“Es una derrota”. En esas 12 letras se resume para Colombia y su democracia lo que significa que luego de 30 años el país volviera a ser testigo del magnicidio de un político en plena campaña; en un acto proselitista. Y eso, precisamente, quedó confirmado después de los 65 días que pasaron entre el día del atentado en el occidente de Bogotá y este 11 de agosto, cuando se hizo público el fallecimiento del precandidato y senador Migue Uribe Turbay.
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Las tres palabras son del presidente Gustavo Petro. La tragedia es de toda Colombia. El ataque sicarial lo perpetró el pasado 7 de junio un joven de 15 años, quien disparó ocho balas nueve milímetros con una pistola Glock –tres de las cuales impactaron en la cabeza del congresista– y dejó así, más allá de la estela de sangre que su acción revivió, un impacto profundo que tuvo este lunes un primer desenlace.
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Y es uno de tantos, tal vez el más trágico, por la pérdida de la vida de quien a sus 39 años buscaba el guiño del Centro Democrático, su partido –liderado por el ahora condenado expresidente Álvaro Uribe Vélez–, para enarbolar la posta presidencial de una colectividad que se consolidó como la principal fuerza de oposición a la actual administración de la Casa de Nariño.
“Cada vez que cae un colombiano asesinado, es una derrota de Colombia y de la Vida. Por eso, lo que queda es el duelo y seguir adelante”, precisó el jefe de Estado. “El mal todo lo destruye, mataron la esperanza. Que la lucha de Miguel sea luz que ilumine el camino correcto de Colombia”, advirtió el exmandatario. “A pesar de todos los esfuerzos, es un triste desenlace”, informó la Fundación Santa Fe, que lo atendió durante estos 2 meses y 4 días. “Romper una familia es el acto de violencia más horrible que se pueda cometer jamás”, señaló María Claudia Tarazona, su viuda.
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Son cuatro visiones sobre la pérdida del ser humano, pero también de un político que navegó por 14 años continuos en esas aguas y que ahora, con su muerte, genera un impacto sobre el año electoral en el que está el país con una altísima dosis de polarización. De hecho, es precisamente la escalada del lenguaje público, que aún no cede, la que en parte puede estar en la génesis de este episodio de muerte.
El crimen en su contra se perpetró en Bogotá, pasadas las 5:30 de la tarde, a plena luz del día; el arma llegó en 2022 a territorio nacional de forma ilegal desde Arizona, Estados Unidos, y si bien aún no es claro cómo terminó en manos de la organización criminal que organizó y ejecutó este magnicidio utilizando a un menor de edad, sí dejó sobre la mesa la discusión en clave electoral sobre cómo está la seguridad del país; qué tan frágil es. Además, para sumarle a esta ecuación, hay indicios de que en todo podrían estar involucradas las disidencias farianas autobautizadas como Segunda Marquetalia.
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Toda la izquierda, desde el presidente Petro hasta quienes buscan su guiño para sucederlo en el solio de Simón Bolívar, piden no politizar el magnicidio. La derecha, incluyendo al Cetro Democrático y a quienes se identifican con este espectro electoral más allá de esa colectividad, exigen garantías de la primera administración progresista que tiene el poder para que la contienda en urnas en 2026 sea por los votos y se dé en urnas, no otro tipo de escenarios. El kilometraje que le comenzarán a sacar a través de sus bases, de lado y lado, ya quedó en evidencia desde este mismo 11 de agosto.
Eso explica por qué monseñor Héctor Fabio Henao, delegado para las relaciones Iglesia Católica y Estado colombiano, pidió –a través de El Espectador– excluir de la política la violencia, porque necesitamos que se haga una política en la cual prime el debate de las ideas y la capacidad de establecer proyectos de nación en los cuales todos podamos vivir de manera digna”.
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Todo eso, incluyendo los impactos sobre el orden público en momentos en que el presidente Petro comenzó el epílogo de su mandato y busca la reelección del proyecto que encarna en los comicios del próximo año –y la oposición quiere en esa misma cita electoral recupera el poder–, fue parte de lo analizado durante una reunión que en la noche de este lunes se realizó en la Casa de Nariño entre el mandatario y varios integrantes de su gabinete y de la cúpula milirar y de Policía.
De hecho, mientras este martes sigue en el Congreso la cámara ardiente para honrar a Uribe Turbay, el presidente Petro tiene previsto liderar una ceremonia de asensos de oficiales de la Policía; y los precandidatos, de todas las orillas, pusieron a media marcha sus campañas. El país entro en una especie pausa política, que en todo caso puede durar poco y que seguro será parte del relato de quienes quieren asumir las riendas de un país en el que desde el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado (1995) no atestiguaba un magnicidio.
