El Magazín Cultural

José Asunción Silva, terror y sombra

Una fotografía muestra a José Asunción Silva a la edad de siete años. El futuro poeta lleva una blusa con un corto cuello de encaje y en su rostro se distingue el ceño adusto, la mirada seria, de una “seriedad demasiado adulta”, como la llama uno de sus biógrafos, el escritor Ricardo Cano Gaviria.

Johny Martínez Cano
16 de septiembre de 2022 - 06:34 p. m.
Cubierta del libro "Poesía selecta", una antología de Silva hecha por Panamericana Editorial, publicada por primera vez en 1997, un año después del centenario de la muerte de su autor, y reeditada este 2022.
Cubierta del libro "Poesía selecta", una antología de Silva hecha por Panamericana Editorial, publicada por primera vez en 1997, un año después del centenario de la muerte de su autor, y reeditada este 2022.
Foto: Archivo particular

Este retrato está incluido, junto con muchas otras fotografías, en el libro Poesía selecta, una antología de Silva hecha por Panamericana Editorial, publicada por primera vez en 1997, un año después del centenario de la muerte de su autor, y reeditada este 2022. La selección de poemas es de Carlos Nicolás Hernández, el prólogo es de Luz Mary Giraldo y el cuidado editorial de Alejandro Alba García.

El archivo fotográfico es, por supuesto, uno de los fuertes de esta edición, pues nos deja ver a José y a su familia en distintos momentos de su vida y nos permite conocer, además, manuscritos del poeta, un dibujo suyo titulado La coqueta precoz y una tarjeta que escribió y depositó en la tumba de su hermana Elvira. Pero más allá de las interesantes imágenes, la aparición de este nuevo libro es un buen pretexto para volver sobre la figura de Silva, y en esta lectura lo que más me ha llamado la atención es la manera en la que afloran y se entrecruzan dos obsesiones del poeta: el terror y la sombra. Este escrito, entonces, no es más que la persecución de esas dos obsesiones en la antología en cuestión, el seguimiento de dos temas, dos imágenes, que a mi parecer están en el centro de esta poesía y son la raíz de su tristeza y su nostalgia.

Empezaré hablando del terror, un tema que a simple vista parece ajeno a las preocupaciones de Silva, pero que está presente en poemas juveniles como “Crepúsculo” y “Las ondinas”, en los que el poeta se vale de los cuentos infantiles y los mitos antiguos para crear auténticas atmósferas pavorosas. Silva describe “la hora en que los muertos se levantan” y el espacio se puebla de “extraños ruidos” y “tenebrosos cuentos”; los lectores sentimos “la sombra que sube por los cortinajes”, escuchamos “el ladrido fúnebre de un gozque” y nos inquieta ver cómo “las muñecas duermen [...] medio abandonadas”. Se trata de toda una iconografía y un lenguaje del terror con los cuales Silva buscaba, en sus lectores, el mismo efecto que los cuentos sobrenaturales y los mitos tienen sobre los niños. Silva quiere asustarnos, asombrarnos, poner nuestros sentidos en alerta y así envolvernos en el misterio de lo desconocido, lo no visto, lo apenas sugerido.

Le sugerimos: Óscar Pantoja: narrar otras vidas a través de imágenes

El terror y la fantasía tienen el poder de envolver nuestra vida “en la bruma de los sueños”, como dice el poema “Infancia”, y de esta manera dotan de misterio nuestra precaria realidad. Así mismo los versos de Silva buscan envolvernos en atmósferas espectrales que nos permitan atisbar otros planos de la realidad. Por ejemplo, en el poema “La calavera”, un par de golondrinas revolotea la tierra como buscando el espíritu de un monje cuyo cráneo reposa allí, en el huerto de un convento abandonado, mientras cae la tarde. Todo el paisaje que crea Silva, cada elemento situado, casi como en una pintura, conduce nuestra imaginación a un plano de la realidad en el que los muertos vuelven por sus huesos. Y así intuimos que nuestro mundo está habitado de presencias que no vemos.

