Qué semanita la que tuvieron los colombianos hace 40 años. Como ocurre cada noviembre desde 1985, el país empieza el penúltimo mes del año recordando la toma y retoma del Palacio de Justicia. Días después nos dedicamos a hablar de la otra tragedia que sacudió a Colombia ese año: la de Armero.
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El miércoles 13 de noviembre de 1985 el municipio de Armero fue literalmente arrasado por una avalancha de lodo, rocas y escombros producto de la erupción del volcán Nevado del Ruiz, dejando un episodio doloroso en nuestras memorias. Para esta ocasión, a un día de que se cumplan 40 años de ese suceso, vamos a hablar de qué fue lo qué pasó, por qué no se evitó esa tragedia y qué ha ocurrido en estas décadas con las víctimas de Armero.
Contexto previo y ubicación
Armero estaba ubicada en el departamento del Tolima. Era un municipio pujante, para muchos con una prosperidad que podía incluso superar a Ibagué, la capital de ese departamento, con economía agrícola, cultivos de arroz y algodón, y una vida urbana activa. Sin embargo, su cercanía al nevado volcánico lo convertía en zona de riesgo latente.
En los meses anteriores a noviembre de 1985 se registraron señales de alarma: actividad sísmica alrededor del Nevado del Ruiz, cambio en el color del glaciar, emanaciones de vapor y otros indicios de reactivación volcánica. Algunos expertos y congresistas ya habían hecho advertencias sobre el peligro que enfrentaba la población asentada bajo las laderas del volcán.
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Juan Diego Quiceno, periodista científico de El Espectador, elaboró un artículo muy completo con geólogos, vulcanólogos y demás analistas para explicar y comprender qué pasó hace 40 años. En su nota, por ejemplo, nos cuenta: “Diez meses antes de la erupción del Ruiz, en enero de 1985, la Fundación para el fomento de la investigación científica y el desarrollo Universitario de Caldas (FICDUCAL) reportó y confirmó el cambio en el color del glaciar que desde la ciudad de Manizales se podía ver entonces claramente. ‘Yo lo recuerdo: la nieve estaba teñida de amarillo’”, contaba también Gloria Patricia Cortés, geóloga, magíster en Ciencias de la Tierra y científica del Servicio Geológico Colombiano desde 1991.
No obstante, esas advertencias no se tradujeron en una evacuación general, en un plan de gestión de riesgo adecuado o en campañas masivas de prevención. Guardando las proporciones, ocurrió algo similar a lo que pasó en el Palacio: a pesar de los anuncios, hubo caso omiso y se subestimaron las señales que vaticinaban una catástrofe.
En el mismo artículo de Quiceno, se lee: “En febrero, la Defensa Civil de Manizales contactó al Ingeominas, lo que hoy es el Servicio Geológico Colombiano (SGC), con un claro llamado: ‘Vengan a ver qué es lo que está pasando’. Ese mismo mes, una primera comisión fue enviada al interior del cráter Arenas, la gran depresión circular en la cima del Ruiz. Ubicado a unos 5.321 metros sobre el nivel del mar, tiene un diámetro de casi 1 kilómetro y una profundidad de entre 200 y 300 metros. Está cubierto parcialmente por hielo y nieve y es el centro de emisión de fumarolas y de la actividad sísmica más superficial del volcán. Allí, confirmaron nuevamente la ocurrencia de explosiones, sismos y un incremento en la actividad del volcán”.
El acontecimiento
En la noche del 13 de noviembre de 1985 se desencadenó el desastre. Poco menos de 20 minutos bastaron para que una avalancha de lodo, rocas y escombros inundara el casco urbano de Armero.
Ese flujo se originó porque la erupción del Nevado del Ruiz derritió el glaciar de la cima, mezclando agua con cenizas, escombros volcánicos y rocas sueltas, generando lo que técnicamente se denomina lahar. Esta masa descendente viajó por el cauce del río Lagunilla hacia Armero con tal velocidad que sus habitantes no tuvieron tiempo de reaccionar y escapar de la avalancha.
El casco urbano quedó completamente arrasado. Viviendas, edificaciones públicas, calles – toda infraestructura fue trágicamente destruida. Ir a Armero es tener la piel de gallina, es intentar comprender la dimensión de la catástrofe. Ver la cúpula de la iglesia, los techos de algunos edificios, del hospital, es escalofriante y supera quizá el entendimiento imaginar lo que fueron esos minutos y el impacto al día siguiente de quienes llegaron al lugar y se encontraron con un lodazal que borró un pueblo entero.
Cifras: víctimas, daños y damnificados
- Se estima que más de 22.000 personas murieron como resultado de la avalancha.
- Al menos 5.000 personas resultaron heridas.
- Se calculan en aproximadamente 5.092 viviendas destruidas.
- Alrededor de 60.000 personas fueron damnificadas por el desastre, entre quienes perdieron su casa, quedaron desplazadas, o vieron su entorno social completamente trastocado.
- En cuanto a niños desaparecidos, se estima que alrededor de 580 menores quedaron sin localizar tras la avalancha, y de esos se tienen pruebas de supervivencia de unos 150.
Es importante aclarar que no existen cifras precisas al 100 %: no hubo censo de muertos, de vivos, de heridos o de ilesos. Incluso para esto también hubo errores por parte del Estado, y el problema de esto es que un error de identificación o de interpretación en los datos podría generar graves daños y nuevos dolores a los sobrevivientes al intentar reconstruir las cifras.
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¿Por qué pasó y qué falló?
Las causas del desastre no se redujeron solo al fenómeno natural: la convergencia de factores humanos, técnicos y organizativos amplificó la tragedia.
