Desde hace un par de semanas, durante las reuniones estratégicas que se realizan con cierta periodicidad en la Casa de Nariño, se viene analizando de qué forma se pueden sacudir los canales de diálogo con Estados Unidos que –pese a la dura tensión binacional– siguen abiertos. Y si bien la interlocución no se da a los niveles esperados, aún hay puentes con los que una relación de más de 200 años se mantiene en pie.
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En una de esas citas fue en la que se esbozó la necesidad de buscar alternativas que permitan llegar a la cúpula de la Casa Blanca, que sobrepasen las redes sociales y que de alguna manera permitan devolverle al país la relevancia que tenía con la llamada potencia del norte.
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El Espectador estableció que de ahí salió una instrucción clara para explorar en Washington con firmas dedicadas al cabildeo a muy alto nivel, que por supuesto no trabajan gratis, formas de sellar un acuerdo contractual que le permita a Bogotá romper el muro de la distancia ideológica entre los presidentes Gustavo Petro y Donald Trump y así llegarle con mensajes directos a la Oficina Oval.
Las consultas ya se están haciendo y se espera que haya alguna directriz clara en esa línea antes de finalizar el año, lo que podría incluir la viabilidad de un diálogo directo entre mandatarios, así sea telefónico, algo que hasta ahora no se ha dado. Colombia lo ha pedido, pero Estados Unidos no ha dado respuesta.
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Incluso, en medio de la tensión que hay en la región por los 22 bombardeos que han derivado en al menos 86 ejecuciones extrajudiciales en aguas del Pacífico y del Caribe por orden directa de la administración del magnate republicano –bajo la premisa de una lucha frontal contra los carteles narcotraficantes–, ya se dio una charla voz a voz entre Trump y Nicolás Maduro, líder de la dictadura venezolana por la que se revivió toda esta controversia. Pero con el mandatario colombiano no se ha dado diálogo ni siquiera a nivel de cancilleres.
El relato palaciego es que de ahí surge el grueso de las diferencias, como el hecho de que la Casa Blanca considere al primer gobierno de izquierda pura en Colombia como una administración con presunta connivencia con el narcotráfico a través de la estancada política de paz total, algo que dejó al jefe de Estado y a su canciller, Rosa Villavicencio, sin visa; y a la primera dama, Verónica Alcocer, al primogénito del mandatario, Nicolás Petro, al ministro del Interior, Armando Benedetti, y al propio presidente en la lista Clinton con todas las consecuencias que algo así conlleva.
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Además, el hecho de que Trump haya dicho esta semana que las operaciones terrestres contra carteles podrían incluir territorio colombiano –lo que de inmediato fue leído por la Casa de Nariño como una amenaza real a la soberanía nacional–, le puso un nuevo ingrediente de celeridad a la búsqueda de ese diálogo al más alto nivel que aún no se consigue.
En lo interno, incluso ante Fuerzas Militares y de Policía, el presidente dio alcance a esa declaración para reforzar el discurso en torno a la necesidad de defender las fronteras y rechazar la interferencia de potencias extranjeras; algo que, incluso, se impulsa en plena campaña por reelegir a la izquierda en 2026.
“La orden del comandante Supremo de las Fuerzas Militares de Colombia, heredero de José María Melo, último general del Ejército Libertador, y de Bolívar, su primer comandante, es clara: aquí defendemos la soberanía con nuestra vida. Colombia no se deja amenazar, y quien pase de la amenaza a la acción solo despertará el jaguar americano que duerme en el corazón del pueblo”, dijo Petro en una de esas citas castrenses. Eso sí, a renglón seguido matizó: “Como seres humanos se dialoga, no bajo amenaza”. Claro que la conversación binacional es algo en lo que los dos países insisten pese a la escalada constante del tono.
Pero en lo externo, incluso en territorio estadounidense, la realidad diplomática lleva a que se busque cómo escalar en el nivel de los interlocutores. Eso lo ha venido haciendo el embajador en Washington, Daniel García-Peña, pero el propio presidente Petro les dijo a él y a la canciller Villavicencio que no han llegado a donde y con quien es; de ahí que ahora las empresas de lobby gringas sean una opción concreta para abordar.
