Cuando emprendí el viaje que me aventuró a ese "añorado destino" que todos alguna vez soñamos conocer, supe que no todos los días serían de colores lúcidos y brillantes. La aventura traería consigo misma aprendizajes a través de la oscuridad y el abismo de lo torpe, lo confuso y lo turbio.
Quienes partimos en búsqueda de esa chispa de lo desconocido -esto ocurre en los casos afortunados, bajo ciertas circunstancias-, no sabemos nada de lo que vamos a encontrar a medida que damos un paso, dos pasos, tres pasos... lo que encontraremos más allá, detras del cielo, es invisible e imperceptible. Pero sabemos, casi a ciencia cierta que siempre hay un lugar al que podremos regresar si los senderos de las montañas se empinan demasiado, si la lluvia se convierte en torrente, si el volcán erosiona, si el fuego lo convierte todo en ceniza.
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Decía Milan Kundera, "el que está en el extranjero vive en un espacio vacío en lo alto, encima de la tierra, sin la red protectora que le otorga su propio país, donde tiene a su familia, sus compañeros, sus amigos y puede hacerse entender fácilmente en el idioma que habla desde la infancia", y es éste, exactamente el lugar al que intento llegar. Desplazar mi cuerpo y mi alma -hoy extranjeros-, hacia ese hogar en donde sin importar ni cómo, ni dónde, ni cuándo, siempre he sido bienvenida, acogida, abrigada y protegida.
Los tiempos cambian y no se detienen, la vida resurge y no se detiene, los sueños se truncan y no se detienen, la bondad se transforma y no se detiene, la esperanza crece y no se detiene, los anhelos varían y no se detienen, yo busco ayuda y no me detengo, ni lo haré.
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Si hoy pusiera entre mis fichas el pasado y jugara con él para explicar los planes que tenía para entretener el futuro (inexistente, imperceptible, inapreciable), podría quedarme horas contando historias que entretejieran y explicaran las razones que tengo para regresar a casa, pero hoy intentaré ser más selectiva en mis palabras para llegar al punto final de este sueño que se está tornando en pesadilla y encontrar una verdadera solución.
Me llamo Salomé Arbeláez Jaramillo, soy ciudadana colombiana radicada en Barcelona. Mi vida, al igual que la de cientos de miles de millones de seres humanos se vio afectada -tanto positiva como negativamente-, por el surgimiento de una pandemia invisible que nos ha llevado al límite de nuestra propia (re)creación. Vivo en unión libre con mi esposo, nuestra perra Elly (gracias a la cual todavía nos encontramos cuerdos), y estoy en la semana número 23 de gestación de nuestra primera hija: Emilia.
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Hasta hace poco menos de 2 meses sabíamos que Emilia nacería en el Centro Médico Teknon de Barcelona, que mis papás vendrían a ayudarnos durante 8 semanas con la bebé, con la casa y con su amor. Jeff continuaría trabajando, económicamente estaríamos tranquilos mientras el mercado en el que él se desempeña estuviera activo, viajaríamos a algún lugar durante el verano, llegaríamos recargados de energía y nos prepararíamos para asumir la vida de padres.
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Con la llegada del Covid-19 a nuestras vidas, el reino de los sueños en el que estábamos viviendo se desmoronó y nos vimos enfrentados a un escenario no solamente desconocido, sino además, desolador: somos 2 personas extranjeras en un país con uno de los mayores índices de afectación por el virus. No tenemos trabajo. No generamos ningún tipo de ingreso económico. Nuestros ahorros se agotan. Nuestros gastos continúan siendo los mismos y estamos a pocos meses de tener un bebé...
Durante todo el mes de abril he intentado conseguir la manera de llegar a los funcionarios responsables de sus ciudadanos en el extranjero para tomar en consideración nuestro caso. Muchas manos se han unido y gracias a ellas hemos podido llegar a ciertas personas que han tomado nota de la situación que atravesamos, sin embargo, las acciones puntuales han sido nulas.
