La bandera de Colombia sobre el ataúd. Dos ramos de rosas rojas y blancas en la mitad del féretro. A dos días de cumplir cinco años, sostenido por su hermana María Carolina Hoyos, quien le toma la mano derecha, Miguel Uribe Turbay mira la escena. Lo custodian su abuelo, el expresidente Julio César Turbay Ayala, y su padre Miguel Uribe Londoño. Es sábado 26 de enero de 1991 y los fotógrafos registran el funeral de Diana Turbay Quintero.
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Treinta y cuatro años después, la misma bandera de Colombia sobre otro ataúd. Esta vez, un ramo de lirios cubre la cabecera. Alejandro Uribe Tarazona, de cuatro años, se empina para poner sobre el cajón una rosa blanca. Lo acompañan su madre, María Claudia Tarazona, sus hermanas, su tía María Carolina Hoyos y su abuelo, Miguel Uribe Londoño. Es miércoles 13 de agosto de 2025 y los fotógrafos registran el funeral de Miguel Uribe Turbay. Un déjà vu.
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Los destinos de la periodista Diana Turbay Quintero y del senador Miguel Uribe Turbay, su hijo, encarnan la tragedia de un país que lleva décadas contando miles de muertos y emponzoñado por la violencia política. Ella tenía 40 años cuando fue asesinada en un fallido rescate, el 25 de enero de 1991, tras permanecer cinco meses en poder de Los Extraditables. Eran los azarosos tiempos del cartel de Medellín, Pablo Escobar y compañía, cuando el país se llenó de bombas y sicarios al servicio de la mafia.
Él, Miguel, tenía 39, apenas un año menos que su madre, cuando recibió tres disparos en un mitín el pasado 7 de junio en Bogotá. Como entonces, la pugnacidad política y el narcotráfico siguen desbordados. En su momento Diana fue plagiada cuando le hicieron creer que iba a entrevistar a Manuel Pérez, comandante del ELN. Miguel encontró la muerte tras ser víctima de un atentado milimétricamente planeado. A balas perecieron ambos.
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Diana Turbay Quintero nació el 8 de marzo de 1950 en los tiempos del gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez. Dos años antes habían asesinado a Jorge Eliécer Gaitán y Colombia era un hervidero de confrontación partidista y de cadáveres de lado y lado. Su padre, el dirigente liberal, Julio César Turbay, se consolidaba como líder opositor y ya había presidido la Cámara de Representantes en dos ocasiones.
Antes de caer el telón de esa turbulenta década que fueron los años cincuenta, Colombia ya contabilizaba cerca de 300.000 muertos en la denominada época de la Violencia, con mayúscula. En medio de la sangría que vivía la Nación, Diana Turbay creció en Bogotá, estudió su primaria en el colegio Andino y después en el Gimnasio Femenino, pero terminó el bachillerato en Nueva York, pues su padre había sido designado como embajador ante las Naciones Unidas.
Regresó al país a finales de los años sesenta y empezó a estudiar Derecho en la Universidad del Rosario, pero se graduó de la Universidad Santo Tomás. Al margen de su vida académica y de sus primeras obsesiones por la paz, paradójicamente en la década en las que fundaron y crecieron las guerrillas en Colombia, Diana Turbay Quintero siempre permaneció al tanto de las movidas políticas de su padre Turbay Ayala, ya entonces convertido en barón electoral.
En 1970, en tiempos del Frente Nacional, se casó con Luis Francisco Hoyos y dos años después dio a luz a María Carolina Hoyos Turbay, su primera hija. Por aquella época hizo sus primeros pinos en el periodismo en el Noticiero Thoy de propiedad de su familia. Entre tanto, su padre fue nombrado embajador ante el Reino Unido entre 1973 y 1975. El país transitaba entonces en medio de pactos políticos y una agitación obrera latente que estalló en un paro cívico nacional en 1977.
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Con la promesa de recuperar el orden, Julio César Turbay fue elegido presidente en 1978 y su hija Diana ofició como su secretaria privada. Su campaña había arrancado dos años atrás, en 1976, y ella fue protagonista de esa victoria electoral. Ese gobierno no estuvo exento de controversias por cuenta del famoso Estatuto de Seguridad y su lucha frontal contra los grupos insurgentes.
