre militar no tenía como un límite en los ejercicios, pero nosotras entramos y los altos mandos pretendían hacer lo mismo con nosotras. Es decir, hasta 200 de pecho y, en un punto, nuestros brazos no nos daban”, relató Correa.
En esos primeros meses, las oficiales recuerdan que el dispensario —centro médico— de la escuela comenzó a llenarse de mujeres con diversos dolores en el cuerpo, como periostitis o tendinitis, que afectaban sus piernas por el exceso de actividad física. La mayor Correa recuerda que, a los “ocho días de haber ingresado a la escuela, ya estaba en el dispensario porque tenía la rodilla para abajo hinchada”. Aunado a estas exigencias, las oficiales también resaltaron el proceso de adaptación que tuvieron que vivir sus compañeros hombres al enfrentarse por primera vez a mujeres en los cursos de armas, y las exigencias que ellas mismas se imponían para estar al ritmo de ellos.
Aunque la mayor Suárez resaltó que sus compañeros “nos admiran, apoyan y saben de lo que somos capaces en lo físico”, la mayor Correa señaló que ese reconocimiento no “fue de la noche a la mañana. Era una competencia en la que nosotras buscábamos estar al nivel de ellos y, de pronto, lo vieron en algún momento como una amenaza a su ego y orgullo como hombres. Así que ellos buscaban ser los mejores para no dejarse opacar, porque no querían que una mujer les ganara en el trote o resistiera más que ellos. Eso, en parte, también ayudó a que ellos tuvieran que exigirse más”.
Las oficiales recuerdan que, en esos primeros años de entrenamiento, los hombres intentaban acelerar el paso en las marchas para “dejarnos votadas a las mujeres, y nosotras hacíamos todo el esfuerzo para seguir el paso. Cuando los comandantes se daban cuenta de que no se estaba viendo el trote de una forma disciplinada, los obligaban a ellos a dar otra vuelta porque se trataba de trabajo en equipo. Y si hacíamos vueltas por pelotones, tenía que llegar el pelotón completo, porque en la guerra la tropa inicia junta y no termina la misión hasta que todos lleguen. Los hombres tuvieron que entender que no solamente era una competencia, sino que éramos compañeros y que nadie se puede quedar atrás”.
El último año de ese curso de armas fue el más difícil, pues tuvieron que enfrentarse a entrenamientos en campo donde se simulaban las condiciones reales de combate. “En el campo no había baños y a uno le tocaba buscar entre el rastrojo, abrir un hueco y hacer sus necesidades. Fue de los momentos más difíciles porque, como mujer, se atraviesa el periodo y se necesitan más condiciones de higiene. Llegamos a pasar incluso un mes sin bañarnos y, aunque una intentaba disimular el olor con perfume y pañitos húmedos, nada podía tapar ese mal olor cuando nos subíamos todos al camión”, recordó Suárez entre risas.
En 2010, de las 62 mujeres que iniciaron el curso solo 48 llegaron a graduarse. En ese punto comenzaron los nuevos retos para estas oficiales, que fueron las primeras en tener pelotones de 35 soldados a su mando. “La experiencia fue espectacular porque, dejémonos de mentiras, el poder es atractivo. Pero es un poder que no es para destruir a la persona o pasar por encima, sino para ayudar y educar en todo lo que uno se especializó en el aspecto militar”, señaló la mayor Correa. No obstante, destacó que sí existieron retos para hacer valer su rango con sus compañeros y con los mismos soldados, que en algunos momentos llegaron incluso a acosarlas.
“Al principio fue bastante difícil porque llegaban pelotones de soldados regulares que no habían tenido un buen nivel de educación. Cuando llegaban al cantón nos veían como si nosotras fuéramos prácticamente un trozo de carne uniformado y hacían comentarios soeces de ‘uy, adiós, mamita’. Se presentaron muchos casos de esos. Obviamente, nosotras teníamos que pararnos al frente y decir: ‘Usted está equivocado. Póngase en su sitio, haga 22 de pecho o venga a tomar su medida correctiva, porque eso no es así’. De pronto, al principio decían que éramos groseras, pero eran las estrategias que tomamos porque nosotras solas tuvimos que mirar cómo nos íbamos a defender y darnos nuestro lugar a capa y espada”, expresó Correa.
En los 18 años que han atravesado en la institución para ascender de tenientes a capitanas y ahora a mayores, Correa Cobos y Suárez León recuerdan muchos momentos difíciles. Pero cada una tuvo uno en específico que las hizo dudar de sus decisiones y del costo que implicaba ser una mujer militar. Para la mayor Correa, ese momento fue en 2019. “El último año, cuando estaba de teniente, me encontraba muy agotada por la carga laboral y me replanteé si quería seguir. Definitivamente, esta carrera uno la elige por vocación, pero la contribución que uno hace es muy sigilosa”, expresó.
Además, la mayor Correa declaró que mantenerse en este camino implica un “precio muy alto. Así como los hombres se han sacrificado, nosotras también, y creo que un poco más, porque nuestras responsabilidades como mujeres no son solamente es con la institución, sino también con el hogar, la familia y los hijos. Eso ha dificultado mucho ese crecimiento personal”. Sobre este último aspecto, la mayor Suárez lo ha vivido en carne propia al intentar equilibrar su profesión y criar, como madre soltera, a sus dos hijas de nueve y tres años. El momento más difícil para ella fue cuando tuvo que irse a África durante un año a un curso como observadora militar y dejarlas al cuidado de sus padres.
“Recuerdo que cuando regresé de estar en África ese año, había dejado a mi hija pequeña de 11 meses y fue más fácil. Pero la mayor sí me reclamó haberla dejado sola ese tiempo. A ella le encanta el tema del liderazgo porque me ve como ejemplo y me admira, pero al tiempo me reclama porque he estado ausente muchas veces. Como comandante, tienes que ir determinado tiempo, ya sea un mes o dos meses, a otros batallones para hacer entrenamientos específicos con los soldados. ¿Qué tenía que hacer? Pues irme y dejar a mi hija con mi familia. Gracias a Dios, yo cuento con una red de apoyo muy fuerte, que son mis papás y mi hermano, pero sé que muchas no tienen esa red”, advirtió Suárez.
Con sus ascensos a mayores, estas 42 mujeres se preparan para hacer un mayor aporte estratégico al Ejército y, asimismo, generar cambios en la doctrina de guerra. “Es un desafío grande y ahora empieza la batalla para ser teniente coronel, y no todas vamos a tener la oportunidad de llegar”, señaló la mayor Correa. Sin embargo, aunque no todas alcancen a seguir estos ascensos, para la mayor Suárez lo que han logrado ellas y sus compañeras es un ejemplo para todas las niñas y mujeres que quisieran hacer parte de la institución. En sus palabras, “nosotras tuvimos la responsabilidad de abrir ese camino a otras mujeres. Desde que nos incorporaron hasta la última que se quede en el Ejército, eso siempre será un precedente”.
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