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Bailar, cantar o jugar: las formas inesperadas de rejuvenecer el cerebro

Un grupo de científicos latinoamericanos descubrió que la creatividad puede ser más que una expresión artística: podría ser una herramienta biológica capaz de desacelerar el envejecimiento del cerebro.

Juan Diego Quiceno

13 de octubre de 2025 - 11:00 a. m.
Actividades creativas, como la danza, podrían tener un rol fundamental en "frenar" el envejecimiento del cerebro.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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“Detener” el envejecimiento ha sido (y sigue siendo) una promesa a la que la humanidad ha destinado inmensos recursos. No solo desde la ciencia cosmética, empeñada en hallar fórmulas químicas que frenen las arrugas del tiempo, sino también desde el arte, donde el deseo de “vencer” la vejez ha inspirado historias en el cine, la literatura y el teatro. El paso de los años tiene ciertamente un efecto indiscutible en el cuerpo, aunque quizá no de la forma “lineal” o “cronológica” que nos ha obsesionado tanto.

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La edad biológica, como la llama el argentino Agustín Ibáñez, ha sido una inquietud constante para él y para un grupo de científicos latinoamericanos, entre los que se encuentra Sandra Báez, profesora de la Universidad de los Andes y Senior Atlantic Fellow del Global Brain Health Institute. “En el fondo —dice Ibáñez— sabemos que se trata de un marcador de salud, que depende, fundamentalmente, de lo que hacemos y de lo que nos rodea en la vida”. Hablar de edad biológica no es hablar solo del paso del tiempo, sino de la forma en que lo habitamos: de cómo lo vivimos, qué hacemos con él y en qué contexto.

Por eso, Ibáñez, Báez y un grupo diverso de colegas han dedicado los últimos años a rastrear los factores que moldean nuestro envejecimiento. Ya han pasado por estas páginas para explicar por qué la calidad del aire, las desigualdades sociales y la “salud” de los indicadores democráticos de un país pueden, de hecho, acelerar el desgaste biológico del cuerpo. Han comprobado que nuestro cerebro, ese órgano que orquesta todo lo que somos, puede estar literalmente más viejo de lo que muestra la cédula. En promedio, y como resultado de esos factores externos y de calidad de vida, los cerebros latinoamericanos parecen funcionar como si tuvieran unos cinco años más que su edad cronológica.

“Pero una pregunta válida que uno podría hacerse es: ¿podemos movernos en la otra dirección? ¿Podemos desacelerar el envejecimiento?”, plantea Ibáñez.

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Esa fue, precisamente, la pregunta central de una reciente investigación publicada en Nature Communications, y destacada en Nature. Ya existía evidencia de que el ejercicio físico o un estilo de vida saludable pueden ofrecer cierta protección frente al paso del tiempo. Sin embargo, en este nuevo estudio (cuyo autor principal es Carlos Coronel Oliveros, también Senior Atlantic Fellow del Global Brain Health Institute) el grupo se propuso algo aún más provocador: explorar si la creatividad podría ser, en sí misma, una suerte de “fórmula” para desacelerar o incluso revertir el envejecimiento del cerebro.

Un envejecimiento prematuro del cerebro puede redundar en un mayor riesgo de enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer u otros tipos de demencia. /Mauricio Alvarado.
Foto: Mauricio Alvarado.

Vivir creativamente

¿Qué entienden los investigadores por creatividad? “Es la capacidad de pensar con flexibilidad, establecer conexiones entre ideas y encontrar soluciones nuevas a los problemas”, explica Báez. Podemos y estamos siendo creativos cuando imaginamos, evaluamos y decidimos casi al mismo tiempo. En este proceso, añade Báez, intervienen tres grandes redes cerebrales: “La red de conectividad por defecto, que se activa cuando imaginamos o pensamos en nosotros mismos; la red ejecutiva, que nos permite planificar, concentrarnos y tomar decisiones; y la red de saliencia, que funciona como un puente entre ambas y nos ayuda a decidir a qué idea debemos prestar atención”.

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No es descabellado pensar que tocar un instrumento o bailar tenga efectos en la salud mental: son actividades que, simplemente, nos hacen sentir bien. Pero demostrar que ese bienestar puede tener un impacto directo en la salud física o cerebral es algo mucho más complejo y poco explorado. “A quienes trabajamos en salud, especialmente desde un enfoque más biomédico, nos ha costado mucho entender el papel fundamental del sentirse bien, de focalizar la atención, de ser uno mismo con lo que se está haciendo de manera subjetiva”, reconoce Ibáñez. No parece que se haya prestado suficiente atención a cómo las emociones positivas, la motivación o incluso el placer mundano influyen en la manera en que el cerebro se adapta, aprende o incluso se protege del deterioro.

