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Andrés González (Gova): “Mi vida es el dibujo”

En esta nueva entrada de la serie Historias de Vida, creada por Isabel López Giraldo para El Espectador, el caricaturista Andrés González (Gova) habla sobre cómo consolidó, siendo un adolescente, su camino de vida ligado al dibujo, así como su recorrido a través del campo editorial y de los medios de comunicación.

Isabel López Giraldo
23 de febrero de 2021 - 10:04 p. m.
Andrés González (Gova): “Mi vida es el dibujo”
Foto: Andrés González

Soy un dibujante inquieto, disciplinado y observador.

Orígenes – Rama paterna

Mi abuelo, Raúl González, en algún momento de su vida fue sacerdote jesuita. Después de enviudar, llegó al país y se instaló con sus dos hijos, uno de ellos mi papá, en Flandes (Tolima). Fue ingeniero en motores de explosión, por lo que trabajó armando máquinas de vapor en los Ferrocarriles de Colombia, empresa de la que se jubiló. Una vez retirado, llegó a vivir a Bogotá al barrio Santa Fe, en el corredor polaco, que congregaba a los extranjeros. Fue un hombre muy recio que le brindó a sus hijos una educación muy estricta, debido a las circunstancias tan difíciles que afrontó en su vida.

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Mi papá creció en Girardot e hizo sus estudios en el Colegio Santander. Con sus amigos jugaba a lanzarse del puente al río Magdalena, por eso los llamaban playeros. Mi abuelo lo envió donde un amigo en Funza, Cundinamarca, para que terminara su educación en el Colegio Externado Nacional Camilo Torres. Él gastaba varias horas caminando hasta su casa. Fue un hombre afable y muy dado a la gente. Participó en política pese a haber estudiado medicina, en la Universidad Nacional, carrera que terminó pero de la que no se graduó. Pasó a la Facultad de Derecho, en la misma institución, pero la cerraron por cinco años. Esto lo llevó a formarse como abogado en la Universidad Externado de Colombia.

El paso por el Externado generó un cambio fundamental en su vida, pues vivió la época de Fernando Hinestrosa como rector, tuvo profesores muy célebres, como José J. El Sapo Gómez, papá del fundador de la programadora RTI, y compañeros como Teodosio Varela, hijo de Juan de la Cruz Varela, nombre que lleva un frente de las FARC, por lo que se puede decir que estudió con intelectuales muy destacados. Él adoró su universidad.

Siendo estudiante, trabajó en el Banco de la República y luego fue administrador de impuestos del Distrito. Hizo política con la Legión Liberal, experiencia que lo llevó a conocer a quienes con el tiempo se convirtieron en sus grandes amigos: Álvaro Uribe Rueda y Víctor Mosquera Chaux. Se acercó a Belisario Betancur y le hizo campaña. Volvió a Girardot, donde se hizo diputado, fue jefe de las Empresas Públicas y pasó al Ministerio de Hacienda. El último cargo que desempeñó fue como notario. Decía que era un buen político porque no hizo plata. Una vez jubilado, se dedicó al litigio y a disfrutar de una finca que compró cerca a La Mesa, Cundinamarca, hasta su muerte.

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Rama materna

Mi abuelo, Daniel Vargas Castillo, fue un artesano santandereano del que no tengo mayor información. Mi abuela, Soledad Vargas, boyacense, fue una mujer muy dulce, dedicada a su familia, y me acompañó de manera consagrada hasta mis cuatro años, pues en uno de los viajes que hizo a Venezuela, para visitar a algunas de sus hijas que habían migrado a ese país, sufrió un accidente que le costó la vida.

Mi mamá, Elizabeth, es una mujer fuerte, perceptiva y muy sensitiva, de gran inteligencia emocional, tremendamente disciplinada, dedicada a su familia. Fue la mayor de once hijos. Nació en Bogotá y trabajó desde los 14 años en Almacenes Ley, de la calle 13, lo cual influyó en su carácter y, por consiguiente, en la crianza que nos dio a sus hijos. Así, nos enseñó el valor de la independencia temprana, pues nos impulsó a generar nuestros propios mundos y nos dio las herramientas para que lográramos construirlos con suficiencia.

Ha sido una mujer muy hermosa. Desde sus 16 años modeló para marcas como Nescafé y Cigarrillos President. También trabajó en la boutique Petit Pierre, Valdivi y administró la Boutique Daniels, del Centro Internacional, propiedad del señor Carlos Valdivi, muy amigo de mi papá. Allí se conocieron. Sin embargo, mi mamá, junto con su hermana Aurora, se fue a probar fortuna en Nueva York por seis años. Mi papá la siguió cuando estaba trabajando con la Alianza para el Progreso y la enamoró. Antes de mi nacimiento volvieron al país. Si bien mi papá ya se había casado y tenía dos hijos, él consagró su vida a mi mamá.

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Infancia

Crecí en una casa muy grande: el jardín tenía un cerezo, un pino y un eucalipto. Estaba colmada de elementos que alimentaron mi imaginación.

