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A diferencia de la mayoría de ratas, Plume disfruta del raro privilegio de pasear por París sobre el hombro de su dueño, un político local que busca reconciliar a los residentes con los roedores de la capital.
“Hola, ¿alguna vez vio una rata?”, pregunta Gregory Moreau, teniente de alcalde de un distrito de París, a una mujer desprevenida que carga dos bolsas de compras en un mercado del bullicioso barrio de Belleville.
“Mire lo que llevo en mi hombro”, agrega el hombre. Plume, con sus ojos negros como botones, agita sus largos y finos bigotes, mientras mira curiosamente a su alrededor.
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La mujer mira al roedor con escepticismo y sonríe. “¿Es Ratatouille?”, pregunta, en referencia al personaje de la película animada homónima de Disney sobre una rata en París que sabe cocinar.
Los mitos y cuentos sobre ratas han formado parte del folclore de París durante siglos, lo que les ha valido una mala reputación.
Actualmente, se calcula que su población supera con creces los dos millones de personas que habitan en la capital.
“Las ratas tienen una mala imagen porque propagaron la peste en el siglo XIV”, explica Moreau, miembro del partido animalista e investigador en Física Teórica.
Pero según el edil, hoy en día, su papel en la transmisión de enfermedades es insignificante, excepto quizás por la leptospirosis, una infección bacteriana transmitida de animales a humanos que ocurre principalmente en áreas rurales.
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Veneno ineficaz
Moreau nunca se cansa de hacer campaña, incluyendo la distribución de folletos con imágenes de ratas de aspecto adorable frente a la Torre Eiffel, y exhortando a los transeúntes a reconocer la utilidad de los roedores.
“Comen alrededor de 100 toneladas de residuos en París todos los días”, evitando así que el sistema de alcantarillado de la ciudad se obstruya, asegura.
El político reconoce no obstante la necesidad de controlar la población de roedores, ante las quejas de que hay demasiados en parques infantiles y en los espacios verdes de la capital.
Pero, en su opinión, existen métodos más suaves que el veneno tradicional, que considera cruel e ineficaz porque los roedores se vuelven inmunes a su toxicidad y a menudo aprenden a evitar el cebo desde el principio.
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Moreau aboga, en cambio, por evitar dejar residuos de alimentos en las calles, lo cual es un problema en París, especialmente alrededor de los locales de comida rápida.
“Si las ratas no encuentran comida, no se reproducen tanto”, subraya.
Pero su defensa de las ratas está lejos de lograr consensos en París.
¿Coexistir con ratas?
Geoffroy Boulard, el alcalde derechista de un elegante distrito del oeste de París, está considerado el principal enemigo de los roedores, desde que el diario Le Parisien publicara una foto suya sosteniendo cuatro ratas muertas por las colas.
Su postura le valió incluso una invitación a la primera edición de la Cumbre Nacional de Ratas Urbanas en Nueva York, el año pasado.
“Cualquiera que afirme que debemos coexistir con las ratas vive en un mundo de fantasía”, asegura.
Una relajación en la lucha “amenazaría la salud pública”, agrega Boulard, quien ha instalado trampas en su distrito para atraer a los roedores con comida antes de matarlas mediante un mecanismo controlado a distancia.
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Las trampas, que cuestan 800 euros (940 dólares) por unidad, matan alrededor de 800 ratas por año, una ínfima parte de la población total.
Pero el alcalde de distrito quiere creer en el éxito de su iniciativa, basándose en una disminución del número de señalamientos por parte de los ciudadanos en un sitio web dedicado a estos roedores.
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