Y la ausencia de ese ángulo se ha visto reflejada en cómo hemos estudiado la creatividad. “En los estudios sobre creatividad y arte suele haber abundante literatura, pero la mayoría son investigaciones pequeñas, con pocos participantes o con mediciones poco objetivas. Además, suelen realizarse de forma aislada, sin integrar distintos tipos de experiencias creativas”, señala Coronel. Por eso, encontrar evidencia fue el gran reto de esta investigación. (Puede ver: ¿No le quedó clara la razón del Nobel de Medicina?)

Los científicos reunieron a más de 1.400 personas de distintos países para explorar si la creatividad puede proteger el cerebro del envejecimiento. Con una gran base de datos de más de mil controles sanos (es decir, datos de más de mil cerebros de personas sanas sin ninguna patología), el equipo entrenó un modelo de inteligencia artificial capaz de estimar la “edad cerebral” a partir de señales eléctricas y de imágenes del cerebro. Luego, aplicaron este modelo a grupos de bailarines de tango, músicos, artistas visuales y jugadores expertos de videojuegos, y los compararon con grupos sin experiencia, del mismo país y con la misma demografía.

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También incluyeron un experimento adicional de entrenamiento controlado, en el que personas sin experiencia aprendieron a jugar StarCraft II durante 30 horas para observar si el aprendizaje creativo podía modificar su cerebro en pocas semanas. StarCraft II es un videojuego que se desarrolla en un universo de ciencia ficción futurista donde tres especies —los humanos (Terran), los insectoides Zerg y los psiónicos Protoss— compiten por el dominio galáctico. Su dinámica se basa en la gestión simultánea de recursos, la construcción de bases, la toma de decisiones tácticas y el control coordinado de unidades en tiempo real, lo que exige un alto nivel de concentración, planificación y adaptabilidad.

Para medir los efectos de todas estas actividades, los investigadores analizaron, a partir de la actividad eléctrica cerebral, los cambios en la conectividad funcional (“la corriente que pasa por los cables” que comunican distintas regiones en el cerebro). Con esto calcularon el llamado brain age gap, es decir, la diferencia entre la edad real y la que aparenta tener el cerebro según sus patrones de funcionamiento. También usaron simulaciones computacionales para entender cómo cambia la comunicación entre áreas del cerebro con la edad. Los resultados sugieren que la creatividad no solo estimula la mente y nos hace sentirnos bien emocionalmente: también parece estar vinculada con un envejecimiento cerebral más lento y flexible.

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La “fórmula” para dejar de envejecer

El hallazgo central de la investigación puede resumirse en una sola línea: los cerebros de las personas con experiencia creativa sostenida fueron entre cinco y siete años “más jóvenes” que los de quienes no la tenían. Los investigadores definieron como expertos creativos a quienes practicaban de forma regular y prolongada actividades como la danza, la música, las artes visuales o los videojuegos. El efecto se observó en absolutamente todos los grupos: bailarines, músicos, artistas y gamers mostraron una edad cerebral menor. (Puede ver: El psiquiatra que ayuda a otros psiquiatras con su salud mental)

Pero detrás de esa conclusión, hay un par de elementos interesantes. En primer lugar, el experimento adicional de entrenamiento controlado, en el que un grupo de personas sin experiencia aprendió a jugar StarCraft II y sus cerebros fueron comparados con otro grupo que no aprendió, reveló que incluso con solo 30 horas de entrenamiento, los participantes mostraron un retraso promedio de 3 años en su edad cerebral.

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“Es decir, uno de los mensajes que queremos transmitir es que no necesitas ser un experto o un artista profesional para experimentar algún efecto positivo. Basta con exponerte o entrenarte en actividades creativas por un tiempo y de forma sostenida, aunque sea corto, para obtener beneficios”, explica Coronel. Esto invita, agrega el investigador, “a pensar en promover este tipo de prácticas, ya sean artísticas o cognitivas, como una forma de mejorar la salud cerebral, sin necesidad de dedicarse profesionalmente a ellas”. Por supuesto, mientras más constante sea la práctica, los beneficios son mucho mayores.

Lo segundo que resalta es lo que se encuentra detrás de estos beneficios en el cerebro. Los investigadores utilizaron un modelamiento biofísico semiempírico. Básicamente, los científicos pueden crear y usar modelos que representan la dinámica cerebral, es decir, cómo interactúan y se comunican entre sí las distintas áreas del cerebro, a partir de ecuaciones diferenciales. Sin embargo, en este caso, el equipo ajustó esos modelos con datos reales de personas. “¿Y para qué sirve hacer eso? Bueno, al alimentar el modelo con datos empíricos, puedes investigar qué mecanismos hacen que una persona tenga un envejecimiento más acelerado o más lento”, explica Ibáñez.