Como mi mamá siguió trabajando, tuve una nana, Rebeca, a quien quise como se quiere a una abuela, y de quien tengo los más dulces recuerdos. Mi papá viajó con tanta frecuencia que fue un poco ausente, pero mi tío José Raúl, su hermano, fue muy importante en mi vida, alguien muy afectuoso que vivió con nosotros. Con él pasé gran parte del tiempo. Mi tío fue matemático y le gustaba tanto dibujar que me enseñó a hacerlo, además de que con él aprendí a escribir en letra cursiva y palmer y a jugar ajedrez.

Los libros de la biblioteca de mi abuelo, que era enorme, fueron mi mayor diversión en la infancia. Siempre me ha gustado leer, pese a mi aguda miopía. Recuerdo muy especialmente los libros de caricaturas, como si ellos hubieran dictado mi destino.

Mi tío sufrió de esquizofrenia, pero me transmitió su infinita dulzura, pues solo brindaba amor. Me contaba historias de terror y yo no sentía miedo, por el contrario, me divertía con ellas en vez de aterrarme. Imitaba voces de ultratumba y yo me divertía. Cuando a mis ocho años lo encontré muerto en su cama, sufrí el trauma más grande que cualquier persona se puede imaginar, pues afectó de manera profunda mi sistema nervioso. No tuve que acercarme para saber lo que le había ocurrido y corrí gritando su muerte hasta la sala, donde en ese momento mi papá compartía con amigos médicos. Ellos confirmaron lo que yo, lamentablemente, ya sabía.

Años más tarde nacieron mi hermanos, quienes enriquecieron mis recuerdos de infancia. Tuvimos muchos amigos en la cuadra, pues se podía disfrutar de la calle e íbamos a fiestas de las que mi papá me recogía, hasta que en los años 80 llegaron las bombas que nos redujeron a la casa. El riesgo fue enorme, especialmente para mi papá que tenía su oficina de abogado en la Avenida Jiménez. Cuando explotó la bomba del DAS estaba en los juzgados y pasaron muchas horas antes de que supiéramos de él. Con la toma del Palacio de Justicia también nos preocupamos enormemente, pues mi papá solía visitar al maestro Echandía en su oficina, quien había sido su profesor de universidad. A mi papá lo devastó lo ocurrido y con esto se alejó completamente de Belisario Betancur. Fue una etapa de vida de mucho estrés, me angustiaba profundamente cada vez que mis papás salían, pues temía por sus vidas y creía que no regresarían más. Esta circunstancia, tan aguda, hizo que me tratara un psicólogo.

Escuela de caricatura

Mis papás me matriculaban en cuanto curso se pudiera. Vieron un aviso en un periódico sobre una escuela de caricatura y fue así como ingresé al instituto del maestro Calarcá. Desde ese momento no quise hacer otra cosa distinta. Recuerdo que buscaba con avidez las caricaturas que salían en las Lecturas Dominicales y la revista Los Monos, de El Tiempo y El Espectador. Alguna vez publicaron un aviso en Espectadores 2000, separata con actividades infantiles de los años 80, que decía que estaban buscaban niños caricaturistas para brindarles un espacio. Envié un correo certificado a un apartado aéreo y recibí la llamada que me abrió la puerta. Comencé a dibujar junto con Orlando Cuéllar y Andrés González, mi homónimo. Ilustré una nota curiosa de un hombre que levantaba mucho peso, pero que se le deslizaban los discos mientras se le derretían las piernas. Mi papá me llevaba hasta el periódico, que quedaba en la calle 68, hasta que explotó la bomba y no pude regresar. Tenía una cuenta-ahorritos del minero en Colmena y con los recursos que alcancé a reunir me compré mi primer computador.

Empecé a dibujar para el periódico del Congreso, esto a través de un amigo de mi papá que había sido rector de la Universidad Central por muchos años, aunque sin remuneración. Aquí, a mis 15 años, mi primer dibujo sí fue político, pues mostraba a un campesino preguntándole a un político cuántos votos cuesta un tractor.

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Continué en la escuela, donde conocí a Mario García (el director), a Vladdo, a José Roberto Agudelo Zuluaga, a Jorge Consuegra, a Ana María Ospina, a León, a Zeta y a Jarape, quienes tenían un grupo llamado El Cartel del Humor, al que me integraron pese a mi edad, pues no superaba los 16 años. Tomé clases particulares con el profesor Calarcá y enseñé cuando me pidió que reemplazara a un profesor un sábado en la tarde-noche. Me asusté muchísimo, me enfrenté a adultos, pero disfrutaron la materia y continué dictando clases por un tiempo.

También publiqué en el periódico El Nuevo Siglo, para el que me entrevistaron. Esta experiencia me abrió puertas para publicar en Cambio 16 y en Ajedrez Universal, revistas en las que dibujé fisonomía. Empecé a entender que ese podía ser el camino de mi vida, pues era lo que me interesaba y lo que me hacía sentir satisfecho. Era el universo del caricaturista y yo sentía que quería ser un profesional de la caricatura, no tenía otro norte. Pero mi papá quiso sacarme muy rápidamente del país para disuadirme de la idea, pues para él se trataba de un pasatiempo. Desde mis 15 años me empezó a comprar los tomos de anatomía para que estudiara medicina.

