Si la pirotecnia fuera un invento actual, seguro la regulación y la mayoría de las familias coincidirían en que es peligrosa y que, bajo ninguna situación, sería buena idea regalarle fuegos pirotécnicos a un niño de 10 años; permitir que los manipule un adulto inexperto, o en estado de ebriedad. Esto, para citar algunas de las prácticas que acompañan el uso histórico, generalizado y normalizado de la pólvora en el país.
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Una luz de bengala, por ejemplo, inofensiva en apariencia, como la vendió la publicidad a nuestro entorno familiar durante décadas, arde, en promedio, a 650 °C y puede alcanzar los 2.000°C, suficientes para derretir metales como el aluminio o para fundir oro. Aun así, para algunos parece ser buena idea usar este tipo de artefactos e, incluso, inculcar su uso como práctica sociocultural: si hay celebración, hay pólvora.
Año tras año, la misma historia
El último balance de la Secretaría de Salud de Bogotá indica que, al 15 de diciembre se contabilizaban 48 personas lesionadas por el uso de pólvora. De estos, 12 fueron menores de edad y 36, adultos. Según el reporte, 14 de los casos ocurrieron mientras las personas consumían bebidas alcohólicas.
Las lesiones se concentran principalmente en las manos (29 registros) y en el rostro (14). El uso de fuegos pirotécnicos sigue siendo el denominador común. Suba, Engativá, Bosa, Usme y San Cristóbal encabezan la lista de localidades con mayor número de afectados en esta temporada, una geografía que se repite año tras año.
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Más que un gusto peligroso
Detrás de estas cifras hay algo más que imprudencia individual y una manera de celebrar. Para el sociólogo Rosembert Ariza, profesor de la Universidad Nacional, el arraigo de la pólvora en Colombia tiene una explicación histórica profunda. Su uso se consolidó desde la Colonia, asociado a dos grandes escenarios de poder: el militar y el religioso.
Las fiestas católicas y los honores castrenses se celebraban con pólvora. Esa asociación entre ruido, fuego y celebración terminó por incrustarse en la cultura popular. Teniendo en cuenta que de los 18 festivos que se celebran en el país, 12 son por motivos religiosos, y otros tantos por temas militares o relacionados con gestas patrias, la lectura de Ariza coincide incluso con la actualidad.
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“Acá celebramos todo: las fiestas católicas, las fiestas patrias, las fiestas de pueblo, los carnavales, los partidos de fútbol, la euforia de los conciertos, las victorias o campañas políticas... y es probable que en cada uno de esos escenarios alguien haya prendido un volador o explotado una mecha. Y en esos casos, cuando el uso de un elemento pirotécnico está ligado a algo tan pasional, su uso, precisamente, no tiene un uso racional. Simplemente hace parte de. Y para agravar el panorama, en muchas ocasiones, y por el mismo motivo, viene acompañado del alcohol”, advierte el profesor sobre la mezcla de esos dos emblemas nacionales.
Así, con los años y el paso de la Colonia a la República, la pólvora dejó de ser un recurso exclusivo de ejércitos y élites religiosas y se desplazó al ámbito comunitario, especialmente a las festividades decembrinas, donde se volvió un símbolo de alegría, identidad barrial y celebración colectiva.
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Norma vs. realidad
Esa herencia cultural explica, en parte, por qué la pólvora sigue siendo vista como una expresión legítima de festejo, incluso en contextos donde su uso está formalmente restringido. Ariza plantea que en Colombia existe una zona ambigua entre lo permitido y lo prohibido: prácticas que la ley sanciona, pero que socialmente no generan reproche.
“La pólvora encarna esa dicotomía socio jurídica. Aunque su uso está regulado (y solo recientemente prohibido de manera explícita por ley), persiste la idea de que los adultos “saben manejarla” y de que el problema es exclusivamente infantil. Esa tolerancia social, sumada a una relación histórica con la ilegalidad cotidiana, debilita cualquier intento de erradicación, basado solo en normas o sanciones”, explica.