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Detrás del beneficio de la creatividad hay posiblemente dos grandes mecanismos. El primero tiene que ver con algo que los científicos conocen como el balance entre excitación e inhibición. En términos simples, el cerebro funciona como una orquesta en la que algunas neuronas deben activarse (excitarse) mientras otras se apagan (inhibirse) para mantener la armonía. Un desbalance en ese sistema es problemático. Coronel precisa, por ejemplo, que en los estados iniciales de la demencia hay una fase de sobreactividad, una especie de estado de estrés constante en el cerebro que se conoce como hiper-excitabilidad. Una de las cosas que hacen las experiencias artísticas es regular esta sobreactivación. Ayudan a disminuir la sobrecarga y mantienen la actividad cerebral en un punto más equilibrado.

El segundo mecanismo tiene que ver con la comunicación dentro del cerebro. Podemos imaginar que las regiones cerebrales se conectan mediante “cables”, que son los tractos de materia blanca. El estudio encontró que, en los individuos creativos, estos “cables” estaban mejor conservados y mostraban una mayor eficiencia en la transmisión de información.

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En otras palabras, su cerebro parecía mantener una red de comunicación más rápida y eficiente. Lo más interesante, agrega Coronel, es que precisamente esos “cables” o conexiones que se refuerzan a través de actividades creativas son los mismos que tienden a deteriorarse con el envejecimiento acelerado. Por eso, distintas actividades, aunque sean muy diferentes entre sí, como la música, la danza o los videojuegos estratégicos, comparten un efecto común: protegen las conexiones cerebrales que suelen debilitarse con la edad. (Puede ver: ¿Qué deberíamos comer para prevenir millones de muertes?)

Hay un paréntesis adicional que vale la pena mencionar: el de los videojuegos. Es importante porque organismos como la Organización Mundial de la Salud han advertido sobre los riesgos del uso excesivo, señalando que puede derivar en comportamientos adictivos o afectar la salud mental y física. “La introducción de los hallazgos respecto a los videojuegos requirió una gran discusión en el grupo de autores”, reconoce Ibáñez. Nadie quiere enviar un mensaje que pueda interpretarse como una invitación a jugar más videojuegos, pero tampoco se trata de descartar aquellas formas de creatividad que, si se quiere, resultan menos “eruditas” que la pintura, la danza o la música.

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Por eso, en este punto, los investigadores destacan dos mensajes importantes. El primero es que los beneficios asociados al envejecimiento cerebral no se observan con cualquier tipo de videojuego. El estudio se centró específicamente en StarCraft II, un videojuego de estrategia en tiempo real (RTS, por sus siglas en inglés) desarrollado por Blizzard Entertainment. Este juego ha sido ampliamente analizado en neurociencia cognitiva y psicología experimental por su capacidad para estimular la atención, la memoria de trabajo, la toma de decisiones bajo presión y la flexibilidad cognitiva. Gracias a estas características, se ha convertido en una herramienta valiosa para entender cómo ciertas experiencias interactivas y creativas pueden moldear la estructura y el funcionamiento del cerebro. (Vea: El dolor también tiene memoria: identifican las células que lo prolongan)

De hecho, cuando los investigadores analizaron los efectos de jugar otra cosa (un juego de cartas online llamado Hearthstone), no se encontraron efectos positivos en el cerebro.

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Lo segundo tiene que ver con la naturaleza misma de cualquier hábito: puede ser saludable o volverse patológico. En el caso de los videojuegos, el riesgo radica en su potencial para generar comportamientos adictivos. “La adicción no es dañina tanto por lo que haces, sino por lo que dejas de hacer. Si el juego empieza a sustituir la interacción social, las actividades que generan placer o el esfuerzo que normalmente acompaña al aprendizaje, entonces sí hay un problema. En ese caso, el videojuego ya no desacelera el envejecimiento cerebral, sino que lo empobrece”, precisa Ibáñez. Como en cualquier actividad, el equilibrio es clave: la diferencia entre un estímulo cognitivo y una dependencia está en la capacidad de integrar la actividad como parte de una vida diversa, social y activa.

Llegados a este punto, surge una pregunta inevitable: ¿qué hacer con todo esto? ¿Cómo integrar la creatividad a un sistema de salud o de bienestar? “Esta es una forma relativamente accesible de mantener a la gente más activa y con mejor salud cerebral, pero no se trata de buscar una receta, sino de que las personas puedan elegir la experiencia creativa que más se ajuste a sus gustos, necesidades y disponibilidad del tiempo. Porque al final se trata de incrementar el bienestar subjetivo, y eso implica que la persona lo disfrute”, dice Báez. No se trata de recetar actividades, sino de dar espacio a lo que nos inspira. (Puede ver: “Solo atendemos personas vivas”: Sura responde a acusaciones)

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Justamente ahí es donde este trabajo puede adquirir un valor especial. Muestra algo que en inglés se conoce como biological embedding: la huella biológica que dejan en el cuerpo, y en particular en el cerebro, los estados mentales vinculados a la creatividad. Aquello que pensamos, sentimos y creamos no solo tiene un impacto simbólico o emocional, sino también físico y medible. Y eso, creen los investigadores, abre la puerta a pensar en la creatividad como una herramienta terapéutica con un potencial enorme para la salud.

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