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Entre el 1 de enero y el 15 de abril de 2025, han llegado a Bogotá 6.094 personas desplazadas por la violencia. Es decir, cien personas cada día. Cien personas que no vienen a buscar una oportunidad, sino a sobrevivir. Huyen de enfrentamientos, amenazas, confinamientos, asesinatos. Huyen de una guerra que el Estado ha decidido no nombrar.
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La Alta Consejería de Paz, Víctimas y Reconciliación de la Alcaldía Mayor de Bogotá ha hecho lo correcto: alertar y atender. Las cifras son alarmantes. Las atenciones humanitarias pasaron de 2.800 a 3.400, un incremento del 21%. Las jurídicas, de 1.900 a 2.800. Las psicosociales, de 2.600 a 2.800. El rostro de la Paz Total no es el de los acuerdos, es el de quienes llegan a la ciudad con la vida a cuestas y el alma hecha pedazos.
El desplazamiento forzado en varias zonas está creciendo. El caso del Catatumbo, según la Defensoría del Pueblo, es el mayor desplazamiento masivo de la historia reciente. Y aún así, el Gobierno no corrige, no responde, no adapta. Se aferra a una idea noble, pero sin sustento, sin ejecución, sin control institucional.
Porque la Paz Total no tiene una política territorial clara, no tiene control del territorio, no tiene estrategia de seguridad real. Confundió el diálogo con el silencio. Creyó que la voluntad bastaba. Pero la voluntad sin presencia estatal es ingenuidad peligrosa.
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Estamos viendo un patrón, un modelo que se repite: las regiones sin Estado expulsan población y las ciudades absorben la tragedia. Y lo hacen sin recursos nacionales, sin apoyo real, sin corresponsabilidad.
Como bien lo ha advertido el académico Francisco Gutiérrez Sanín, estamos posiblemente frente a una nueva forma de violencia, no necesariamente caracterizada por enfrentamientos armados de gran escala, sino por acciones unilaterales de terror: asesinatos, amenazas, confinamientos, desplazamientos silenciosos. Una violencia de baja visibilidad, pero de altísimo impacto. Una violencia que desgarra a las comunidades y desborda las capacidades de respuesta del Estado.
Y esa violencia no se detiene con mesas de negociación. No se resuelve con comunicados. Se detiene con Estado: presencia institucional, inversión pública, fuerza legítima y justicia legítima.
Bogotá ha respondido. Ha sido ciudad refugio, ciudad de puertas abiertas, ciudad cuidadora. Pero el ritmo de esta crisis supera cualquier capacidad local. El gobierno nacional, mientras tanto, calla o niega. Repite que hay paz, cuando no la hay.
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En 2025 la situación es insostenible. No por falta de voluntad, sino por falta de un plan nacional. Porque lo que está ocurriendo no puede ser responsabilidad exclusiva de una ciudad. Porque la atención a las víctimas no puede reducirse a dar un techo por unas semanas o un bono de emergencia. Se necesita una política seria de inclusión económica, de estabilización territorial, de reparación integral. Y nada de eso existe hoy.
Este gobierno, que prometió paz, ha sembrado incertidumbre. Que prometió control, ha permitido expansión armada. Que prometió proteger a los más vulnerables, los ha dejado a la deriva. El resultado está a la vista: desplazamiento forzado, ciudades rebasadas, recursos insuficientes y una población civil que ya no cree en la promesa de la paz.
Señor presidente: la Paz Total está fracasando. No por falta de intención, sino por falta de realidad. Porque no se puede pactar con todos. Porque no todos quieren negociar. Porque no hay condiciones en los territorios y porque no hay un proyecto real de estabilización y desarrollo.
Mientras usted insiste en defender lo indefendible, cien personas al día llegan a Bogotá buscando protección. Lo que no encontraron en el campo, lo buscan en el asfalto. Y lo que no recibieron del Estado, lo exigen ahora con la mirada baja, la maleta al hombro y la esperanza mutilada.
Bogotá no puede ser el bote salvavidas de un barco nacional que se está hundiendo por falta de capitán. Y los desplazados no pueden seguir siendo el daño colateral de una estrategia sin timón.
Señor presidente: la paz no se decreta. Se construye. Se construye con Estado, no con slogans. Y mientras usted sueña con acuerdos imposibles, cientos de personas cada día despiertan en las ciudades con la vida hecha trizas. Eso no es paz. Es abandono. Es fracaso. Es caos total.
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Por Felipe Jiménez Ángel
