"Una carrera contrarreloj": el regreso de un colombiano desde Perú en medio de la pandemia

El cierre de fronteras decretado por el presidente Iván Duque dejó en el limbo a varios colombianos en Perú, que en pocos días tuvieron que buscar alternativas para su regreso. Este es el testimonio de uno de los que pudo volver, en el que cuenta cómo fueron esos días de incertidumbre.

Juan Pablo Vasquez - Especial para El Espectador
25 de marzo de 2020 - 09:04 p. m.
Decenas de colombianos quedaron varados en Perú tras el cierre de cielos en Colombia. / Archivo particular
Decenas de colombianos quedaron varados en Perú tras el cierre de cielos en Colombia. / Archivo particular

La angustia en Perú comenzó antes que en Colombia. Antes y sin tiempo para digerirla. El domingo 15 de marzo, a raíz de la propagación del COVID19, el presidente Martín Vizcarra declaró el estado de emergencia y cerró las fronteras del país a partir de esa misma noche. Todo transporte terrestre, marítimo, fluvial y aéreo hacia otros países quedaba suspendido en cuestión de horas.

De inmediato, las aerolíneas comenzaron a cancelar vuelos. Latam, Avianca y VivaAir, quienes suelen cubrir la ruta entre Lima y varias ciudades colombianas, enviaron correos en donde indicaban la cancelación de sus servicios debido a la pandemia. Las reservas de cientos de personas que esperaban volver a sus hogares quedaban congeladas hasta nuevo aviso. Llamar a los call centers o buscar asistencia a través de las páginas web era inútil ya que la respuesta siempre era la misma: se podría programar o reprogramar la reserva una vez transcurrieran los 15 días que duraban las medidas del gobierno de Perú.

El miedo y la zozobra solo iría en aumento en esa semana. Primero, el lunes 16 de marzo, el presidente Iván Duque anunciaba el cierre de fronteras, exceptuando las aéreas, algo que dejaba abierta la posibilidad para muchos colombianos que querían regresar. Tres días después, tras soportar la presión de distintos sectores que que le exigían medidas de mayor peso, cedió y puso un límite al ingreso de vuelos internacionales al país. Los arribos procedentes del exterior acabarían después del 22 de marzo.

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En el caso de los colombianos atrapados en Perú, esto nos dejó entre la espada y la pared. Sin poder salir de la nación vecina y en contrarreloj para entrar a Colombia. 

Nuestro primer paso fue contactar a la Cancillería. Los canales de atención no ofrecían respuesta oportuna, quizá debido al colapso, y los pocos que lograron exponer su caso fueron redirigidos al consulado en Lima. Para colmo de males, en razón al aislamiento social obligatorio que entró a regir con la declaración de estado de emergencia por parte de Vizcarra, las oficinas del consulado estaban cerradas y toda la atención era en línea. No había mucha claridad sobre cómo proceder y el tiempo seguía corriendo. Ya era miércoles y quedaban solo cuatro días para buscar una forma de salir.

La página web del consulado habilitó un correo para que las personas enviaramos nuestros datos y se pudiera consolidar una base de datos. Después, vía correo electrónico se compartió un cuestionario de Avianca en el que se tantearía la viabilidad de abrir un vuelo comercial para el viernes 20. La esperanza nos volcó a muchos a diligenciarlo, pero se disipó rápidamente cuando vieron, ahí mismo en el cuestionario, el precio estimado que tendría el trayecto: 465 dólares. Pocos podían costearlo. La mayoría ya tenía su pasaje que había sido cancelado, sin el reembolso del dinero, y el efectivo se les agotaba. Exigieron que se abriera un vuelo sin costo, pero la idea fue desechada. El gobierno de Colombia, a través de la Cancillería, no contaba con los recursos para una operación de ese estilo.

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Por su cuenta, la gente empezó a unirse. Se creó un grupo de WhatsApp y desde allí se coordinó la redacción de tres comunicados solicitando ayuda al presidente Duque, la canciller Blum, las aerolíneas y al gobierno peruano. Sin embargo, las respuestas llegaban a cuentagotas. El desespero pudo más y varios decidieron movilizarse hasta al aeropuerto Jorge Chávez de Lima y ver qué conseguían, capaz recibían información de alguna autoridad aeroportuaria sobre su repatriación. No les dijeron nada diferente a lo que ya sabían:

“Por el momento, no hay ningún vuelo a Colombia”.

Y mientras tanto, partían aviones con turistas de diferentes lugares que volvían a sus respectivos países.

Periodistas de varios informativos se acercaron y los entrevistaron. Sus apariciones y reclamos, tristemente, solo sirvieron para que uno que otro particular se conmoviera y les llevara agua y alimentos. Sin dinero y allegados a quien acudir, no tuvieron más opción que dormir a la intemperie, con sus pertenencias, todos juntos y con la incertidumbre comiéndoselos por dentro.