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Pero, en medio de todo esto, ¿cómo fue que se construyó el camino de un hombre que el pasado 28 de enero cumplía a penas 39 años? Su origen está en el seno de una familia ligada fuertemente a la actividad política y que también ha sido tocada varias veces por la tragedia, por la muerte.
De hecho, cuando Uribe Turbay tenía solo 5 años falleció su madre, la periodista Diana Turbay, quien perdió la vida durante una operación de rescate –a la que su familia siempre se opuso por el riesgo que generaba para su integridad–, la cual se realizó el 25 de enero de 1991 tras varias semanas de estar secuestrada por orden del extinto narcotraficante Pablo Escobar.
Ese episodio fue parte de la base con la que el senador y precandidato asesinado se lanzó al ruedo buscando el guiño del Centro Democrático para llegar a la Casa de Nariño el pasado 20 de octubre en Copacabana, Antioquia, muy cerca del lugar en el que 33 años atrás perdió la vida la comunicadora. El impacto que en su familia desató la violencia estuvo siempre presente en sus intervenciones públicas.
No solo cuando lanzó su campaña dijo que buscaba recuperar el orden y evitar escenas como la que golpeó a sus allegados en esa región antioqueña, sino que en su última intervención en vida en el occidente de Bogotá llegó a mencionar una salida que desde su óptica podía ser implementada si eventualmente llegaba a la Casa de Nariño. Un escenario que precisamente frustraron las municiones de unas estructuras criminales que aún no permiten que se llegue hasta sus autores intelectuales.
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“Yo sí creo que el colombiano de bien que considere la necesidad de tener su arma, lo puede hacer. Es decir, el porte de armas tiene que volver”, aseguró. Y apuntó: “¿Pero ahora quiénes son los que tienen las armas? Los bandidos y esos no tienen permiso”. Alrededor de unos tres minutos después de decir esas palabras en una de las múltiples zonas residenciales que tiene la capital su cuerpo terminó alojando los tres proyectiles nueve milímetros de la Glock que no se sabe cómo llegó a las manos del gatillero capturado.
Sobre este mismo hilo es que se desarrolló el discurso con el que se convirtió en el senador más votado de 2022, elecciones en las que encabezó la lista del partido que dirige Uribe Vélez y que lo dejó con 223.167 votos. Su primera aspiración al Capitolio lo ubicó con un caudal electoral nada despreciable.
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Eso hizo que el nieto de Julio César Turbay, un jefe del Partido Liberal que fue presidente entre 1978 y 1982 –y además padre de la periodista Diana Turbay–, se ganara algunas fricciones dentro del partido uribista y, al mismo tiempo, lo catapultara como una de las figuras de mayor proyección de esta colectividad de derecha y centroderecha.
Y no solo por los votos, sino que en cuestión de marketing político el apellido Uribe le dio una preponderancia sobre otros militantes que venían haciendo fila para heredar el guiño del jefe máximo del Centro Democrático. Eso explica por qué antes del acto sicarial había una confrontación silenciosa entre este legislador y las precandidatas y senadoras Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, Paola Holguín y Andrés Guerra.
Sus dardos estaban enfilados a que no tenía trayectoria en la colectividad para haber encabezado la lista y ahora estar buscando el aval para las presidenciales, pero al mismo tiempo lo señalaban de tener un gasto supuestamente desmedido en redes para promover su campaña.
No obstante, el expresidente Uribe se mantuvo al margen de esta polémica interna y, tras algunas reuniones a puerta cerrada con sus cinco precandidatos, dejó avanzar los actos proselitistas. Además, hace pocas semanas y antes de que se confirmara la sentencia a 12 años de prisión domiciliaria contra el exmandatario, se realizó una cita privada en Llanogrande (Antioquia), en la que se definió –entre otras cosas– que el factor Miguel Uribe Turbay debería tenerse en cuenta desde lo humano y lo político; eso, en todo caso, terminó impactado por la noticia de su fallecimiento a la 1:56 a.m. de este 11 de agosto.
En todo caso, la confianza y cercanía con esta colectividad se comenzó a cocinar desde que estuvo en el Conejo de Bogotá, al cual llegó en 2012 con 25 años y el aval del Partido Liberal. Desde allí le hizo una dura oposición al entonces alcalde Gustavo Petro.
Eso lo proyectó como una figura política de alcance nacional y con toda la posibilidad de subir al Congreso, lo que finalmente hizo tras un paso posterior por la Alcaldía de Enrique Peñalosa en Bogotá.