Me resulta sorprendente darme cuenta de que muchos de los poemas de Silva se alimentan de esa imaginería del terror: hay personajes que se despiertan súbitamente a medianoche, hay espacios misteriosos abandonados o derruidos y hay muchos, muchos encuentros con muertos que se hacen presentes de alguna manera. Sin embargo, me di cuenta, también, de que el terror en Silva no es solo una herramienta para sugestionar nuestra consciencia y hacer fantástica nuestra realidad, sino que, sobre todo en los poemas de la edad adulta, el terror asume otro rostro: el de un malestar indescriptible, como pasa en el poema “Los maderos de San Juan”. Allí, la tierna visión de la abuela que canta y se mece con su nieto sentado en las piernas se ensombrece con las visiones de un futuro imaginado en el que la anciana está muerta y el niño vive en la angustia y desamparo de la edad adulta, todo en un contrapunto con la canción infantil repitiendo su estribillo una y otra vez, acrecentando la atmosfera sombría de la escena.

La visión del futuro del nieto causa, en la abuela, un profundo terror. El poema dice que por su espíritu cruza “como un temor extraño”, una sensación vaga, indescifrable, pero siempre acechante. Creo que Silva entendió, con los años, que el terror más grande que hace nido en nuestra mente es esa ansiedad o angustia que surge ante el fantasma de lo que no es, el pasado que fue mejor, el futuro que es incierto, ese miedo hacia lo que imaginamos y proyectamos, pero no es real, y sin embargo nos aterra como el más temible de los espectros, nos paraliza de miedo. En muchos de los poemas de Silva e incluso en su novela De sobremesa siempre hay un yo que es presa de ese malestar, de esa ansiedad, que vive infeliz en su presente, con terror del porvenir incierto e incluso de su pasado alegre, pues la felicidad del recuerdo lo atormenta. La poesía de Silva es, pues, toda una exploración de nuestra vulnerabilidad, es decir, de nuestro terror y nuestro miedo.

Le recomendamos: “Who wants to live forever”, una canción inmortal

Creo, por otra parte, que desde sus poemas juveniles Silva entendió que las puertas del miedo y la sugestión se abren a través de lo sombrío, es decir, del uso de la sombra, la otra obsesión de la que quiero hablar. Es evidente que la sombra se ha vuelto una especie de símbolo que identifica toda la poesía de Silva, pero la imagen no se reduce al uso que hace de ella en su poema más famoso, en el que dos sombras alargadas se encuentran y se unen, sino que hay toda una exploración que resulta de la fijación que tenía el poeta con la pintura y el uso de la luz.

No conozco, en verdad, una poesía moderna tan consciente de su naturaleza pictórica como la de Silva, y los resultados de esos efectos son insuperablemente expresivos. En poemas como “Mariposas”, “Nidos” y “Alas”, pasa, por ejemplo, que la luz y las sombras transforman aquello que tocan: las mariposas iluminadas por los rayos del sol “parecen nácares” y se vuelven “brillos opalinos / de alas suaves”, en cambio, cuando los rayos no logran penetrar la espesura de los árboles, la tierra se vuelve “un dosel de sombras escondido”. Pasa, también, que la luz y la sombra crean el color: cuando los rayos de sol, tibios, van cayendo con la tarde, “iluminaban / el horizonte, con fulgor rojizo”, y al dejar de iluminar el bosque verde, este se vuelve “negro, muy negro, sobre el fondo / brillante y ambarino”.

Otro ejemplo de la destreza con la que Silva pintaba a través de la luz y la sombra está en una de las dos prosas incluidas en la antología, “El paraguas del padre León”. Allí, Silva describe una calle bogotana que el cura atraviesa en medio de una noche muy oscura, mientras llueve: el cielo y el horizonte son “negros como boca de lobo, rayados por los hilos de plata de una llovizna fina”, el piso es “húmedo y brillante por la lluvia”, y la única iluminación en medio de la negrura es “la irradiación fantasmagórica, la claridad deslumbrante e incolora de un foco de luz eléctrica, que hace más intensa la sombra alrededor”. En medio del cuadro, se traza al cura, “un duende negro”, con el único detalle colorido de la pintura: “un paraguas rojo de colosales dimensiones” y en la mano “una linterna de vidrios verdes”. Nadie como Silva pinta con palabras. Uno puede imaginarse la pequeña mancha cromática en medio de otra serie de enormes manchas negras y rayones blancos de luz, y así, esa anónima calle bogotana se vuelve una magnífica pintura impresionista aún no pintada.