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No obstante, de acuerdo con fuentes de muy alto nivel dentro del Ejecutivo, esto tiene detrás episodios de “fuego amigo” que han sacudido a otras esferas, como la tormenta que derivó en una renuncia que solo duró vigente 48 horas de la directora del Departamento Administrativo de la Presidencia (Dapre), Angie Rodríguez.
El silencio de Villavicencio en medio de la tensión con Washington –que se enrarece más con la negativa de Petro de rechazar de forma directa el accionar ilegal de la dictadura de Maduro–, el cual solo se rompió el viernes con un videocomunicado reiterando la defensa de la soberanía, llevó a que públicamente el ministro Benedetti reconociera que esa figura en la cartera de Exteriores está desdibujada.
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Y en sedes diplomáticas de Colombia en el exterior leen ese tipo de referencias como un posible interés de hacer ajustes en la jefatura de la política exterior. De hecho, otras voces plantearon interés en hacer relevos en embajadas, pero la viabilidad de que Washington dé un beneplácito a alguien proveniente de la entraña del petrismo es casi nula.
Todo esto también es atravesado por el hecho de que Estados Unidos no tiene embajador titular en Colombia y en el mediano plazo no está previsto dar ese paso. John McNamara es encargado de negocios y está al frente de la sede diplomática en Bogotá; precisamente por no ser la cabeza formal es que el presidente Petro dijo que los diálogos que tiene en territorio nacional supuestamente son sesgados y que los mensajes que luego lleva a su país no son correctos. Es más, afirmó que no tiene canal directo con Marco Rubio, secretario de Estado de la administración Trump.
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Más allá de las conjeturas, lo cierto es que Rubio no ha hablado con Petro, como sí lo ha hecho con otros mandatarios latinoamericanos, incluidos varios de izquierda –algo que también ha hecho Trump–, ni tampoco lo ha hecho con Villavicencio. Todo se traduce en que el diálogo está a un nivel medio y que para el actual Estados Unidos la administración colombiana no es prioritaria, pero eso puede dar un giro con las elecciones de 2026 y sobre la cuales hay expectativa binacional; incluso, eso explica por qué las sanciones son sobre el presidente y no sobre el país.
Otro factor que igualmente se abordó en esas reuniones de análisis es cómo darle manejo a la cercanía ideológica con Maduro y al mismo tiempo esquivar el apoyo tácito que se le ha dado con acciones que van desde no reconocer la existencia del Cartel de los Soles que se enquistó en el Palacio de Miraflores hasta las críticas al nobel de paz que se le otorgó a María Corina Machado.
El costo ha sido alto en lo político, pero aún no pesa sobre todo el país como se vio con la caída de varios aranceles; sin embargo, se ha comenzado a tomar distancia viendo que ni las potencias “enemigas” de Estados Unidos –Rusia y China entre ellas– han defendido esa dictadura, y que la izquierda regional la rechaza con vehemencia, lo cual deja a Bogotá en una suerte de aislamiento. Esta semana hubo un guiño cuando se autorizó la extradición a Chile de Luis Alfredo Carrillo Ortiz, alias Gocho –miembro del Tren acusado de matar disidentes chavistas en el exterior–, pese a que Venezuela también exigió su envío.
Y aunque las prioridades externas de la Casa Blanca son otras, y Trump apuesta por la salida de Maduro antes que por interferir en cualquier escenario en Colombia, lo cual se nota hasta en los giros discursivos de Rubio en referencia –entre otros– a asuntos como la migración regional, el presidente Petro sí quiere sacarle algún rédito a esta tensión. Eso explica por qué el mandatario usa sus redes, eventos oficiales y a los medios públicos para reforzar sus dardos a la Oficina Oval, lo cual se verá con más fuerza en este fin de año.
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En todo caso, como lo contó este diario en su edición del pasado martes, la política exterior seguirá haciendo parte clave del debate electoral. Por un lado, no han sido pocas las reuniones que el mismo McNamara ha tenido con precandidatos para analizar las vías que tomaría el país el próximo 31 de mayo, fecha de la primera vuelta presidencial. Y, por el otro, Petro potencia su relato de campaña bajo el paraguas de la soberanía. La tensión –en todo caso– puede escalar, pero ambas partes han reconocido en público y privado que una ruptura definitiva está descartada.
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