“Gobernar no es ser doctor. No es ser importante. No es usar Mercedes Benz. No es usar corbata. Gobernar es ser amante. Eso no es poesía. Es ser práctico”. Simón González.
San Andrés y Providencia, un antes y un después. Simón González, el hijo del filósofo de otra parte, el Brujo, el enamorado del mar de los siete colores, de su luna verde, de su barracuda de ojos azules, marcó esa línea intangible en la historia del archipiélago y su esencia quedará para siempre incrustada. Desde que llegó, vivió, amó, gobernó, sufrió. Hasta que sus cenizas fueron dispersadas en Providencia en un ritual sagrado y autóctono, junto con su mochila y su sombrero de paja.
Creo no estar equivocada si afirmo que fueron los únicos años en que este territorio, en mala hora otorgado a Colombia que no ha hecho más que saquearlo y profanarlo, gozó de una administración gubernamental sin corrupción. González dedicó sus años de gestión a rescatar tradiciones, devolverles a los raizales su sentido de cohesión y pertenencia, creando empleos para los nativos, mejorando los servicios públicos, realizando obras de infraestructura indispensables como el hospital, colegios, en fin...
Pero el antes y el después se unieron en mancuernas, y ya son inseparables. La corrupción política, la inmigración descontrolada, el poder omnímodo del narcotráfico que destruyó valores morales y éticos se convirtieron en el común denominador de su historia. Ese ha sido y seguirá siendo el verdadero huracán devastador, continuo, el que no sale en las fotos arrancando techos, pero que viene socavando y destruyendo el alma de sus gentes desde hace décadas, muchas décadas.
Este mismo Gobierno, en su primera visita a San Andrés en 2018, prometió mejorar las condiciones del hospital de tercer nivel que entonces no tenía ni sábanas ni medicamentos, lo mismo que el de Providencia, que jamás pasó del nivel uno y todos sus pacientes tenían que ser remitidos a San Andrés, Medellín o Barranquilla. O sea que su “destechada” fue intrascendente, pues jamás había servido para nada. Prometió frenar la corrupción eterna, abastecer la isla de agua potable y perseguir las bandas criminales.
La verdad monda y lironda es que nunca se hizo nada. El basurero, llamado irónicamente Magic Garden, hace rato está rebosado. Jamás ha habido refugios para ninguna contingencia y lo más absurdo de todo es que, sabiendo tres días antes por los informes del National Hurricane Center de Miami que el huracán iba derecho a Providencia y San Andrés, no hubo ni siquiera un intento de evacuación de los nativos ni de nadie, incluso permitiendo el arribo de aviones hasta último momento.
La verdadera historia de negación e improvisación jamás la sabremos. Muchas fotos. Muchas alabanzas. Muchas felicitaciones.
La destechada de las casas y las olas invasoras han sido lo de menos. Ya San Andrés y Providencia desde hace muchísimos años tenían el alma rota en pedazos. Sin identidad, sin valores, vueltas una escombrera con mansiones de lujo que contrastan con la pobreza raizal.
Ojalá esta tragedia meteorológica sirva para reconstruir no solo fachadas, sino para devolverles el alma y la identidad a sus gentes. Ojalá el dinero no se esfume. No olvidemos que San Andrés recibe millonadas al año y desaparecen. Que se respete su arquitectura y que se controle la residencia de foráneos. Lo demás es cháchara.
Ojalá apareciera otro Simón González para esa Colombia con corazón de coco.