Fenómeno natural: La erupción del Nevado del Ruiz derritió parte del glaciar del cráter, lo que generó flujos de lodo (lahars) que descendieron con velocidad por los cauces naturales.
Advertencias previas: Como mencionamos, había estudios, mapas de riesgo y debates congresionales en los días previos. Incluso se tenía previsto presentar un mapa de riesgo volcánico el 12 de noviembre de 1985 (un día antes de la tragedia) pero no se hizo.
Falla en la gestión de riesgo: Faltaron instrumentos, el monitoreo permanente, la evacuación, la difusión del riesgo y la preparación de la comunidad para una situación como esa.
Responsabilidad estatal: El Estado tiene responsabilidad en la tragedia de Armero porque permitió que la población estuviera en zona de alto riesgo sin protección suficiente y no prestó atención a las advertencias que se hicieron desde meses atrás.
Frente a este punto, un informe de la Defensoría del Pueblo menciona lo siguiente: “El balance de cuatro décadas muestra que el Estado ha avanzado con mayor solidez en medidas simbólicas y culturales que en medidas estructurales de restitución. La seguridad jurídica de los predios y la reparación socioeconómica de los sobrevivientes sigue inconclusa, lo que revela una asimetría entre los logros en el plano conmemorativo y las deudas en materia de derechos económicos, sociales y territoriales”.
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Impacto humano y simbólico
La magnitud humana de la tragedia fue enorme. Familias completas desaparecieron, pueblos, barrios, comunidades fueron borrados en minutos. Como todos recordarán, uno de los casos más emblemáticos de la tragedia fue el de Omayra Sánchez, la niña de 13 años que quedó atrapada bajo los escombros durante horas, y su agonía fue retransmitida en medios de todo el mundo.
Muchas personas de Armero fueron reubicadas en otros municipios como Guayabal y Lérida, o bien dispersadas en ciudades como Ibagué, Villavicencio o Soacha. El lugar donde estaba Armero fue declarado “campo santo” y zona de memoria, con monumentos, placas conmemorativas, cruces, lápidas y placas de los que no tuvieron tumba o fueron enterrados en fosas comunes. Aún hay mucho trabajo por hacer con respecto a los desaparecidos, en especial con los niños que fueron adoptados y cuyo rastro parece imposible de identificar.
Lecciones y cambios posteriores
La tragedia de Armero dejó algunas enseñanzas importantes para Colombia y para la gestión del riesgo de desastres:
- Se aceleró la creación y consolidación de entidades de gestión del riesgo, mapas de peligro y sistemas de monitoreo volcánico y de la etapa de alerta temprana. Por ejemplo, se constituyó el Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres.
- La investigación y el monitoreo volcánico recibieron mayor impulso. Por ejemplo, cuenta Quiceno en su artículo que “Un par de meses después, el 1.° de abril de 1986, se creó oficialmente lo que entonces se llamó el Observatorio Vulcanológico de Colombia, con sede en la Avenida 12 de Octubre, en el tradicional barrio Chipre de Manizales, donde aún permanece hoy”. Así, la vulcanología tuvo un antes y un después en Colombia tras lo sucedido en Armero.
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- En términos de memoria social se abrió un debate respecto a la responsabilidad del Estado, la justicia para las víctimas, la trazabilidad de los niños desaparecidos, la adopción irregular de menores y la necesidad de reparar a los supervivientes.
- También se consolidó la idea (aunque no completamente implementada) de que las comunidades deben recibir educación formal sobre riesgos naturales, estar preparadas para evacuaciones y tener rutas de escape definidas.
A cuatro décadas de los hechos, en la zona original de Armero apenas quedan vestigios visibles: ruinas, lápidas, lápidas corroídas por la humedad y la vegetación que ha tomado el terreno.
Hace años, en una entrevista de Cecilia Orozco a Francisco González, periodista y director de la Fundación Armando Armero, este dijo: “Los medios sí recuerdan la tragedia, pero a su manera porque no les interesa sino el capítulo amarillista. Básicamente repiten, cada año, la historia de Omaira, porque es impactante, y algún otro episodio de supervivencia. Y olvidan todo hasta noviembre siguiente. En 30 años no se han preocupado por investigar qué sucedió en Armero y si esa avalancha se pudo evitar. Mucho menos se han preocupado por escribir sobre los niños que salieron vivos y que se perdieron o que fueron robados por adultos en los días siguientes”.
Opinión:
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La Defensoría también señaló que a pesar de las enseñanzas que nos debió dejar Armero, hay varios casos que requieren de atención para evitar una nueva tragedia, pues se han identificado por lo menos 60 situaciones recientes en Colombia en la temática de riesgo de desastres donde se replican condiciones de vulnerabilidad y fallas de prevención. Frente a este panorama, a 40 años de la tragedia de Armero, la entidad hizo una serie de recomendaciones y llamados a entidades como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, la Superintendencia de Notariado y Registro, el ministerio de Ambiente, el ministerio de Cultura y la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo y Desastres.
Los sobrevivientes de Armero y sus familias siguen luchando por la verdad, la reparación, el reencuentro de los desaparecidos, los niños que fueron dados en adopción sin seguimiento y la dignidad de sus pérdidas. ¿Qué opinan ustedes de lo que pasó? ¿Recuerdan cómo afrontaron esa semana ustedes y sus familias? Me gustaría leerlos para seguir conversando sobre esa semana tan complicada para nuestro país y seguir también aportando a las memorias de estas tragedias que aún buscan llenar los vacíos que en estas décadas siguen vigentes.
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