Desde el sector salud insisten en que la manipulación de pólvora está asociada a quemaduras graves, amputaciones, intoxicaciones y daños auditivos, riesgos que se agravan en niños, niñas y adolescentes. A ello se suman afectaciones emocionales y el impacto sobre animales domésticos y fauna silvestre, una sensibilidad que apenas en los últimos años ha empezado a ganar espacio en la discusión pública.
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Cielos en calma: regulación ambiental
El debate se da en paralelo con el avance del proyecto de ley Cielos en Calma, iniciativa que busca endurecer la regulación del uso de pólvora con énfasis en la protección de los animales y de poblaciones vulnerables. La propuesta, que ya superó su primer debate en el Congreso, plantea prohibir el uso de recursos públicos para la compra de pirotecnia; limitar los niveles de ruido permitidos, y establecer horarios y perímetros controlados para los espectáculos.
Veterinarios y expertos han advertido que los altos decibeles generan estrés extremo, desorientación y, en casos graves, la muerte de animales domésticos y silvestres, además de afectar a personas con alta sensibilidad sensorial. Aunque el proyecto no plantea eliminar las celebraciones, sí propone una transformación en la forma de regularlas para reducir riesgos sin desconocer el impacto económico del sector.
Desde la Federación Nacional de Pirotécnicos (Fenalpi), reconocen la necesidad de avanzar hacia una pirotecnia menos estridente y más controlada, pero cuestiona que el proyecto plantee umbrales acústicos —cercanos a los 80 decibeles— que, en la práctica, harían inviable cualquier espectáculo pirotécnico.
Carlos Carvajal, presidente de la federación, advierte que la iniciativa corre el riesgo de asfixiar a la industria formal sin resolver el problema de fondo: la circulación masiva de pólvora ilegal y altamente detonante, responsable de la mayoría de las lesiones. En ese escenario, sostiene, una prohibición estricta podría empujar aún más la actividad hacia la clandestinidad, un fenómeno que ya se ha traducido en mayores riesgos para la población.
El proyecto también abre un debate sobre el modelo de transición. Mientras el discurso legislativo insiste en sustituir la pólvora por tecnologías como los drones, el gremio señala que estos espectáculos son costosos; técnicamente complejos, y accesibles solo para grandes ciudades o municipios con altos presupuestos.
Para Fenalpi, el dilema no es pólvora o drones, sino cómo regular con criterios técnicos, ambientales y sociales una actividad que sigue teniendo arraigo cultural y un peso económico significativo en muchas regiones del país. El choque entre Cielos en calma y el sector pirotécnico, más que un desacuerdo técnico, expone una discusión de fondo sobre prohibición, regulación y cambio cultural en un país donde la pólvora sigue marcando la manera de celebrar.
Desde el sector pirotécnico advierten que el 30 % de las personas lesionadas en el país estaban bajo los efectos del alcohol y que cerca del 40 % de los casos involucran a menores de edad, cifras que, aseguran, reflejan una falla en el cuidado familiar. A su juicio, una mayor corresponsabilidad en los hogares permitiría reducir de forma significativa los accidentes.
El gremio también pide fortalecer la inspección, vigilancia y control (IVC), no como una medida punitiva contra empresas formales para mostrar resultados, sino como una acción permanente durante todo el año. Esto implicaría retirar del mercado productos sin información clara, de origen desconocido o con cargas explosivas superiores a las permitidas, y enfocar los esfuerzos en combatir la fabricación ilegal y clandestina de pólvora.
Una transición lenta
Para Ariza, el cambio no será inmediato ni exclusivamente legal. Se trata de una transformación cultural que tomará décadas y que solo será posible si se articula una estrategia sostenida de educación, trabajo comunitario, responsabilidad mediática y políticas públicas, que apunten más a la prevención que al castigo. “Estamos produciendo cambios sociales y yo creo que muy seguramente en 20 o 30 años esa práctica va a desaparecer. Desaparece cuando esos temas se institucionalizan”, explica
Mientras tanto, las cifras vuelven cada diciembre, recordando que la pólvora, heredera de rituales coloniales y celebraciones bélicas, sigue cobrando víctimas en pleno siglo XXI si una regulación ni una educación al respecto que responda a las necesidades de nuestra época.
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