“Estamos rodeadas por barcos militares”, nos alertó la colombiana Luna Barreto en el último mensaje que logró enviar desde el velero HIO, una de las 44 embarcaciones que conforman la Global Sumud Flotilla que buscaba llegar a la Franja de Gaza con ayuda humanitaria, pero que fue interceptada este miércoles en aguas internacionales, a menos de 40 millas náuticas de su destino.
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En paralelo, en un video publicado por el documentalista Carlos Pérez Osorio, uno de los integrantes de la comisión mexicana en el mismo barco, se escucha una voz femenina que se identifica como parte de la Armada Naval Israelí, que advierte por radio que se están aproximando a una “zona bloqueada” y que “si quieren llegar a Gaza deben hacerlo por los canales establecidos”, e insisten a las naves cambiar su rumbo. Luego de ese par de mensajes se perdió comunicación con HIO y sus tripulantes.
Previo a la llegada de la flotilla a esa zona marítima, Israel había solicitado entregar la ayuda humanitaria en la Franja a través de sus fuerzas militares, esto en medio de las persistentes denuncias de bloqueos y deficiente administración de la ayuda, incluyendo el homicidio de palestinos alrededor de los puntos de entrega.
Los primeros barcos en ser detenidos fueron los que encabezaban la flotilla: Alma y Sirius. En uno de ellos viajaban varios veteranos de guerra estadounidenses y en otro la dirección de la iniciativa, entre ellos la exalcaldesa de Barcelona, España, Ada Colau. Después se interceptaron cuatro embarcaciones más, sumando más de 120 personas detenidas.
Estos hechos no solo reviven las imágenes de otros ataques en el mar, sino que plantean un dilema jurídico central: Israel no tiene derecho a abordar ni detener barcos en aguas internacionales. Según la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, las embarcaciones humanitarias pueden navegar libremente en alta mar y están sometidas exclusivamente a la jurisdicción del Estado cuya bandera lleven.
Aunque diversos expertos y organismos internacionales han advertido que impedir el paso de ayuda humanitaria, o intentar bloquearla mediante el uso de la fuerza, constituye una violación del derecho marítimo, el resultado con la flotilla era más que esperado. No solo estaban las constantes amenazas de Israel en el tablero, sino el abrupto retroceso de las naciones europeas que respaldaron una semana atrás a la Global Sumud.
Pese a haber demostrado su apoyo con firmeza a la flotilla con el envío de buques el pasado 25 de septiembre, España e Italia le pidieron encarecidamente a la Global Sumud que no se adentrara el jueves en la zona de exclusión establecida por el ejército de Israel, una comunicación que fue interpretada como “tibia”. ¿Por qué el cambio?
“El problema fue que para algunos analistas, y parte del público en general, se creyó que el hecho de que un Estado europeo reconociera un Estado palestino simbolizaba un compromiso con la ‘causa palestina’. Nada más alejado de la realidad”, señala Felipe Medina, profesor de estudios de Oriente Medio de la Universidad Javeriana.
“Primero, se reconocían dos Estados. Segundo, fueron medidas correctivas, ya que en el inicio guardaron silencio sobre los crímenes israelíes y luego, por factores como la presión interna de sus sociedades, se vieron obligados a anunciar ese apoyo político”, añade.
En otras palabras, los gestos europeos hacia Palestina no respondían a una convicción estructural, sino a una coyuntura política que podía variar con rapidez. Y eso fue lo que ocurrió: tras mostrar respaldo a la flotilla, España e Italia ajustaron su posición en cuestión de días cuando la situación lo demandó.
El viraje visto en la antesala de la interceptación de la flotilla no fue gratuito, sino estratégico, pues sus gobiernos buscaron alinearse con el nuevo escenario diplomático abierto en Washington. La matización de los enérgicos discursos de hace una semana responde a blindar los acuerdos publicados el lunes por Donald Trump y Benjamin Netanyahu.
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Tanto Estados Unidos como Israel, la Unión Europea e incluso los países árabes están buscando que el plan de 20 puntos sobre Gaza —criticado ampliamente por analistas en geopolítica y derecho humanitario— prospere para ponerle fin al conflicto de alguna manera.
Incluso el presidente Gustavo Petro, quien ha sido de los líderes políticos que más ha abanderado la causa palestina y ha criticado férreamente a Israel y a Trump por sus acciones frente a Gaza —según analistas, por un componente electoral a nivel local—, estaría a favor del plan de 20 puntos, sobre el que se espera una reacción de Hamás en las próximas horas. Un síntoma de que el consenso internacional empieza a imponerse más allá de las diferencias ideológicas. Pero este acuerdo tiene un gran problema de fondo: la representatividad.
- En contexto: En Palestina existen dos instancias distintas: la Autoridad Palestina y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el organismo que en teoría representa al pueblo palestino en su conjunto. El problema es que la Autoridad lleva años cuestionada: perdió Gaza frente a Hamás, gobierna solo de manera parcial en Cisjordania y su liderazgo —encarnado en Mahmud Abbas— no se ha legitimado en las urnas desde hace más de una década. Para muchos palestinos, más que un gobierno propio, la AP se ha convertido en un aparato burocrático sostenido desde afuera, incapaz de encarnar sus reclamos reales. Es esta misma Autoridad Palestina la que respalda el plan de Trump, pese a las acusaciones de estar desconectada de la realidad de los palestinos.
Petro, como señalan analistas, se alinea ideológicamente con la Autoridad Nacional Palestina —con la que mantiene lazos cercanos a través de su embajador en Bogotá—, pero desconoce las denuncias internas sobre la falta de legitimidad del liderazgo de Mahmud Abbas y la represión en Cisjordania. Al respaldar el plan de Washington, Petro termina incurriendo en la misma contradicción que critica en otros: apoyar a Palestina sin escuchar a los palestinos, sino a una parte que está ampliamente desacreditada.
En la medida en que Washington, Tel Aviv, Bruselas y Doha intentan blindar el documento para ponerle fin a la guerra, cualquier alteración en el Mediterráneo puede convertirse en un riesgo para su aprobación. La flotilla era uno de esos elementos.
“Lo único que puede alterar este escenario es lo que ocurra con la flotilla esta semana”, advierte Medina.
El problema es que este delicado equilibrio, el de intentar mostrar respaldo a Palestina sin legitimar a sus representantes, y criticar a Israel sin poner en riesgo el plan de Washington, se convierte en un gran dolor de cabeza y carece al final de lo esencial: apoyo popular.
“Es un plan que nunca consultó la voz de los gazatíes ni de los palestinos en general. Quizá se haya tenido en cuenta a la Autoridad Nacional Palestina, pero se trata de un organismo con muy poca representatividad”, dice Medina.
Mientras los gobiernos se mueven entre cálculos diplomáticos, en las calles la presión empieza a crecer: en Italia ya hubo una huelga masiva contra la “tibieza” de sus dirigentes, un recordatorio de que el consenso entre cancillerías difícilmente resistirá si la indignación ciudadana sigue en aumento. Sobre el futuro del acuerdo, solo resta esperar por la respuesta de Hamás.
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