Colombia es uno de los países más especiales del mundo en cuanto diversidad de frutas y alimentos. No se trata solo de un eslogan turístico: una combinación única de factores naturales, geográficos y culturales hace del país una despensa viva del planeta. Su ubicación en la zona tropical, la presencia de varios pisos térmicos y la abundancia de agua y suelos fértiles permiten que produzca alimentos de gran diversidad durante todo el año.
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En medio de toda esa riqueza, los colombianos tienen una dieta poco diversa. Una nueva investigación liderada por el Centro de Estudios en Protección Social y Economía de la Salud (PROESA) de la Universidad ICESI, en Cali, concluye que la calidad de la dieta en Colombia es insuficiente y desigual. Menos del 10% de la población cumple con el consumo de los cinco grupos de alimentos recomendados para evitar la aparición de enfermedades no transmisibles (ENT) como la diabetes o la hipertensión y, además, al mirar en detalle, persisten brechas por sexo, edad, etnia y territorio.
“Esto no tiene que ver solamente con que la gente no consuma estos alimentos porque no quiere y ya, sino porque hay unas características y condiciones presentes en la población y en esos territorios que limitan su acceso”, comienza explicando una de las autoras de la investigación, María del Pilar Zea León, nutricionista dietista, magíster en Salud Pública y directora del Departamento de Alimentación y Nutrición de la Pontificia Universidad Javeriana. Aunque alimentarse suele entenderse como una decisión individual, detrás de lo que llega a las cocinas y a los platos hay factores estructurales que deben revisarse, considera Zea, para orientar políticas públicas más efectivas y equitativas.
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¿Qué es un plato diverso?
Hágase la siguiente pregunta: ¿qué comió en las últimas 24 horas? ¿Comió frutas y verduras? ¿Incluyó algún alimento de origen animal o legumbres? ¿O su día se pareció más a una sucesión de harinas y bebidas azucaradas? La FAO, la OMS y otros organismos internacionales plantean que una dieta diversa y de calidad supone que usted haya consumido al menos cinco de los diez grupos de alimentos principales cada día.
Eso implica haber comido algún cereal o tubérculo como arroz, papa o plátano; una legumbre, nuez o semilla como fríjol, lenteja, maní o ajonjolí; una porción de verdura y una de fruta; y al menos una fuente de proteína, como huevo, leche, pollo o pescado. Si unos investigadores tocaran mañana su puerta, ¿podría decir que comió eso el último día?
En Colombia, la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional (ENSIN) 2015, una de las fuentes más completas sobre alimentación y salud del país, incluye un recordatorio de 24 horas, en el que miles de personas detallaron todo lo que comieron el día anterior. A partir de esos registros —unos 39.278 en total, representativos a nivel nacional y regional—, Zea y sus colegas Elisa María Cadena Gaona, nutricionista dietista y magíster en Ciencias Económicas, y Victoria Soto, directora del centro de estudios PROESA, clasificaron cada alimento dentro de las categorías del DQQ (Diet Quality Questionnaire), una herramienta internacional usada para evaluar la calidad de la dieta en más de 140 países del mundo.
Las investigadoras priorizaron seis indicadores clave que permiten entender cómo y qué tan bien se están alimentando los colombianos. El primero, conocido como el mínimo de diversidad dietaria en mujeres (MDD-W), muestra cuántas mujeres en edad fértil logran comer al menos cinco grupos de alimentos diferentes al día, una señal de buena nutrición. Según los resultados, el 60% de las mujeres colombianas en edad fértil acceden a una dieta diversa, es decir, consumen 5 o más grupos de alimentos.
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“Esto significa que una de cuatro mujeres en Colombia no accede a una dieta que logre cumplir sus necesidades en vitaminas y minerales”, señala Cadena.
El segundo indicador evaluado fue el puntaje de diversidad dietaria, que muestra qué tan variada es la alimentación de la población en general, según el número de grupos de alimentos que consume en un día. En Colombia, el puntaje promedio fue de 4.9 sobre 10, lo que refleja una dieta poco diversa. El tercer indicador, llamado All-5, evalúa si una persona logró consumir en un día los cinco grupos de alimentos saludables recomendados: frutas, verduras, legumbres o nueces, alimentos de origen animal y alimentos básicos.
Apenas el 9,5 % de la población logró cubrirlos todos en un día. “¿Por qué ocurre esto si en Colombia tenemos una gran variedad de alimentos? Lo que encontramos es que hay un grupo clave de alimentos, el de las leguminosas y las nueces, que es el menos consumido, y eso explica en buena parte por qué los resultados están en este nivel”, explica Cadena.
El cuarto indicador fue el puntaje de consumo de alimentos protectores frente a enfermedades crónicas no transmisibles (NCD-Protect Score) como la diabetes tipo 2, hipertensión arterial, obesidad, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer. Las académicas encontraron que aquí también hay cifras preocupantes. A nivel nacional, el promedio fue de 2.2, en una escala de cero a nueve (cuanto más alto sea el puntaje, mejor es la calidad de la dieta y mayor la protección). El grupo de edad de 1 a 4 años y mujeres gestantes tiene un mejor resultado. El de adolescentes fue el peor.
