Cuando Diego Silva Herrán, ingeniero químico de la Universidad Nacional con maestría y doctorado en Ingeniería de la Universidad de Tohoku (Japón), empezó a estudiar las energías renovables, hace unos 15 años, poco se relacionaba con el cambio climático y la transición energética de la que tanto escuchamos hablar ahora.
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La problemática, recuerda este científico colombiano que va a cumplir dos décadas viviendo y trabajando en Japón, estaba más asociada al acceso a la energía, sobre todo en países en desarrollo, como Colombia.
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Sin embargo, muchas cosas han cambiado en los últimos 15 años, dice Silva, investigador senior del Instituto Nacional de Estudios Ambientales de Japón (NIES, por su sigla en inglés). Una de las más importantes tiene que ver con que ahora, cuando se habla de energías renovables (la solar o eólica, por mencionar un par de ejemplos), se hace principalmente en el contexto del cambio climático.
El sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los científicos que más saben sobre este fenómeno, publicado en 2022 fue muy claro: el sector energético es el primer llamado a cambiar. Se debe lograr la “reducción en el uso general de combustibles fósiles, ampliar el despliegue de energía de baja emisiones, migrar a portadores de energía alternativa y lograr la eficiencia y conservación de la energía”, apuntaba el informe en ese momento. Una de las principales estrategias es abandonar los combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón, y reemplazarlas por la eólica, la solar o la biomasa.
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El segundo cambio grande, destaca Silva, uno de los siete colombianos seleccionados para elaborar el séptimo informe del IPCC, que será publicado en 2029, es el rápido avance que han tenido las energías renovables a lo largo del planeta. Fue gracias a los estudios globales que ha desarrollado el ingeniero colombiano que terminó siendo elegido para integrar el Grupo de Trabajo III del panel, donde recopilará los trabajos más recientes que se han realizado sobre sistemas energéticos.
Desde Japón, atendió a El Espectador en esta entrevista en la que cuenta más detalles sobre la transición energética y los retos que tiene por delante en un complejo contexto de aumento de temperaturas globales.
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¿En qué momento el japonés dejó de ser la clase de la universidad para descansar de la ingeniería y se convirtió en una alternativa para salir a estudiar?
Eso fue en primer o segundo año estudiando el idioma. La persona que nos enseñaba, un voluntario de la agencia de cooperación internacional de Japón, nos introdujo un programa de becas, que todavía existe, y que ofrece el gobierno de Japón. Después de conocer sobre estas becas, me pareció una opción muy llamativa poder tener la oportunidad de estudiar en el exterior y en un lugar tan privilegiado. En ese momento se tenía con mucha estima la idea de que en Japón la ciencia y la tecnología son muy avanzadas.
En la maestría se aleja un poco de la ingeniería química, ¿por qué?
Pensándolo bien, ad portas de graduarme (del pregrado), me involucré mucho haciendo experimentación con reactivos químicos. En mi caso yo trabajé con bioquímica, con procesos biológicos. De alguna manera pensé que esa parte de las ciencias aplicadas que no llega a contribuir a la sociedad ni al ambiente queda como un vacío muy grande. De fondo, también me estaba llamando mucho la atención hacia el final de la carrera todos los temas ambientales.
También estaba muy interesado en el tema de cómo hacer que la tecnología, que ya estaba tan avanzada, contribuyera a una sociedad en desarrollo, ¿cómo hacer para acelerar ese proceso para que, por un lado, llegue la tecnología y, por otro lado, contribuya a proteger el ambiente y aporte a la sociedad?
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Entonces quería alejarme un poquito de la parte experimental y estar más cerca de la parte de la contribución al ambiente por medio de la tecnología. Fue por eso que encontré este curso que era en gestión de ciencia y tecnología.
¿Fue desde ahí que empezó a investigar sobre las energías renovables?
Yo empecé enfocándome en las energías renovables, aunque la motivación de la investigación en ese punto no era solo el cambio climático, sino la problemática del acceso a la energía, que es un problema en países en desarrollo, pero está ligado al cambio climático en la medida en que todas las energías renovables contribuyen a reemplazar los combustibles fósiles que son los mayores contribuyentes de gases de efecto invernadero.