En la trasescena, el narcotráfico y su poder criminal empezaron a emerger y, para 1982, Pablo Escobar ganó una curul en el Congreso como segundo renglón del político Jairo Ortega. En esa década que sumió al país en la conjura de todas las violencias, Diana Turbay, ya lejos del escenario político, se concentró en el periodismo. El 5 de noviembre de 1985, en la antesala de la toma del Palacio de Justicia, apareció el primer número de la revista “Hoy por hoy” que dirigió hasta su muerte y que alternó con la dirección del Noticiero Criptón.
El 28 de enero de 1986, casi tres meses después del holocausto del Palacio, nació su segundo hijo, Miguel Uribe Turbay. Diana se había vuelto a casar poco antes con Miguel Uribe Londoño. El entonces presidente Belisario Betancur, quien siempre insistió en la paz negociada, quemaba sus últimas velas en el poder. Lo sucedió en agosto de ese año Virgilio Barco, que tuvo que enfrentar el rostro más asesino de esos traquetos puestos en evidencia por inmolados personajes como el exministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla.
La primera infancia de Miguel Uribe Turbay coincidió con la violencia desbordada de los carteles de la droga y sus carrobombas y magnicidios, el precio que le puso la mafia a los policías que le plantaron cara, la estela de sangre que dejaron mercenarios israelíes que entrenaron ejércitos paramilitares en el Magdalena Medio y las guerrillas que multiplicaron su control territorial.
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El 30 de agosto de 1990, apenas días después de que César Gaviria Trujillo llegara a la presidencia, Diana Turbay fue secuestrada por Los Extraditables que buscaban presionar al gobierno para impedir la extradición y darles beneficios procesales en el marco de un eventual sometimiento. Otros de los llamados “hijos de los notables” corrieron una suerte similar, pero con un final distinto, como el periodista Francisco Santos o Maruja Pachón, quienes al final fueron liberados.
La periodista Diana Turbay, tras un fallido rescate por parte de la Policía, fue asesinada por la espalda en una finca de Copacabana (Antioquia) donde permanecía en cautiverio. Apenas horas antes de ese desenlace fatal, su mamá doña Nydia Quintero le había escrito una carta al presidente Gaviria para suplicarle que no se intentara ningún rescate para garantizar la vida de su hija y de los demás rehenes.
“Es obvio que el gobierno no puede detener los allanamientos que realiza para combatir la delincuencia; pero sí puede evitar que se intente el rescate de los rehenes, pues sabemos nosotros los familiares, lo sabe el país y lo saben ustedes, que si en uno de esos allanamientos tropiezan con los secuestrados, se podría producir una horrible tragedia”, escribió doña Nydia. La noticia de la muerte de Diana Turbay trascendió pronto.
Al día siguiente, en ceremonia solemne en la Catedral Primada, fue su sepelio. Previamente, había sido velada en el Concejo de Bogotá en cámara ardiente. Además de Turbay Ayala, asistieron los expresidentes Carlos Lleras, Misael Pastrana, Alfonso López y el primer mandatario, César Gaviria. Durante el cortejo fúnebre al cementerio Jardines de Paz, ondearon pañuelos blancos de espontáneos para despedirla. El país estaba de luto, como el propio Miguel Uribe Turbay, aunque no lo sabía.
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Acogido por doña Nydia Quintero, su abuela y su hermana, María Carolina, Miguel creció sorteando las dificultades de una ausencia tan enorme. La figura tutelar de Diana Turbay lo acompañó desde entonces. En esos violentos años 90, se formó en el colegio Los Nogales y luego, como su mamá, estudió Derecho, pero en la Universidad de los Andes.
Al tiempo que desarrollaba otros estudios, la impronta política de su casa lo llevó a incursionar en el escenario público. Fue concejal de Bogotá, secretario de gobierno, candidato a la Alcaldía de Bogotá y congresista de la República. En el entretanto de su ascenso político, se casó con la abogada María Claudia Tarazona, quien tenía tres hijas. Poco después, nació su hijo Alejandro Uribe Tarazona. Meses antes de su asesinato, se había lanzado como precandidato presidencial del Centro Democrático.