Por el contrario, el puntaje de riesgo (NCD-Risk Score) mide el consumo de alimentos asociados al desarrollo de enfermedades crónicas, como bebidas azucaradas, dulces o ultraprocesados. A diferencia del indicador anterior, en este caso un valor alto refleja una peor calidad de la dieta, ya que significa que las personas están incorporando con mayor frecuencia alimentos que aumentan el riesgo de padecer enfermedades como la diabetes o la hipertensión (lo más positivo es estar en cero). Colombia puntúa un 2.4, en promedio.
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Finalmente, el puntaje de recomendaciones dietarias globales (GDR Score), que combina los dos anteriores y resume la calidad total de la dieta, muestra una tendencia desigual y preocupante: aunque las zonas urbanas logran un mejor balance de alimentos protectores, también presentan una mayor exposición a productos de riesgo. En cambio, en las zonas rurales, aunque el riesgo es menor, la baja diversidad y el limitado acceso a alimentos saludables agravan la vulnerabilidad nutricional. Con esto, claro, ¿qué hay que hacer para cambiar los indicadores en donde los colombianos nos rajamos en la cocina?
No es suficiente
Colombia es un país que se precia de haber impulsado políticas nutricionales reconocidas en la región, que han servido de guía para otros países y han mostrado resultados concretos. Por ejemplo, el etiquetado frontal de advertencia, el impuesto a las bebidas azucaradas y a los alimentos ultraprocesados; y de la reducción obligatoria del contenido de sodio, grasas trans y azúcares añadidos en los productos industrializados. Pero una de las conclusiones que quedan después de esta investigación es que la aplicación e integralidad de esas políticas con otras acciones, se ha quedado muy corta.
“Ya existen políticas; el problema está en cómo se aplican y en que se traduzcan en programas concretos, especialmente en esos territorios donde las limitaciones de recursos —técnicos, humanos y económicos— son mucho más marcadas”, explica Cadena.
Hay dos detalles que llamaron poderosamente la atención de las investigadoras. En primer lugar, las mujeres en edad fértil y los niños pequeños logran mayor diversidad y calidad de la dieta en la mayoría, si no en todos los indicadores. “Es como si todas nuestras prácticas de cuidado se centraran en esta población”, dice Cadena.
Pero de ahí en adelante, la alimentación cambia. Los adolescentes de entre 12 y 19 años presentan los peores indicadores en casi todo. Tienen una dieta menos diversa —con un puntaje de apenas 4,6, en contraste con 5,5 que marcan los niños— y un consumo más alto de alimentos ultraprocesados, con un puntaje de riesgo de 2,9, el más elevado entre todos los grupos de edad y mucho más alto que el promedio nacional, de 2,4. En otras palabras, comen menos frutas, verduras y legumbres, y más gaseosas, dulces y comidas rápidas.
“A medida que los niños crecen y ganan independencia, también aumenta su exposición a patrones de alimentación poco saludables. Eso es lo que vemos en la población adolescente: en esta etapa, la dinámica de vida cambia, hay más consumo de productos ultraprocesados y bebidas azucaradas”, explica Zea León.
Lo segundo que llama la atención es la situación de las regiones y sus brechas. Lugares como Vaupés, Guainía y San Andrés marcan mal en casi todos los indicadores. “Eso uno podría relacionarlo, sin que hayamos hecho el análisis correspondiente, con el estado de la población. En Vaupés hay gran proporción de retraso en talla y en adultos ya se está viendo exceso de peso como uno de los problemas graves. San Andrés es uno de los departamentos con mayores prevalencias de enfermedades no transmisibles, hipertensión y diabetes, y también allí hay menos variedad y menos calidad en la dieta”, asocia Cadena.
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Esto puede comenzar a dar pistas sobre lo que hay que hacer. “Seguramente faltan otras políticas precisamente más territoriales y locales. Porque a nivel central se ha hecho un gran esfuerzo con ese paquete de políticas de impuestos saludables, rotulado frontal y demás, pero hablamos de problemas complejos que requiere articular múltiples sectores, además del de la salud, como el de educación o ambiente”, explica Zea. Y esa articulación, si ya es algo difícil a nivel central, puede serlo aún más en las regiones.
Sin embargo, las expertas creen que el camino es ese y la territorialización de las políticas. Desde 2015, la política pública en Colombia advierte que la malnutrición y otros problemas de seguridad alimentaria no dependen únicamente de la salud, sino también de la producción de alimentos, el acceso económico, el agua potable y otros determinantes sociales. Incluso del impacto en los territorios de políticas como los tratados de libre comercio. “Por ejemplo, pasa con la papa o el pescado. Nos llegan importadas de China, que ha tenido unos costos ambientales altísimos, mientras que la producción local es un poco más costosa, y por eso no la consumimos”, dice Cadena.
Al final, y en un país precisamente tan diverso como el nuestro, la respuesta está en los territorios. Comer bien y diversamente en Bogotá no tiene por qué significar lo mismo en Cauca o Nariño: no hay que homogeneizar el plato de comida, insisten las investigadoras, pero sí hay que garantizar que todos puedan acceder a alimentos frescos, nutritivos y de su región, sin perder las tradiciones que marcan cada cocina.
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