Más adelante, después de que me gradué de la maestría, empecé a trabajar en varios institutos, profundicé en el tema de la contribución de la energía renovable en las políticas de mitigación de cambio climático. Parte de ese trabajo incluyó, por ejemplo, evaluar sistemas energéticos renovables en regiones como Colombia o en Malasia, que fueron enfocados en una escala regional. Después tuve la oportunidad de trabajar con gente que evaluaba el tema a escala global y veíamos cómo relacionamos eso con cierta cantidad de emisiones que queremos reducir.
Actualmente, yo todavía estoy trabajando en ese tema de evaluar los recursos renovables de energía solar y energía eólica. A la vez, eso también es un trabajo paralelo de usar modelos matemáticos que evalúan a escala global la efectividad de estas políticas de reducción de gases de efecto invernadero.
Justamente, ¿cómo ha sido ese tránsito de los combustibles fósiles a las energías renovables?
Ha sido un proceso muy interesante, porque cuando yo empecé a hacer este tipo de análisis, hace casi 15 años. Los supuestos básicos eran que las energías renovables sí contribuían a reemplazar los combustibles fósiles y que ayudaban a incrementar la independencia energética de los países, pero que eran una alternativa muy costosa y con muchas limitantes técnicas.
Pero se notaba que el proceso de la transición energética era demorado, largo y que iba a empezar a darse en 10 o 20 años, según las proyecciones a futuro, lo que nosotros llamamos escenarios.
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Sin embargo, lo que pasó en los siguientes cinco años fue una reducción impresionante en los costos, sobre todo de la energía solar, aunque la energía eólica también, y fue algo que estaba por fuera de los supuestos o de las proyecciones. Entonces, la limitación del costo con respecto a la energía solar y la energía eólica básicamente casi que desapareció.
Ahora la limitación que existe es básicamente técnica: ¿qué tanto puedes integrar estas dos energías dentro de un sistema eléctrico que funciona básicamente con opciones que producen electricidad de manera continua? Porque la energía solar y la eólica producen energía de modo variable: la solar durante la noche o si hay nubes baja la producción y lo mismo sucede con la eólica, son demasiado variables. Esto ya introduce otro tipo de preguntas de cómo estas energías van a contribuir a la transición energética.
Hará parte del Grupo de Trabajo III del informe de IPCC como autor líder. ¿En qué consiste este rol?
Cada informe de trabajo ya tiene una lista de contenidos definida con capítulos y títulos. Yo voy a estar contribuyendo a un capítulo que se llama sistemas energéticos. La idea es que, dentro de ese tema de sistemas energéticos, yo esté contribuyendo a revisar la literatura más actual e intentando resumir esos trabajos.
Frente a la transición energética, el IPCC, en informes anteriores, ha dejado claro cuál debe ser el camino para evitar que la temperatura aumente por encima de los 1.5 °C. Sin embargo, las decisiones políticas y económicas nos llevan por otro camino. ¿Qué hacer para que los políticos tengan en cuenta los hallazgos del panel?
En el tema de la mitigación, la ciencia es clara: toda transición requiere cambios. Pero esos cambios son muy difíciles, así la ciencia diga que debe ser un cambio de 180º, sabemos que en realidad la sociedad, la economía y la política difícilmente van a asimilar o aceptar esos cambios.
Sabemos que hay una inercia que traen los sistemas socioeconómicos y políticos y que es una barrera muy difícil de superar, pero hay que ser conscientes y tiene que ser reconocida, así como hay que entenderla. Parte de la ciencia que todavía está en proceso de formación debe entender cómo evoluciona esa inercia: ¿cuáles son los elementos que promueven o dificultan la transición energética en las sociedades?
Porque esta transición la podemos lograr de muchas formas, pero puede que haya efectos adversos o secundarios que sean inapropiados o inaceptables. Esto no solo con el tema económico, sino también con el ambiental, porque sabemos que bastantes elementos de la transición energética pueden estar en conflicto con la biodiversidad, la conservación de los recursos naturales y con la reducción de la contaminación.
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A la vez, sabemos que el tema no es solamente ambiental, sino también social. Ya se está hablando de la transición justa: que esta transición energética no solo se debe dar de una manera rápida y eficiente, sino que a la vez traiga la mayor cantidad de beneficios para la gente que más lo necesita.
Entonces, la pregunta es: ¿cómo hacer que esa transición energética a la vez esté alineada con objetivos de protección del ambiente y de la sostenibilidad ambiental y social que produzca frutos para el desarrollo humano?
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