Si hay algo que no hacen mucho los columnistas es comentar lo que otros columnistas han escrito. No he podido identificar con claridad si se trata de una especie de indiferencia, de desinterés o de un extraño acuerdo tácito. En general cada uno escribe desde su esquina y no existe una intención de analizar las opiniones de los demás, de ponerlas frente a frente, de seguir el hilo de una reflexión basándose en lo que otros ya han dejado en el papel. Esto es entendible hasta cierto punto: cada uno busca dejar algo nuevo; y retomar una idea a partir de otra columna puede parecer un ejercicio intelectual débil y poco riguroso. Todos, sin excepción, queremos escribir la columna más original. Ninguna columna escapa de esa trampa.
Sin embargo, existe un riesgo cuando no se debate sobre lo que otras personas han escrito. Existe el riesgo de no entender mejor un tema, de no ponerse en la posición del otro para ver desde otra perspectiva, de no ser capaz de trascender sus propias ideas para generar controversia, despertar el espíritu crítico y ayudar a los lectores a tener una mejor visión de las cosas.
Pensando en lo anterior, aunque mi deseo era escribir otra columna más sobre la absurda iniciativa de seguir con el glifosato en Colombia, me di cuenta de que era mejor analizar dos columnas recientes de EE que defienden el uso de este químico en el país.
Luego de desplegar una ligera idea técnica sobre el método de aspersión y una que otra cifra, Mario Fernando Prado se va lanza en ristre contra aquellos “idiotas útiles” que no están de acuerdo con las fumigaciones y que según él han “satanizado” el producto. De la misma manera Carlos Enrique Moreno muestra su indignación con aquellos “pseudoambientalistas” que no han sido capaces de entender que el uso esporádico del glifosato no produce cáncer. Cada uno intenta justificar, de manera simplista y sin presentar algún estudio o análisis que sustente sus posiciones, la importancia de esta técnica para combatir el narcotráfico (como sí lo hace por ejemplo Gabriel Cifuentes en esta columna para demostrar lo contrario). Y aunque Moreno es algo más ponderado al respecto, intenta en vano acusar a los “falsos ambientalistas” de preocuparse mucho por este tema, pero de quedarse callados cuando se trata de narcodeforestación o de voladuras de oleoductos.
Pero, como la paloma del poema, si la intención es explicar las bondades de semejante belleza, se equivocan los columnistas. Se equivocan al no hacerlo con argumentos reales, con argumentos distintos a defender la postura del gobierno y verlo como un tema de enemigos políticos. Se equivocan al hacerlo con críticas impulsivas y una que otra palabra peyorativa a las personas que nos inquieta este tema. Se equivocan al hacernos creer que no pensar como ellos significa no estar interesado en las y los líderes sociales, no tener ninguna gana de que algún día se acabe el narcotráfico en Colombia.
Estoy dispuesto a escuchar la lógica de todas aquellas personas que están de acuerdo con las fumigaciones con glifosato siempre y cuando existan algo más que sentencias incongruentes y categorizaciones baratas. Puede que no seamos expertos, puede que no tengamos la razón absoluta, pero tenemos el derecho y la libertad de expresar nuestra preocupación. Eso no nos hace ni “idiotas útiles” ni “pseudoambientalistas”. Mi invitación es a ser más responsable con lo que se escribe.
@jfcarrillog