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Hace poco menos de dos semanas supe que habría un vuelo humanitario desde España hacia Colombia. Empecé el juego en el que nos rebotan como pelotas de aquí allá y de allá a otro lugar. Nadie tiene respuestas concretas, lo único que tienen para decirme con seguridad es lo siguiente: "Su esposo no es ciudadano colombiano, así que de ser posible la ayudaríamos a viajar a usted, pero él no puede hacerlo". Grito por dentro, siento ganas de enfrentarme a las personas con las que hablo en un campo de batalla, quiero quitarles la máscara y la armadura oxidada de guerreros inútiles que utilizan, les pregunto con tono irónico pero real si es posible que dejen de hacer y empiecen a ser, que se hagan más humanos, que sean representantes legítimos de una Constitución que promulga la unidad familiar sobre todas las cosas. Llego al límite de mi paciencia. Cuelgo. Envío otro mail y uno más. Las respuestas a mi petición son y continúan siendo iguales a CERO.
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Pero, ¿Cuál es mi petición?. Bien, solicito un permiso, una visa especial de residencia o una autorización que se haga vigente desde YA para que sea el vuelo que sea -humanitario o comercial-, tengamos el derecho legítimo de permanecer juntos y viajar como la familia que somos, tan pronto haya una posibilidad de hacerlo. Por favor, si han llegado hasta este punto, lean nuevamente este párrafo. Bajo ninguna circunstancia estoy pidiendo ni exigiendo que un avión venga por nosotros, no solicito el cupo de ningún connacional para que sea cedido a mi esposo. Pido con respeto, utilizando como único mecanismo de comunicación mi propia voz, que nos den por derecho la opción de tramitar el documento que necesitamos para entrar a Colombia en el momento que sea posible hacerlo. Esto nos permitirá contar con las condiciones que necesitamos en el instante preciso en el que se autorice el cruce de fronteras y organizar nuestro viaje en el primer vuelo, sin tener que esperar a que la visa sea procesada, lo cual nos quitaría el tiempo que estamos intentando ganar.
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Leo historias de los miles de seres humanos que atraviesan situaciones similares. Todas igual de importantes para cada protagonista de su propia historia. Todos estamos asustados, estamos cansados, estamos agotados de ser portadores de malas noticias que nos damos a diario a nosotros mismos al no conseguir respuestas concretas que nos lleven a nuestro destino final: nuestro hogar, sea donde sea que éste se encuentre.
Hace pocos días publiqué en un grupo mi caso para buscar asesoría legal. Mientras leía las respuestas de las personas que comentaban mi publicación me aterraba pensar en la poca capacidad de entendimiento y empatía que tenemos los seres humanos hacia "el otro". Nuestro opinadero personal se convierte en un espejo de quienes somos y las carencias que vemos en esa otra personas, son el vivo reflejo de nuestros propios temores.
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"Quédate allá, un país del primer mundo. A qué vas a traer a un bebé a Colombia" (Ja! Empiezo con esta porque no hay nada que me enferme más que los temas que catalogan al mundo numéricamente). "Sé independiente, yo siempre lo he sido" "Empieza a vivir tu propia vida con tu hija y tu esposo" "No entiendo a la gente que quiere estar pegada a su familia todo el tiempo. Yo tengo hijos y siempre les he enseñado a vivir independientes" "Eres una irresponsable. Arriesgar la vida de tu bebé montada en un avión" "Lo que tienes que hacer es alimentarte bien" (What?! Acaso alguno de ustedes sabe cómo me alimento?)...
A estas personas quisiera pedirles que fueran más respetuosas y cuidadosas al momento de dar respuestas a preguntas que nunca se han hecho. Que cada quien, como hombre o mujer, como familia, como ciudadano, busca lo mejor para los suyos. Que el hecho de que no les afecte la lejanía con sus seres queridos, no quiere decir que sea una realidad indiscutible para el resto del mundo. Que la realidad y el escenario de vida de cada ser, son factores personales e intrasferibles. Y que mientras estos no dañen o perjudiquen directamente a ese otro, las críticas no constructivas y las opiniones, están de sobra.
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Escribo este mensaje con la esperanza de encontrar a alguien que nos ayude a regresar a Colombia, como una familia protegida por el derecho de permanecer unida.
No busco ayuda económica, ni pretendo hacerme mártir de una situación que está fuera del alcance de cualquiera. En Colombia cuento con todo el apoyo económico, psicológico, emocional para mi, para mi esposo, para mi perra y para mi bebé.
Busco seres humanos sensibles que quieran ayudarme a correr la voz, con la posibilidad de hacer que nuestro caso llegue a los funcionarios correspondientes que nos den luz verde para viajar en el próximo vuelo ya sea comercial o humanitario que haya hacia Colombia, teniendo en cuenta que por mi estado de embarazo, el tiempo deja de correr a nuestro favor.