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Por qué la economía es una de las piezas centrales en estas elecciones

La recuperación de las cifras macro que se dio en 2021 contrasta con el descontento social que emergió en momentos como el paro nacional. Estos comicios se dan en medio de reclamos por un mayor bienestar social, no solo una salud macroeconómica. Y esto implica mayores avances en reducir la pobreza, la desigualdad y el empleo, entre otros factores.

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Santiago La Rotta
29 de mayo de 2022 - 02:00 a. m.
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Pareciera casi una señal que la semana de las elecciones presidenciales en Colombia arranque con la reunión del Foro Económico Mundial: un encuentro dedicado a discutir temas como la desigualdad, la inflación, la amenaza de la recesión y la crisis climática. Todo esto enmarcado en los temores por los efectos colaterales de una guerra (la invasión de Rusia a Ucrania).

A su vez, es un evento en el que los protagonistas, además de hombres, son en su mayoría cercanos al mundo de la economía: desde ministros de finanzas y jefes de Estado, pasando por empresarios, analistas y académicos, hasta manifestantes anticapitalismo. Una masa de corbatas y trajes de negocios que en encuentros públicos y privados tratan de definir, como reza un libro, qué hacer con los pedazos.

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Las similitudes con la contienda electoral en Colombia pueden no parecer coincidencia para algunos porque, parafraseando a un hombre de ciencia, los dioses no juegan a los dados.


Economía en tiempos de crisis

Toda elección presidencial tiene un alto componente de economía. Nada nuevo ahí. Y, a decir verdad, lo mismo sucede con temas como la educación, la salud, la seguridad y la paz (más para un país eternamente en guerra). La contienda electoral es, bajo el mejor de los espíritus, un momento para repensar la estructura y apuntalar (o echar por el suelo) el andamiaje.

Pero algo que pareciera cierto es que en esta elección, en particular, el país económico va más allá de los debates especializados de cada cuatro años. Claro, esta vez también se habla de impuestos y pensiones, como siempre. Pero la discusión presenta un tinte de urgencia que quizá no había registrado en otros momentos en un país acostumbrado a vivir entre emergencias.

Y se entiende, la mitad de este cuatrienio estuvo atravesada por la peor crisis económica y sanitaria en la historia reciente del país. A causa de la pandemia, el mercado laboral borró una década de avances para finales de 2020, año en el que la tasa de desempleo cerró en 13,4 %, cuando en 2019 lo hizo en 9,5 %.

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También por cuenta del covid-19, el PIB colombiano cerró 2020 con una contracción del 7 %, llegando a registrar una caída histórica de -16,6 % para el segundo trimestre de ese año, el peor momento económico de la pandemia, con cuarentenas generalizadas y cierres de negocios en todo el territorio.

Debajo de las cifras macro, lo que la pandemia significó a escala social fue un retroceso histórico, según analistas, en los avances que el país había logrado contra la pobreza y la pobreza extrema, que subieron a 42,5 % y 15,1 %, respectivamente.

Para 2020, el DANE reportó que más de 3,5 millones de colombianos entraron a la categoría de pobres (medida desde su perspectiva monetaria), llevando el total nacional a 21,2 millones de personas en una clasificación en la que los hogares tienen problemas para acceder a alimentación y servicios con sus ingresos. Según estas cifras, el país llegó en ese momento a 7,4 millones de personas en condición de pobreza extrema, un renglón en el que se pone en juego la alimentación básica.

A causa de la pandemia, el mercado laboral borró una década de avances para finales de 2020.

El punto es que cada año que se cede en la lucha contra la pobreza representa varios más para poder recuperar el terreno perdido. Esto solo desde el punto de vista de la política pública. Ya en la vida más tangible, cada centímetro que es cedido en el terreno de la pobreza y la pobreza extrema implica que alguien no puede experimentar la vida con las garantías mínimas de subsistencia, como una alimentación básica o servicios públicos en el hogar, por ejemplo.


Segundo acto: ¿la recuperación?

Si 2020 fue el momento de recibir los golpes económicos más duros de la pandemia, 2021 fue bautizado como el período de la reactivación.

Más allá de la mercadotecnia y las horas de publicidad de autoayuda para el país, la recuperación sí se dio en varios aspectos claves. El PIB del año pasado llegó a 10,6 %, un resultado que fue celebrado por el Gobierno como histórico. La incidencia de la pobreza y la pobreza extrema bajó (39,3 % y 12,2 %, respectivamente). El desempleo cerró el año en 11 % (para diciembre), con reducciones constantes en todo el segundo semestre del año.

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Pero, en paralelo a toda la inercia de la reactivación, 2021 también fue uno de los momentos sociales más críticos en la historia reciente del país con un paro nacional que no solo tuvo consecuencias para la recuperación de la economía (recalcadas por gremios y empresarios), sino que reveló un profundo descontento social en medio del optimismo institucional de la reactivación. Además de registrar uno de los puntos más bajos en abusos y atropellos por parte de las fuerzas del Estado contra los manifestantes a escala nacional.

Vale la pena agregar acá que parte del combustible que prendió la hoguera del paro fue, justamente, una reforma tributaria que nació muerta. Un panorama notable, pues, entre otras actividades, uno de los deportes nacionales por excelencia es introducir modificaciones al estatuto tributario.

Como lo resumió en su momento María Fernanda Valdés, doctora en Economía y coordinadora para la Friedrich Ebert Stiftung en Colombia, “una sociedad cansada de la injusticia fiscal salió a las calles a exigir un cambio de rumbo, algo que parecía imposible en un país que siempre había asumido una actitud de resignación frente a las frecuentes reformas tributarias”.

Y esta tensión entre el panorama macroeconómico y el bienestar social, en buena parte, define el papel de la economía en esta elección. La fachada puede que esté pintada de color esperanza, pero por debajo siguen estando las grietas y los problemas estructurales.


Más allá de la fachada

Una de las principales presiones en contra de la recuperación económica es, sin duda, la inflación. El aumento en los precios no solo juega en contra del consumo (el gran motor de la economía en 2021 y en el primer trimestre de 2022, según el DANE), sino que lesiona directamente a los sectores con menores ingresos.

El golpe contra quienes tienen una posición más vulnerable por cuenta de sus ingresos se agudiza cuando se tiene en cuenta que el principal impulso de la inflación son los alimentos. En abril, en su variación anual, los precios de la comida subieron 26,17 %, según el DANE.

Por ejemplo, en abril de este año y en su medición anual (o sea, en comparación contra el mismo mes de 2021), la inflación de las personas clasificadas como pobres y vulnerables fue de 11,26 % y 11,07 %, respectivamente. Para la clase media y el renglón de ingresos altos fue de 9,43 % y 7,46 %.

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Actualmente, la inflación se encuentra en 9,23 % en su variación anual, el dato más alto en 20 años. Para el cierre de 2022, el Banco de la República espera que el indicador se ubique en 7 %, una perspectiva que comparten analistas como BBVA Research.

De cierta forma, las expectativas con la inflación se replican en otros escenarios: se esperan, o ha habido, mejoras, pero aún hay amplios retos por superar.

En pobreza, por ejemplo, a pesar de las reducciones de 2021, el país aún sigue rezagado frente al escenario prepandemia; es decir, de cara a las cifras de 2019. Y, en el caso de la pobreza extrema, este indicador sigue superando niveles que no se veían hace una década (2012, cuando comenzó a ser monitoreado anualmente). “Todavía hay una década para recuperar en materia de pobreza monetaria extrema”, aseguró Juan Daniel Oviedo, director del DANE, cuando presentó la actualización de estos indicadores a finales del mes pasado.

Y estos resultados, si bien mostraron una mejoría general, también develaron una brecha preocupante entre el país rural y el urbano. Mientras entre 2020 y 2021 la pobreza extrema descendió a escala nacional y en los centros urbanos (bajas de 2,9 y 3,9 %), en la Colombia rural este indicador subió 0,6 %. Lo mismo sucede con la pobreza monetaria, con descensos en el registro nacional y urbano, y un incremento del 1,7 % en la ruralidad. Asimismo, el coeficiente de Gini, que se usa para medir la desigualdad, bajó a escala nacional, pero se mantuvo prácticamente idéntico entre 2020 y 2021 para el campo colombiano.

A causa de la pandemia, el mercado laboral borró una década de avances para finales de 2020.

En desempleo, en marzo de este año se registró una tasa de 12,1 %, lo que se traduce en una disminución de 2,6 puntos porcentuales en comparación con el mismo mes del año pasado. Aunque estas cifras son positivas, al país aún le quedan varios retos por superar. Si se comparan los resultados de marzo con el referente prepandémico (febrero de 2020), se muestra una brecha de 0,9 puntos porcentuales en el aumento del desempleo. Esto indica que, si se quiere llegar a las cifras del mercado laboral antes de la pandemia, todavía se necesita recuperar 500.000 puestos de trabajo y sacar a otras 200.000 personas del desempleo. Y esto es apenas para ponernos a tono con el mundo laboral antes del covid-19, no para superar ese escenario, que ya mostraba señales de desgaste.

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De fondo, los colombianos han ido mejorando en su confianza hacia el desempeño económico del país en general. Pero lo que muestran los más recientes datos de la encuesta Pulso Social del DANE (con resultados para abril) es que la proporción de hogares que cree que su situación económica mejorará en un año creció de forma muy modesta en 2022 (orbitando el 23 %), mientras que los grandes incrementos están en quienes piensan que todo seguirá igual. Así mismo, las cifras del DANE aseguran que 65 % de los hogares creen que la inflación seguirá creciendo el próximo año, a pesar de que varias proyecciones aseguran que para finales de este año se comenzará a ver una baja en el indicador.

De la misma forma, el porcentaje de personas que asegura que no tiene ingresos suficientes para lograr ahorrar se ha mantenido casi estable en 75 % en lo que va corrido de este año.

Estas respuestas contrastan con el ambiente de optimismo, y triunfalismo, alrededor del desempeño del PIB en Colombia para el primer trimestre de este año, cuando superó las principales proyecciones y se ubicó en un sólido 8,5 %. En ese momento, parte del mantra del establecimiento fue, utilizando una frase famosa: “La economía va bien, entonces el país debe ir igual”. Y pues no del todo.

Para finalizar, bien vale citar aquí a los economistas Camila Franco Restrepo y Alejandro Rodríguez Llac, quienes argumentan, justamente, que definir el bienestar desde el PIB es, de cierta forma, una especie de miopía. “Frecuentemente, analistas suelen utilizar esta medida para afirmar que el país va (y le ha ido) muy bien y, por lo tanto, que las preocupaciones por las condiciones económicas y sociales que sostienen algunos sectores de la sociedad son infundadas y no tienen sustento en los datos”.

Y añadieron: “Sin embargo, estos análisis ignoran a menudo cómo en países con altos niveles de desigualdad (como Colombia), el crecimiento económico no se traduce en ganancias significativas en términos de bienestar para las poblaciones más marginadas”.

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