Karl Schlechta, uno de los tantos historiadores que intentaron definir a Friedrich Nietzsche a partir de su manera de trabajar, escribió que en sus diversos apuntes, “Los títulos surgen y desaparecen de nuevo, se proyectan diversos y diferentes planes y disposiciones, se anotan aforismos para rechazarlos a continuación -lo que naturalmente no descarta de ningún modo que estas notas fueran a convertirse algún día en elementos de una concepción nueva, totalmente distinta, de una organización más extensa o más estrecha; pero que tampoco excluye la posibilidad de que un mismo ‘plan’ emerja continuamente una y otra vez durante años…”. Werner Ross en su biografía “Nietzsche, el águila angustiada”, dejó en claro con su cita de Schlechta cómo habían surgido el “Zaratustra”, “Más allá del bien y del mal”, “Humano, demasiado y humano” y las demás obras de Nietzsche.
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También, su método de trabajo para la “La voluntad de poder”, el gran trabajo que nunca hizo, y que anunció en uno de los apartes de “Más allá del bien y del mal”. Para Ross, una de las razones fundamentales para su “desesperación última”, fue “que esta obra principal no se redondeara, no terminara de cerrarse”. De alguna manera, “Resultaba absurdo pensar en una base teórica para su enseñanza del eterno retorno. Eso era ‘mística’ y él mismo sabía demasiado bien que ni siquiera diez años de estudio teórico de las ciencias naturales le hubieran aproximado a una explicación racional de su vivencia”. En el mes de julio de 1884, le había escrito a su amigo, el teólogo Franz Overbeck, “Mi enseñanza de que el mundo del bien y del mal no es sino un mundo aparente y perspectivo resulta una innovación de tal calibre, que a ratos se me nubla la vista y el oído sólo de pensarlo”.
En palabras de Ross, “Nietzsche no pensaba partiendo de un título, no se sentaba con el fin de construir y elaborar su filosofía a partir de un esquema básico. Por lo contrario, según Schlechta, ‘tenía una cantidad casi infinita de ocurrencias precisas, y por lo tanto, escritas con precisión desde un buen principio, cada una de las cuales es una unidad independiente y cerrada en sí misma, como un pequeño organismo con vida propia’”. De algún modo, gran parte de los apuntes de Nietzsche eran ensayos de aforismos, que luego repasaba, comparaba, borraba o tachaba, más allá de que le hubieran dicho y repetido hasta la saciedad que por aquellos tiempos los aforismos tenían poco público. Para él, lo que importaba era la obra. Lo había escrito en el cuarto libro del Zaratustra, “Yo ya no aspiro a mi felicidad, aspiro a mi obra”, y vivía de acuerdo con su sentencia.
Dos años después de la muerte de Nietzsche, Paul Möbius escribió un tratado sobre él, su obra, y su enfermedad. Fue uno de los primeros que dijo que su demencia final había sido consecuencia de una “neurosífilis”, y consideró en su libro, “Sobre lo patológico en Nietzsche”, que “Para un autor de folletines, tal vez el aforismo sea idóneo, pero para un pensador serio, a quien no debería importarle nada salvo la coherencia de sus pensamientos…, no sirve para nada”. En realidad, la opción de la sífilis estaba apuntada, registrada y sellada como “confidencial” en los registros médicos de las clínicas psiquiátricas de la Universidad de Basilea y de Jena. A la primera ingresó el 10 de enero de 1889, y fue llevado allí por Franz Overbeck y un odontólogo de apellido Bettmann, quienes lo habían recogido en Turín y viajaron con él en un vagón de tren de tercera clase.
Luego de estar internado una semana en Basilea, su madre, Franzisca Oehler, lo trasladó a Jena. Pasados algunos años, Freud diría que la enfermedad de Nietzsche había sido su destino, y Thomas Mann, que “Su destino era su genio. Pero hay otro nombre para este genio: enfermedad”. La teoría del doctor Möbius fue rechazada por Elisabeth Förster, quien precisamente le había dado acceso a los archivos médicos de su hermano para que relatara una idea épica y poética sobre su muerte. Möbius escribió que los primeros síntomas de la sífilis de Friedrich Nietzsche habían surgido en 1881, con la escritura de su Zaratustra, y que había fallecido por esa misma causa. Más allá de sus opiniones sobre los aforismos de Nietzsche, y de hipótesis imposibles de comprobar como la de la inspiración de “Así habló Zaratustra”, su diagnóstico hizo explotar a Elisabeth Förster-Nietzsche.
“Si encuentras perlas, no imagines que todo es una cadena de perlas”, fueron algunas de las máximas que Möbius escribió en su libro, para el que se entrevistó con varios de los amigos y conocidos de Nietzsche. Quería, necesitaba un testimonio que sustentara su teoría de la sífilis y del contagio con una prostituta. Concluyó que el impulso del filósofo hacia las mujeres era sumamente débil, pero que seguramente y por curiosidad al menos, había tenido alguna relación. Elisabeth Förster dijo que las afirmaciones del doctor Möbius eran calumnias repugnantes. A partir de allí, comenzaron a circular distintos textos sobre la sexualidad de Nietzsche. Möbius consideraba que había contraído su infección con una prostituta. R. J. Hollingdale, autor de la biografía “Nietzsche, el hombre y su filosofía”, que le fascinaban las mujeres, pero que no había evidencias de que se hubiera acostado con alguna.
La injerencia de Elisabeth Förster en la vida y, sobre todo, en la obra y la imagen que quedarían para la posteridad de su hermano Friedrich se había iniciado en forma cuando su marido falleció en Asunción. Entonces se devolvió a Alemania, y empezó a archivar todos y cada uno de los documentos que pudo hallar de Nietzsche y sobre Nietzsche. Leyó sus cartas, sus cuadernos de notas, sus borradores, las distintas ediciones de todos sus libros, sus trabajos de la escuela y de la universidad, y los catalogó al lado de los dibujos que hacía de las portadas que imaginaba sobre sus futuros libros. En 1894, fundó en Naumburgo un archivo dedicado a su hermano, “El archivo Nietzsche”, que luego trasladó a Weimar. Allí, con la colaboración de varios estudiosos del filósofo y de algunos estudiantes, empezó a escribir a su antojo parte de la historia de Friedrich Nietzsche.