Etapa universitaria

Antes de comenzar en la universidad, presté servicio militar, primero en el Batallón Maraya y luego en el PN13. Después, mi papá me matriculó en Medicina, en la Universidad del Rosario, pero no asistí a clases. Entonces, comencé Derecho Internacional en el Externado, pero como tampoco me gustó, mi papá me envió a España. Permanecí por un año en Europa, pues de España viajé a Bélgica, pero tampoco logré sacar adelante ningún proyecto. La experiencia me sirvió para perfeccionar el francés, que ha sido un idioma hablado por generaciones en mi familia. Tomé clases con Zette, de La Bande Dessinée, quien me sintonizó con los materiales clásicos que utilicé en adelante para mis dibujos.

Si bien tengo muchas costumbres europeas que heredé a fuerza de observar a mi papá, no me habitué al estilo de vida y me llamó mi país. Quise volver. Una vez en Colombia, no regresé a mi casa. Desde mis 18 años he sido independiente, lo que no es nada fácil. Claro que mi papá quiso que siguiera estudiando, entonces me animó para presentarme a Arquitectura en la Nacional y fui admitido, pero no me inscribí.

Comencé Diseño en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Esto me abrió las puertas al diseño gráfico que, sin gustarme tanto, estaba más alineado con el dibujo. Conté con excelentes profesores, como con Darío González, ilustrador que cuenta con muy buen nombre. Fue uno de los mejores profesores, no solo en el aula sino fuera de ella.

Siendo estudiante, trabajé como diseñador gráfico en Ecopetrol, y con esa experiencia decidí que no quería ser empleado formal de ninguna empresa. Fui ilustrador de editorial trabajando para Carvajal y Norma. Me integré a un grupo de estudiantes del Rosario que trabajaron con la administración de Antanas Mockus haciendo juegos de cultura ciudadana. Colaboré por tres años con Germán Bula Escobar en un proyecto literario de historietas para reinsertados con el Centro Mundial para la Resolución de Conflictos. Las revistas llevaron a la edición del libro Espacios Diplomáticos en Colombia. También logré contratos con la Universidad del Rosario, los cuales me permitieron volver a Europa y conocer Suramérica.

Trabajé por dos años en animación con Klett, editorial alemana que enseñaba español a los alemanes. Este contrato me llevó a trabajar como embajador de Faber Castell. Dicté clases en diferentes sitios, uno muy especial de niños de poblaciones vulnerables que me sensibilizó enormemente. También reemplacé a amigos que enseñaban en la Nacional, como a Bernardo Rincón, y en la Tadeo, como a Boris Greiff.

Finalmente, volví a El Espectador por iniciativa de Betto, quien me animó a presentarle mi portafolio a Julio Carrero, editor gráfico, y más adelante a Fidel Cano, quien me abrió un espacio formal. Comencé con una caricatura diaria de nombre La Instantánea, ubicada en los balcones impresos. Luego hice una metamorfosis que resultó muy exigente y que gustó. Ya van diez años de reto intelectual que valoro, pues me ha dado foco y disciplina. He sido constante con ello.

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Volví a mi casa por un año, cuando mi papá enfermó de diverticulitis y murió. Fue otra experiencia muy dura porque lo encontré muerto en su cama. Siento muy profundamente el hecho de que jamás pudo verme viviendo de mi profesión.

Caricaturista

Mi vida es el dibujo. Dibujé en blanco y negro porque el contraste se facilitaba a mi escasa visión, entonces comencé con tinta china y plumilla. Con el tiempo fui dejando los bocetos en lápiz, lo que se conoce como dibujar a la prima.

Mi trabajo está muy marcado por el cómic franco belga, que siempre me gustó por la colección de mi papá de Tintín y Milú, entre otros más, imitando así el estilo y la forma en la que se concibe y se realiza. Ahora debo hacer transición a la tecnología, lo que me ha costado un poco, pues sigo prefiriendo el papel y la tinta. Conservo el valor estético que tiene la línea en el dibujo, lo que me aleja de los actuales memes que han impuesto las nuevas generaciones.

Reflexiones

¿Cuál será su siguiente paso como caricaturista?

Quizás volverme pragmático, hacer contenidos mucho más dinámicos en producciones muy cortas de humor general. Como temas, el amor y el desamor me tienen cautivo. Ojalá rescatar la idea de la revista Arte Aparte, que tuve con tres amigos del colegio, y hacer un podcast para caricaturistas.

¿Cuál es su proyecto más importante en este momento?

Mi hija Leticia, que tiene año y medio. Todas mis emociones están centradas en ella.

¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Sinceridad en los afectos.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como alguien honesto.

¿Cuál debería ser tu epitafio?

Esta fue la última línea.

#HISTORIASDEVIDA #MEMORIASCONVERSADAS #ISALOPEZGIRALDO

Por Isabel López Giraldo

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