En la noche del jueves 19, el consulado envió un correo comunicando que, tras varias conversaciones, Avianca abriría a la venta un vuelo para todo el que deseara regresar a Colombia. El deseo, eso sí, tenía un costo. Para volar de Lima a Bogotá antes de que entrara a regir el cierre total de fronteras se debían cancelar 657 dólares, suma superior a los 465 dólares previamente anunciados. Antes era difícil, ahora era inviable. Además, la compra en línea duró pocas horas. Ya después la página web ni siquiera arrojaba el vuelo en sus búsquedas.

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El avión que viajaría de una Lima a Bogotá, en principio, despegaría a las 9:00 p.m. del viernes, pero por una falta de permisos que otorgaba el gobierno peruano tuvieron que aplazar el viaje. La fecha definitiva fue el sábado 21 al mediodía.

Desde temprano, los alrededores del Jorge Chávez parecían el punto de encuentro de una protesta. Cientos de personas, entre las que había menores de edad, mujeres embarazadas y adultos mayores; se acercaban y afanosamente intentaban hacerse lo más cerca posible a la reja de ingreso que era vigilada por la seguridad privada y la policía. Todas las medidas básicas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud para evitar el contagio del virus eran la última preocupación de los que estaban allí. Al interior, aproximadamente a 300 metros de la entrada, se veía el terminal aéreo desolado.

Un vuelo con destino a Buenos Aires, operado por Aerolíneas Argentinas, atrajo a varios argentinos que estaban en un drama similar. Ellos entraron primero. Luego, vendría el vuelo a Bogotá.

“Yo les pido, a los que pagaron ese pasaje, que no nos olviden. Exijan allá adentro que nos resuelvan algo. No es justo con nosotros que le hemos metido el pecho, peleado, hecho bulla, y nos quedemos sabiendo que ese vuelo lo abrieron por todos nuestros reclamos. ¡Ayuden!” gritaba Diana Espinel, bogotana que reside en Neiva y a quien el cierre de fronteras la sorprendió en mitad de sus vacaciones.

El personal de Avianca salió y pidió que todo el que hubiera adquirido un pasaje para este vuelo presentara su pasaporte y reserva. Posteriormente, los datos serían verificados en un listado y se les permitiría entrar. De esta forma, la prioridad la tenían los que pusieron la plata, incluyendo un buen número de norteamericanos y europeos. Minutos más adelante, a quienes sufrieron la cancelación de su reserva por aquellos días con Avianca se les permitió canjear su tiquete y obtener un cupo en el vuelo. Por último, los tiquetes restantes fueron puestos a la venta. La cantidad de asientos vacíos en el avión dejaron claro que no muchos tenían casi 3 millones de pesos para regresar a Colombia.

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“Mi mamá puede tener 15 millones de pesos metidos debajo del colchón y yo puedo llamarla para que me los mande y así pueda comprar mi pasaje. Pero dígame, ¿a dónde me lo va a mandar si acá todo está cerrado? No hay un banco por ahí o un Western Union como para yo retirar la plata” fue el reclamo de Sebastián Parra, un joven de 21 años que tuvo que posponer sus planes de estudiar en Perú y que hacía parte de las personas que dormían afuera del aeropuerto.

¿Qué sucedió con las personas que tenían reservas con otras aerolíneas, que viajaron por tierra o que estaban en otras ciudades de Perú y no pudieron abordar este vuelo (se estima que en Cusco hay más de 150 colombianos varados)? ¿Dónde se hospedarán y de qué vivirán durante los días que dure el aislamiento social obligatorio declarado por el gobierno de Martín Vizcarra? ¿Tendrán acceso a los servicios de salud y sanidad en un país que, al día de hoy, registra casi 400 casos confirmados de coronavirus?

El vuelo 5052 de Avianca llegó a Bogotá a las 5:00 p.m. del sábado por un retraso debido a la airada protesta de algunos pasajeros que pedían que se permitiera el ingreso de los cientos que quedaron por fuera. Las redes sociales de Cancillería celebraron el retorno de estos colombianos (y varios extranjeros). En los comentarios de estas publicaciones se pueden leer las múltiples quejas de quienes aún siguen en Perú y sus familiares.

Varios han informado que la solidaridad por parte de peruanos y colombianos que viven allí se ha incrementado. Han tenido acceso a hospedaje y comida, pero todavía no reciben una respuesta sobre un potencial retorno. Habrá que ver cuánto les pueden sostener esta beneficencia en tiempos en los que la economía está paralizada y cómo pueden resguardarse de un virus que sigue en ascenso en Latinoamérica.  Los gobiernos de ambos países parece ser que no tienen este asunto en su lista de prioridades. El consulado en Lima hace lo que puede y varias figuras públicas continúan dándole eco a esta situación.

Ahora, cuando es tendencia #QuédateEnCasa, estos colombianos tienen que padecer la impotencia de no poder volver a la suya.

Por Juan Pablo Vasquez - Especial para El Espectador

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