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Cárceles y moringa chibchombiana

Arturo Guerrero
04 de septiembre de 2020 - 05:00 a. m.

¿Quién no recuerda los informes sobre presos contagiados de coronavirus en las cárceles apretujadas del país? Sucedió en las primeras semanas de la cuarentena. El cuadro de Dante con detenidos que duermen apeñuscados o agitan los brazos desde barrotes tupidos era ya pesadilla conocida. Pero que la epidemia ingresara e infestara semejantes recintos prefiguraba el infierno.

Estas prisiones son la aglomeración por excelencia, extendida durante 24 horas sin tregua, sin medidas sanitarias elementales. De modo que la peste entró, recorrió patios, pasillos, celdas. El país tembló ante la consiguiente perspectiva de cuerpos insepultos en aquellos campos de concentración donde Colombia extermina delincuentes e inocentes.

Pues bien, pocos meses más tarde estas noticias se esfumaron de los informativos. La gente pasó a inquietarse por las UCI, la curva, el pico y cédula. A comienzos de agosto Red Más Noticias emitió un reporte del periodista Mario Villalobos, grabado en la cárcel de Villavicencio. Se tituló “Milagro en la celda” y abrió aludiendo a García Márquez y su realismo mágico.

De 1.700 prisioneros, se habían infectado 900, según testificó el calvo dragoneante Basilio Pérez, guardián del Instituto Penitenciario (Inpec). Gracias a recomendación de su abuela, le llegó el runrún de una planta que fortalece el sistema inmune. Henry Carreño, quien cultiva moringa en Acacías, donó un cargamento. Los guardianes la prepararon con aguapanela y limón, en ollas descomunales como para saciar cinco batallones.

La recuperación fue masiva, en un mes se derrotó el virus. Custodios y presos, además, encontraron tranquilidad, disminuyeron los tropeles. Todos filosofan: la planta cura también el alma, quitó el miedo y la pandemia del odio. Familiares y guardianes recogieron fondos y enviaron moringa a diez cárceles del país donde se replicó el prodigio.

La cámara muestra camiones y camionetas policiales que transportan bolsas transparentes con el remedio verde. Ni la ciencia ni García Márquez explican lo que pasó, observa el reportero.

Semana entrevistó el 9 de agosto al presidente de la Unión de Trabajadores Penitenciarios, Pedro Vargas, comandante de guardias en la cárcel La 40 de Pereira. Fue un espléndido match entre dos comunicadores que terminaron vapuleados por los comentarios en chat a causa de su posición inquisidora, y el líder de los custodios quien con inteligencia llana se parapetó: “A mí me gusta ir con la ciencia, la justicia y lo chibchombiano”.

Tres días después La Silla Vacía le pasó su Detector de Mentiras al video de Villavicencio. Concluyó que es auténtico, que la moringa alivia síntomas pero no cura. Reprendió porque la OPS exige en estos casos “rigurosos ensayos clínicos”.

Hoy nadie entiende por qué esta noticia quedó encerrada tras las rejas, olvidada en la barahúnda del COVID-19. La moringa fue ninguneada. Las cárceles no volvieron a tronar con hechos espeluznantes, por eso dejaron de ser noticia. El milagro macondiano se silenció. El comandante Vargas cerró la controversia así: “¿Quién nos explica lo que está pasando?”.

arturoguerreror@gmail.com

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