Su primer acto de campaña lo hizo en Copacabana, el mismo municipio en donde había sido asesinada su mamá en 1991. Pero el 7 de junio pasado, dos balas en su cabeza y una más en su pierna izquierda lo dejaron al borde de la muerte. Las imágenes de su atentado consternaron a Colombia y recordaron el magnicidio de Luis Carlos Galán Sarmiento, perpetrado el 18 de agosto de 1989, pues a diferencia de la mayoría de crímenes de la época, este quedó registrado en videos donde se ve una ráfaga de ametralladora y al entonces candidato presidencial herido de muerte en la tarima.
Similares escenas en el magnicidio de Miguel Uribe quedaron en la retina del país por cuenta de los videos que circularon, esta vez, en redes sociales. A pesar de la gravedad de las heridas, el senador Uribe Turbay sobrevivió 64 días más. Su muerte en la madrugada del pasado 11 de agosto volvió a enlutar a Colombia.
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De nuevo, el déjà vu. Un niño de cuatro años, su hijo, tal como él mismo 34 años atrás, al frente del féretro de su padre. Otra vez la bandera de Colombia, los honores y los discursos sentidos. Otro huérfano más en la historia del pantano de las violencias desde que somos una República. Y la sensación amarga de un pasado que creíamos superado, pero que nos acecha sin tregua.
“Hace 34 años la guerra se llevó a quien fue mi esposa, Diana Turbay. Tuve que decirle a un niño de apenas cuatro años, con todo el dolor de mi alma, la horrenda noticia del asesinato de su madre. Hoy, 34 años después, esta absurda violencia también me arrebata a ese mismo niño”, expresó Miguel Uribe Londoño, durante el entierro de su hijo. “También tuvimos que decirle a mi nieto Alejandro, el pequeño niño de cuatro años que deja Miguel, que su padre fue asesinado”, añadió atenazado por una tragedia doblemente padecida.
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El congresista del Centro Democrático, Andrés Forero, también lamentó el destino repetido de los Turbay. “Es dramático y muy triste lo que ocurrió. Es muy difícil ver a un huérfano de la violencia enterrando a otro huérfano de la violencia”, dijo el representante y amigo de Miguel Uribe. En igual sentido se pronunció la periodista Azucena Liévano, quien fue secuestrada con Diana Turbay en 1990.
“Dormíamos juntas. Ahí empezamos a tener una relación muy cercana, era como una madre, protegiéndome. Yo tenía 26 años y ella 40. Miguelito era su adoración y entonces le suplicaba a su papá, el expresidente Turbay, que no se doblegara ante el chantaje de Los Extraditables. Las exequias de Miguel de esta semana me hicieron revivir todo esto cuando Diana hablaba de su familia y de las ganas que tenía de abrazarlos a todos”, narró. Con tres décadas de distancia en sus destinos, la obsesión de Diana fue la paz. La de Miguel, la seguridad.
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Comparar las fotografías de ambos sepelios resulta angustiante. Ahí se ve a María Carolina Hoyos de 18 años, llorando a su madre, y a ella misma de 52 años, sollozando a su hermano. Ahí se ve a Miguel Uribe Londoño despidiendo a su esposa, consternado por la congoja, acompañado de su hijo Miguel Uribe Turbay, en 1991; y 34 años después, dándole el último adiós a su hijo, ese mismo niño que tres décadas atrás aparecía a su lado con una rosa roja.
“Yo pensé que no iba a volver a experimentar un dolor así. Visualicé el milagro de Miguel saliendo de la clínica, caminando con su hijo en brazos. No fue así. Ahora no quiero pelear con Dios, quiero esperar a que me muestre el camino del consuelo. Hoy recuerdo a mi abuela que decía, en 1991, que el amor y la solidaridad tienen que ser más grandes que nuestra tragedia”, le dijo a El Espectador María Carolina Hoyos.
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