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En efecto, cuando el ahora exalcalde llegó al Palacio de Liévano, precisamente tras la culminación del periodo de Petro, llamó a Uribe Turbay para que fuera su secretario de Gobierno, cargo en el que estuvo ya sin la chapa liberal y en el cual enfrentó algunas polémicas; una de ellas fue en torno al caso de Rosa Elvira Cely y la forma en que se abordó su desarrollo desde la administración distrital.
Por esos mismos años, en 2016, fue que el fallecido legislador se casó con la abogada María Claudia Tarazona, quien ya tenía tres hijas: María, Emilia e Isabel. A las hermanas se le unió después Alejandro Uribe Tarazona, el único hijo del senador.
Sobre el 2019, ya con una proyección política y con el coqueteo del uribismo, fue que Miguel Uribe Turbay –quien terminó su bachillerato en el colegio Los Nogales y luego estudió Derecho en la Universidad de los Andes (donde también cursó una maestría en Políticas Públicas)–, decidió buscar la Alcaldía de Bogotá como sucesor de Peñalosa.
Sin embargo, los 426.982 votos que logró en ese momento lo dejaron en el cuarto lugar de la contienda (quien ganó fue Claudia López). Ahora bien, esa campaña le sirvió para reforzar los lazos con el expresidente Uribe y aterrizar en la cabeza de lista al Senado del Centro Democrático dos años después.
Así lo atravesó el arte
Pero Miguel Uribe Turbay no solo fue un hombre político. En el seno de su familia creció escuchando ópera, zarzuelas, rancheras, boleros y música clásica; además, en una entrevista con este diario en sus épocas de candidato a la Alcaldía, contó que su padre, Miguel Uribe Londoño, le heredó su gusto por el canto.
“El amor por la música ha sido total, la pasión es toda porque ha estado toda mi vida. Me encanta componer y cantar las canciones que compongo”, dijo en ese entonces, mientras aseguró que sabía tocar piano, guitarra, batería y violonchelo. Y tenía pendiente aprender a relacionarse con el acordeón.
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“La música, a veces, termina siendo una válvula de escape, genera fortaleza. Particularmente, con la muerte de mi mamá, yo tuve que desarrollar resiliencia y la música es mi instrumento para ser resiliente. La música termina siendo, muchas veces, un lugar donde llegar para salir adelante. Hay canciones o melodías que me dan fuerza, ánimo, que me emocionan. Otras que me hacen sentir nostalgia, las que, por ejemplo, me hacen pensar en mi mamá”, añadió en ese momento.
Esto coincide con una de las últimas grabaciones que cercanos suyos subieron a redes tras compartir un momento social. En efecto, hace un par de meses el senador Carlos Meisel se grabó junto a Miguel Uribe mientras él cantaba y este último tocaba la guitarra. Y todos sus cercanos, en la familia como en su equipo de trabajo, coincidieron en que la música era una parte esencial de su quehacer diario y de la relación con su hijo.
La lectura también estaba entre sus aficiones. A sus allegados les habló varias veces de Streetfight, de Janette Sadik-Khan, al igual que Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez. Y a los reporteros de este diario con los que se entrevistó en 2019 para su campaña también les mencionó Desde el fondo del mar, publicado en ese entonces por su hermana María Carolina Hoyos Turbay, quien decía que no volvería a reír tras la muerte de su madre, Diana Turbay, y cómo al final no pudo cumplir esa promesa.
Todos estos son rasgos de un hombre que nunca fue tímido en su diálogo público, pero que en contraste siempre fue muy reservado con su vida personal. En lo político fue polémico y un férreo opositor de la actual administración que está en la Casa de Nariño, y al mismo tiempo dijo estar dispuesto a buscar acuerdos con sus diferentes.
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Ahora, este 11 de agosto de 2025 y tras 14.440 días sobre la tierra, Miguel Uribe Turbay falleció como víctima de un magnicidio que, más allá de cualquier color político, revivió esa estela de terror que azotó a Colombia por al menos dos décadas y que de paso cobró la vida de cuatro candidatos presidenciales y –entre otras cosas– hasta el exterminio de la Unión Patriótica.
El luto que se desplegó desde este lunes que se confirmó su muerte durará varios días y tiene un impacto que, indudablemente, marcará la polarizada agenda electoral en la que está el país. Hay un país constantemente herido que, de nuevo, asistirá al funeral de alguien a quien tres balas le apagaron la vida solo por razones de violencia política. Pareciera que la historia de sangre que ha marcado a esta nación se niega a ser reescrita.
En video: esta es una semblanza de Miguel Uribe:
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