Hoy pasa algo particular: todos los políticos quieren ser presidentes, pero de esos casi 50 candidatos casi ninguno tiene chance. Mientras tanto, por los laditos, hay un profesor que sí puede tenerlo y haría una labor magistral en la Casa de Nariño, pero que, por lo pronto, no quiere ser presidente.
Me refiero por supuesto al buen Alejandro Gaviria, hoy rector de los Andes. Con él estamos ante un bicho raro, uno de esos hombres fuera de serie que difícilmente se repiten. Gaviria no solo es un genio de la academia, de la economía y de las letras, sino que también ha sido un funcionario impecable, eficiente, analítico, valiente y honesto.
Y cuando digo honesto no me refiero solo a que no robe. Él es honesto porque su proceder jamás se ha divorciado de sus convicciones, incluso si estas resultan impopulares ante la opinión o ante los dueños del poder: ha dicho abiertamente que es ateo (lo que en Colombia equivale a un suicidio político), logró hacer aprobar la interrupción voluntaria del embarazo en los tres casos señalados por la Corte, estableció el acceso a la salud como un derecho fundamental, ha defendido la legalización de las drogas, impulsó la aprobación de la eutanasia para pacientes terminales, se opuso a las fumigaciones con glifosato y puso en marcha, contra viento y marea, el control de precios de los medicamentos que, además de salvar miles de vidas, le ha ahorrado billones al erario.
Todas esas causas liberales, que Gaviria sacó adelante mientras lidiaba con un cáncer, son tan importantes como impopulares en una nación puritana y mojigata como la nuestra. En el país de las tías uribistas, donde los políticos, con tal de complacerlas, cambian sus convicciones como se cambian de calzoncillos, lo de Gaviria es digno de admirar. No me cabe duda de que su candidatura, así él no la quiera, cada día coge más fuerza. Los jóvenes lo ven como un referente de la ética y de la coherencia, como un iluminado que está más allá de los egos y de las pasiones.
Ahora, cuando los gamonales empiezan a intuir su fuerza electoral, están tratando de robárselo. El expresidente César Gaviria ha sido el primero. El jefe único del Partido Liberal (y no del liberalismo) está obsesionado con persuadirlo para que sea su candidato. Pero se le está olvidando algo bien importante en su estrategia: a los jóvenes les gusta Alejandro Gaviria justamente porque ven en él la antítesis de todo lo que César Gaviria representa. Este, como es bien sabido, convirtió el que fue el partido más importante de Colombia en una empresa familiar dedicada a bailar al son del poder de turno. No hay que olvidar cómo dejó solo a Humberto de la Calle para darle el apoyo del Partido Liberal al candidato de la derecha. César Gaviria, para muchos, encarna el máximo exponente de la politiquería nacional.
Dicho esto, y apelando a la coherencia que a Alejandro Gaviria le sobra, me atrevo a sugerirle que, de una vez, se baje del bus de convertirse en el candidato del expresidente. Si el rector decide lanzarse (ojalá), estoy seguro de que, en su sabiduría, concluirá que su lugar está en las coaliciones del centro y de los socialdemócratas.
Gaviria me gusta mucho, siempre y cuando sea capaz de no ceder ante el otro Gaviria...