Podría interesarle: Un libro sobre las ilimitadas formas de amistad en la infancia

Pero Silva no fue un maestro de las sombras solo por su forma de pintar con ellas, sino también por su manera de mirar la vida. Antes, he dicho que la escena idílica de la abuela y el nieto se “ensombrece”, es decir, se vuelve más lúgubre, más habitada por la zozobra y la tristeza, más llena de pesimismo. Silva, de hecho, definió al pesimista como aquel que tiene demasiada sombra en sus visiones, y esa manera “ensombrecida” de ver la vida prima en la mayor parte de su obra. Cabe añadir que, bajo la mirada del poeta, es el paso del tiempo el que trae las sombras a la existencia: los años van arrebatando el misterio y el encanto de la vida y van llevándonos hacia lugares cada vez más infelices. Pasa, por ejemplo, en el poema “Sus dos mesas”, en el que se contrasta el fino y sugestivo tocador de una mujer soltera, adornado de “esencias diáfanas”, “un vaso raro y frágil”, “el iris de un diamante, la sangre de un rubí”, con el trivial tocador de esa mujer después de casarse, en donde reposa “un biberón”, “un libro de oraciones”, “un reverbero viejo y un chupo y un pañal”.

El paso del tiempo y sus cambios lo ensombrecen todo, hacen la vida más trivial, y por lo tanto, los dulces y luminosos momentos apacibles van quedando cada vez más atrás. De allí que la poesía de Silva sea un hervidero de nostalgia y que este exclame “¡edad feliz!” en los versos del poema “Infancia”, pues esta es un “valle ameno / de calma y de frescura bendecida”, pero cuyas “breves dichas [son] transitorias”. De todas maneras, aunque nostálgico, Silva no busca restituir el pasado y, al contrario, tiene una fijación con él porque se trata del tiempo que ya no es, es un tiempo fantasmal, y sus visiones son vagas y etéreas como “la música melancólica” de un bambuco cuyas notas van a perderse en el aire o el “humo tenue y azulado” que sube en espiral al cielo hasta desaparecer, imágenes evanescentes que Silva explora en los poemas “Paseo” y “Humo”.

Le puede interesar: Mesaestandar: una editorial colombiana que gana reconocimiento en Estados Unidos

A mi parecer, la visión más sombría a la que llega la poesía de Silva está en los poemas en los que se burla, mordaz e hirientemente, de sí mismo, del poeta que representa, como en “Avant-propos”, donde se recomienda a sí mismo no leer más “poemas / llenos de lágrimas”, o en “Zoospermos”, donde se ve como el más pequeño de los espermatozoides que un científico ve por su microscopio, “el pequeñísimo, algún poeta lírico”, y se refleja, también, en el espermatozoide que al convertirse en hombre “y tras de mil angustias y gestas y pasiones / se hubiera suicidado con un Smith & Wesson”. Pero en medio de tanta vasta sombra, a veces de los poemas de Silva brotan destellos de luz, mínimas visiones optimistas cuyo foco suele ser la escritura misma, es decir, la poesía como esperanza, como fe. El poema “A Diego Fallon”, dedicado a un poeta cuya obra fue una influencia importante para Silva, es una prueba de esa fe, pues allí se dice que cuando nadie en el futuro recuerde los versos de Fallon, estos “aún hablarán, a espíritus que sueñen / las selvas seculares / que se llenan de nieblas y de sombras / al caer de la tarde”. Su poesía vivirá, asegura Silva optimista, aunque sea en unos pocos pero sensibles lectores para quienes esos versos tendrán “vagos murmullos misteriosos”.

Sin embargo, estos actos de fe son apenas destellos. El pasado es una sensación dolorosa, la ternura vaga de los tiempos idos, el presente es una sombra que avanza y el futuro es incierto y negro. Me atrevería a decir que, con los años, esta visión fue cada vez más fuerte en la vida personal del poeta. Vuelvo así a las palabras del ensayista antioqueño Baldomero Sanín Cano, uno de los amigos que mejor lo conoció: él asegura que Silva siempre miró la vida con seriedad e hizo de sí mismo la más perfecta máquina de sufrir. Vuelvo, también, a ver el índice de esta antología: de los diecinueve textos, diecisiete poemas y dos prosas, al menos once fueron escritos antes de los veintiún años, lo que demuestra que el terror y la sombra hicieron nido en él desde muy joven. Vuelvo, por último, a ver la foto de la que hablé al inicio: allí está el niño de la mirada seria, la mirada de quien afronta el mundo con una gravedad excesiva. Creo que Silva nunca dejó de ser ese niño.

Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

Por Johny Martínez Cano

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar